Niall Ferguson y su énfasis en los riesgos geopolíticos

Este escocés es un historiador cuyos libros incluyen uno sobre el imperialismo norteamericano. Últimamente, brilla en Wall Street y Londres, donde sostiene que los mercados no prestan atención a los riesgos geopolíticos.

14 marzo, 2007

La izquierda le censura, con razón, su apología del imperialismo. Tanto del británico otrora como del estadounidense actual. En una reciente columna, el analista vapuleó al senador Barack Obama por pedir completar el retiro de la Mesopotamia en marzo de 2008. Poco después, la oposición demócrata en el congreso fijaba septiembre del mismo año como último plazo. El analista hablaba de guerra civil, pero ni él ni Obama podían predecir la apertura del diálogo entre Estados Unidos, Siria, Irán y otros países, el 10 de marzo, ni su ampliación a mediados de abril.

Ahora busca convertirse en asesor del senador republicano John McCain, precandidato presidencial. En tanto, su visión tiene ribetes apocalípticos: “Pensemos en las ambiciones nucleares de Irán o Norcorea o las políticas neosoviéticas de Vladyímir Putin. Nada más que para empezar”, sostenía semanas atrás.

Ferguson ve una paradoja: “los riesgos especulativos parecen disminuir mientras suben los otros”. Pero los hechos del 27 de febrero al 5 de marzo y el posterior enfriamiento de tensiones en Levante –no así la violencia iraquí- lo contradicen. Hasta ese momento, en efecto, la menor volatilidad bursátil o la fe en la Reserva Federal y otros bancos centrales protegía a los mercados ante crisis potenciales. Pero el reciente derrumbe revalida la idea de que los inversores minimizan a propósito los riesgos”.

En este plano, el historiador traza paralelos entre la actualidad y las vísperas de la Gran guerra de 1914/18. El período de 1880 a 1914 (la “paz armada”) exhibía crecimiento relativamente estable, baja inflación, aumento del comercio, mercados líquidos y confianza en que Gran Bretaña mantendría la paz. Ferguson olvida el crac bursátil general de 1907, que inició el fin de esa globalización. “Ahora, el papel de garante lo ejerce EE.UU.”.

Todo terminó en la Gran guerra, a la que siguieron revoluciones y disloques cambiarios. Si bien el analista no vislumbra una guerra mundial, “cualquier sacudón geopolítico –advierte- podría secar los mercados y transtornarlos como en 1914”.

En verdad, los riesgos geopolíticos son molestos para operadores e inversores profesionales. Si bien pueden reconocerlos –observa en “Barron’s”-, se quedarán en la calle si se ponen demasiado a la defensiva y retienen efectivo en fases ascendentes del mercado. El escocés lo admite. “Si nos pesca una crisis tipo 1914, nos caemos todos. Pero si alguien se pone pesimista antes de tiempo, seguramente lo acusarán de pobre desempeño. Por tanto, se consignan las grandes crisis geopolíticas a un plano tan incierto como el riesgo de que un asteroide choque contra el planeta”.

Extrañamente, en 2004 los astrónomos detectaron a Apofis, un enorme cuerpo que puede causar un cataclismo hacia 2036. “El sentido común señala que una guerra mayor tiene más posibilidades que un asteroide o el derretimiento de los polos. Pero este fenómeno ya es un hecho, si bien a Ferguson la ecología no le atañe.

En lo concreto, el columnista acepta que es difícil armar una cartera capaz de soportar golpes geopolíticos, que el efectivo le parece un buen punto de partida. No obstante, los canales convencionales (acciones, bonos) “ya no ofrecen un buen amparo. En situaciones extremas, la mayoría de títulos se malvenderá”.

Entonces, quizá deba adoptarse “el viejo principio de los Rothschild: un tercio en títulos, un tercio en bienes raíces y u tercio en arte. Yo iría más allá e incluiría materias primas y metales, pero no ya oro. En caso de riesgo bélico, compraría acciones de fabricantes de armas y vendería bancas de inversión”. Por supuesto, un superasteroide barrería con todo.

Exponiendo en noviembre durante un panel organizado por Morgan Stanley, subrayó las inconsistencias de la prensa. “Según la sección noticias de un diario, el mundo se va al demonio en cualquier momento. Según la sección financiera, todo es color de rosa. Las dos partes del mismo periódico –exagera- parecen describir planetas distintos”. Tras el desbarranque del 27 de febrero al 5 de marzo, ya no parece así.

