Lee Kuan Yew fue sin duda, el inventor del concepto del capitalismo autoritario que fuera imitado en toda la región, y en especial por China. Logró, antes que nadie en esas latitudes, un resonante éxito económico: un pequeño estado, con reglas de juego claras y sin corrupción, que atrajo a numerosas empresas multinacionales que instalaron allí sus cuarteles para toda el área geográfica vecina.
Esta pequeña ciudad puerto que a mediados de la década de los años 50 tenía un PBI per capita de US$ 550, ahora ostenta –según el Banco Mundial- uno de US$ 55.000 por habitante.
Líderes mundiales de estados importantes se jactaron de tener su amistad y su consejo. Fue el primero en advertir a todo el mundo el resurgimiento de China como un actor global de primer orden. Desde que se retiró de la política activa, su puesto lo ocupa su hijo, Lee Hsien Loong, quien deberá afrontar en un año elecciones generales, en medio de un clima de crecimiento de la oposición y una desaceleración de la economía, lejos de las tasas que la convirtieron en la décima economía asiática.
A fines del año pasado, sin embargo, Singapur, esta ciudad-estado soberano e isla-país en el sudeste asiático, uno de los mayores centros comerciales del mundo, el cuarto centro financiero con uno de los cinco puertos más concurridos del planeta, se mantuvo otra vez al tope del ranking como mejor lugar en el mundo para hacer negocios y, según indica la Economist Intelligence Unit, seguirá siendo el lugar más amigable para los inversores extranjeros hasta 2018, mientras que Suiza y Hong Kong retuvieron el segundo y tercer puesto.
Innovación en modelos posibles
Pero el aporte más sustantivo de Singapur y de Lee Kuan Yew es una dimensión política que tiene hoy enorme vigencia. Durante muchos años imperó la idea de que el capitalismo sólo podía florecer en un sistema democrático. Singapur, sin embargo, es un ejemplo que muestra el triunfo del capitalismo autocrático, un sistema que genera crecimiento económico mientras las democracias occidentales ni crecen ni brindan bienestar.
En verdad, el mundo occidental ha pasado del triunfalismo de los 90 a una profunda ansiedad sobre el futuro de la democracia. Los países, con diferente grado y matiz, temen que se esté acercando el fin de una época.
Ahora se cuestiona la eficacia de las instituciones. La recesión del 2008 arrasó con las complacientes premisas que reinaban a ambos lados del Atlántico. Japón, luego de 20 años de estancamiento económico ensaya su renovación económica de la mano del primer ministro Abe. China en cambio, triunfa con un modelo de capitalismo de estado desacoplado del gobierno democrático.
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se puso en marcha lo que se dio en llamar un acuerdo liberal democrático que tenía términos claros: los gobiernos elegidos popularmente, trabajando con las élites burocráticas, generarían crecimiento económico que permitiría reducir la pobreza, aumentar el nivel de vida para todos, expandir la seguridad física y económica y atender el cuidado de la salud para aumentar la longevidad.
Durante unos cuantos años después de la Segunda Guerra Mundial, el compromiso funcionó y el apoyo público a la democracia liberal y sus líderes fue grande. Pero últimamente se lo viene cuestionando y ya no recibe ni tanto apoyo ni tanta confianza.
Las economías “de afuera”
Lee Kwan Yew fue no solo el primer Primer Ministro de Singapur en 1959 sino también el creador del capitalismo autoritario, cuando a partir de 1965 logró transformar lo que era un enclave colonial relativamente subdesarrollado y sin recursos naturales en el primer tigre asiático que conoció el mundo. Políticamente es un sistema unipartidario con el People’s Action Party al gobierno desde 1959.
Fue justamente a Singapur adonde viajó Deng Xiaoping en 1978 antes de poner en práctica sus reformas económicas en China. Hasta ese momento, capitalismo y democracia siempre habían ido juntos. Las economías de mercado han demostrado acomodarse fácilmente a religiones, culturas y tradiciones diferentes. Conviven fácilmente, también, con un estado autoritario.
En “El capitallismo autoritario contra la democracia” Ivan Krastev hace algunas reflexiones sobre lo que está ocurriendo en las democracias occidentales. Refiriéndose a la tesis de Fukuyama sobre el fin de la historia dice que no es eso lo que debe preocuparnos sino el fin de Occidente tal como se lo conoce, o sea: “libre mercado + democracia liberal + Estado de Bienestar”.
Hay otro capitalismo menos preocupado por la desigualdad. Él habla del surgimiento de una élite global que sobrevuela las sociedades sin tocarlas.: sin fronteras, sin ideología y desconectada emocionalmente de la ciudadanía. Entre esa élite global y la ciudadanía ya no hay pacto social. Esas élites no dependen de una democracia liberal para existir.
Lo que habría que evitar, dice Krastev es que las democracias occidentales, a causa de su fracaso económico, se vean obligadas a acercarse al exitoso capitalismo autoritario emergente.