Desde el miércoles los tres países integrantes del NAFTA, Estados Unidos, Canadá y México, comenzaron una nueva ronda de negociaciones. Pero México llega a la mesa de negociacioes con la imagen que le ha dado Donald Trump, la de un país que daña lisa y llanamente la industria norteamericana y que deberá resignarse a nuevas reglas de juego.
Las negociaciones para dar nueva vida a un tratado que existe desde hace 23 años y que ha creado una zona de libre comercio donde viven 450 millones de personas y que mueve además US$ 1.200 millones por año, comienzan con el clima enrarecido.
El presidente norteamericano ha insultado a México desde antes de ser elegido presidente, ha prometido levantar un muro, ha propuesto que además lo pague México y también ha amenazado con retirarse. Por su parte México lo último que desea , con vistas a las elecciones presidenciales del año próximo, es que se lo perciba agachando la cabeza ante el gigante del norte.
Por lo tanto, no está dispuesto a aceptar la imposición de aranceles ni cambios en el procedimiento de resolución de disputas. Esto se refiere a la pretensión de Estados Unidos de establecer estándares laborales que pongan fin a la ventaja competitivo de una mano de obra más barata. En estos dos temas Justin Trudeau está de acuerdo con México.
Por otro lado está la volatilidad de Trump que inquieta a sus dos socios. Tanto mexicanos como canadienses saben que por mucho que avancen en las negociaciones formales, puede aparecer un tuit de la noche a la mañana, que deje las negociaciones girando en el vacío.
El futuro del Tratado de Libre Comercio (TLC o NAFTA) depende tamb ién de repartir mejor los beneficios, dice hoy el diario El País de Madrid. Si una crítica ha traspasado fronteras es que los beneicios se han concentrado en las grandes empresas.