Al margen de sus ideas políticas. Ferguson no entusiasma a todos. Se le critica, verbigracia, abarcar demasiado: actividad académica, disertaciones, columnas y hasta un programa en televisión. Viene anunciando riesgos geopolíticos desde hace años. Es buen expositor, pero no tan buen redactor: al último libro –sobre la II guerra mundial- le sobra buena parte de sus 800 páginas.

Señalando que no es Casandra ni su negocio son las predicciones, básicamente, trata de que los mercados entiendan mejor los factores geopolíticos, A su juicio, no figuran en los modelos o las estrategias para mitigar riesgos usualmente empleados por inversores profesionales y firmas especializadas.

A Ferguson lo intriga la conducta de los mercados al acercarse la Gran guerra de 1914: precios y cotizaciones no parecían reflejar lo que estaba por desencadenarse. Eso contrasta con una idea común a los microhistoriadores: esa guerra había sido anticipada por un decenio de roces entre potencias o sus intermediarios y el asesinato de Sarajevo sólo fue un pretexto. En realidad, hubo un derrumbe bursátil global en 1907 y dos guerras balcánicas (1908, 1911).

Quienes más tenían que perder (los bonistas) no vieron venir el desastre. El mercado sabía que las guerras son inflacionarias. En el caso de 1914/18, el flamante gobierno soviético repudió la deuda contraída por los tsares. En la posguerra, las deudas alemana y húngara fueron licuadas por hiperinflación y crisis cambiarias.

En 1914, “todos sabían que los choques entre Gran Bretaña y Alemania o entre Austria y Rusia eran probables. La prensa no cesaba de mentarlos. Pero los mercados no quisieron extrapolar la guerra hasta que se les vino encima. A eso apunto: en el futuro, tal vez miremos hacia atrás y veamos que los orígenes de la gran guerra de Levante en 2007 eran obvios”.

A veces, Ferguson puede ser divertido. Mientras todos se preocupan del enorme déficit comercial estadounidense con Beijing, él inventa “Chinorteamérica”, una simbiosis que le permite a la parte occidental prosperar a costa de la oriental y sus ahorros. Poco sagaz filólogo, no nota que –en inglés- “Chimerica” suena como “chimeric” (quimérico) y es un eufemismo por división internacional del trabajo.

La izquierda le censura, con razón, su apología del imperialismo. Tanto del británico otrora como del estadounidense actual. En una reciente columna, el analista vapuleó al senador Barack Obama por pedir completar el retiro de la Mesopotamia en marzo de 2008. Poco después, la oposición demócrata en el congreso fijaba septiembre del mismo año como último plazo. El analista hablaba de guerra civil, pero ni él ni Obama podían predecir la apertura del diálogo entre Estados Unidos, Siria, Irán y otros países, el 10 de marzo, ni su ampliación a mediados de abril.

Ahora busca convertirse en asesor del senador republicano John McCain, precandidato presidencial. En tanto, su visión tiene ribetes apocalípticos: “Pensemos en las ambiciones nucleares de Irán o Norcorea o las políticas neosoviéticas de Vladyímir Putin. Nada más que para empezar”, sostenía semanas atrás.

Ferguson ve una paradoja: “los riesgos especulativos parecen disminuir mientras suben los otros”. Pero los hechos del 27 de febrero al 5 de marzo y el posterior enfriamiento de tensiones en Levante –no así la violencia iraquí- lo contradicen. Hasta ese momento, en efecto, la menor volatilidad bursátil o la fe en la Reserva Federal y otros bancos centrales protegía a los mercados ante crisis potenciales. Pero el reciente derrumbe revalida la idea de que los inversores minimizan a propósito los riesgos”.

En este plano, el historiador traza paralelos entre la actualidad y las vísperas de la Gran guerra de 1914/18. El período de 1880 a 1914 (la “paz armada”) exhibía crecimiento relativamente estable, baja inflación, aumento del comercio, mercados líquidos y confianza en que Gran Bretaña mantendría la paz. Ferguson olvida el crac bursátil general de 1907, que inició el fin de esa globalización. “Ahora, el papel de garante lo ejerce EE.UU.”.

Todo terminó en la Gran guerra, a la que siguieron revoluciones y disloques cambiarios. Si bien el analista no vislumbra una guerra mundial, “cualquier sacudón geopolítico –advierte- podría secar los mercados y transtornarlos como en 1914”.

En verdad, los riesgos geopolíticos son molestos para operadores e inversores profesionales. Si bien pueden reconocerlos –observa en “Barron’s”-, se quedarán en la calle si se ponen demasiado a la defensiva y retienen efectivo en fases ascendentes del mercado. El escocés lo admite. “Si nos pesca una crisis tipo 1914, nos caemos todos. Pero si alguien se pone pesimista antes de tiempo, seguramente lo acusarán de pobre desempeño. Por tanto, se consignan las grandes crisis geopolíticas a un plano tan incierto como el riesgo de que un asteroide choque contra el planeta”.

Extrañamente, en 2004 los astrónomos detectaron a Apofis, un enorme cuerpo que puede causar un cataclismo hacia 2036. “El sentido común señala que una guerra mayor tiene más posibilidades que un asteroide o el derretimiento de los polos. Pero este fenómeno ya es un hecho, si bien a Ferguson la ecología no le atañe.

En lo concreto, el columnista acepta que es difícil armar una cartera capaz de soportar golpes geopolíticos, que el efectivo le parece un buen punto de partida. No obstante, los canales convencionales (acciones, bonos) “ya no ofrecen un buen amparo. En situaciones extremas, la mayoría de títulos se malvenderá”.

Entonces, quizá deba adoptarse “el viejo principio de los Rothschild: un tercio en títulos, un tercio en bienes raíces y u tercio en arte. Yo iría más allá e incluiría materias primas y metales, pero no ya oro. En caso de riesgo bélico, compraría acciones de fabricantes de armas y vendería bancas de inversión”. Por supuesto, un superasteroide barrería con todo.

Exponiendo en noviembre durante un panel organizado por Morgan Stanley, subrayó las inconsistencias de la prensa. “Según la sección noticias de un diario, el mundo se va al demonio en cualquier momento. Según la sección financiera, todo es color de rosa. Las dos partes del mismo periódico –exagera- parecen describir planetas distintos”. Tras el desbarranque del 27 de febrero al 5 de marzo, ya no parece así.

Al margen de sus ideas políticas. Ferguson no entusiasma a todos. Se le critica, verbigracia, abarcar demasiado: actividad académica, disertaciones, columnas y hasta un programa en televisión. Viene anunciando riesgos geopolíticos desde hace años. Es buen expositor, pero no tan buen redactor: al último libro –sobre la II guerra mundial- le sobra buena parte de sus 800 páginas.

Señalando que no es Casandra ni su negocio son las predicciones, básicamente, trata de que los mercados entiendan mejor los factores geopolíticos, A su juicio, no figuran en los modelos o las estrategias para mitigar riesgos usualmente empleados por inversores profesionales y firmas especializadas.

A Ferguson lo intriga la conducta de los mercados al acercarse la Gran guerra de 1914: precios y cotizaciones no parecían reflejar lo que estaba por desencadenarse. Eso contrasta con una idea común a los microhistoriadores: esa guerra había sido anticipada por un decenio de roces entre potencias o sus intermediarios y el asesinato de Sarajevo sólo fue un pretexto. En realidad, hubo un derrumbe bursátil global en 1907 y dos guerras balcánicas (1908, 1911).

Quienes más tenían que perder (los bonistas) no vieron venir el desastre. El mercado sabía que las guerras son inflacionarias. En el caso de 1914/18, el flamante gobierno soviético repudió la deuda contraída por los tsares. En la posguerra, las deudas alemana y húngara fueron licuadas por hiperinflación y crisis cambiarias.

En 1914, “todos sabían que los choques entre Gran Bretaña y Alemania o entre Austria y Rusia eran probables. La prensa no cesaba de mentarlos. Pero los mercados no quisieron extrapolar la guerra hasta que se les vino encima. A eso apunto: en el futuro, tal vez miremos hacia atrás y veamos que los orígenes de la gran guerra de Levante en 2007 eran obvios”.

A veces, Ferguson puede ser divertido. Mientras todos se preocupan del enorme déficit comercial estadounidense con Beijing, él inventa “Chinorteamérica”, una simbiosis que le permite a la parte occidental prosperar a costa de la oriental y sus ahorros. Poco sagaz filólogo, no nota que –en inglés- “Chimerica” suena como “chimeric” (quimérico) y es un eufemismo por división internacional del trabajo.

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