Murió a los 94 Milton Friedman, Nobel 1976 y adalid neoclásico

Mentor de la escuela de Chicago, difundió el monetarismo extremo donde fue útil (Estados Unidos, Gran Bretaña) y donde no lo fue (Argentina, Chile). Coherente en todo, apoyó legalizar el consumo personal de drogas y la prostitución.

17 noviembre, 2006

Básicamente, vinculó la oferta monetaria con la inflación –varios bancos centrales siguen en eso- y, vía sus discípulos, liquidó el legado keinesiano en entidades como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. De hecho, ambos cayeron en manos de tecnócratas vinculados a la gran banca comercial y, después, a los fondos buitres (éstos no contaban con la aprobación de Friedman).

Sus ideas, por momentos extremas, influyeron sobre gobiernos como los de Ronald Reagan, ambos Bush, Margaret Thatcher y las dos últimas dictaduras militares argentinas. Cabe recordar que, cuando se dio cuenta de adónde llevaba, el régimen de Augusto Pinochet descartó el neoclasicismo, en tanto el propio Friedman se desvinculaba de sus discípulos chilenos.

Otros detalle curioso: la escuela de Chicago no predicaba la convertibilidad. Pero hoy sus mayores partidarios en el país se declaran deudos de Friedman. Eso sí: la gestión de 1990/2001 resultó más perjudicial que las experiencias monetaristas “puras” de 1967/73 y 1976/83. Pasando a países centrales, el economista fallecido no veía con buenos ciertos excesos de especulación financiera, sobre todo los instrumentos derivados (subproductos, empero, de matemáticos influidos por Chicago).

Sin duda, el Sistema de Reserva Federal, especialmente luego de Paul Volcker, debe ser el último reducto fuerte del neoclasicismo, junto con al Banco Central europeo. En cuanto al Banco de Inglaterra, es un resabio del mercantilismo decimonónico y no siempre comulga con los neoclásicos, según denotan sus voceros informales, el “Economist” y el ”Financial times”. “Antes de MF, los economistas no eran tomados en serio por los gobiernos”, sostuvo William Poole (RF, Saint Louis), ex alumno del prócer. “Después de Robert Lucas, tampoco los toman en serio”, replicó Paul Krugman, crítico sistemático del monetarismo. En realidad, como apuntaba Jeffrey Sachs, “la ortodoxia hoy está representada por un moderado, Paul Samuelson, cuyo manual ha desplazado hace años al libro de Friedman”.

Por cierto, Friedman jamás rehuyó la polémica, como suelen hacerlo sus supuestos seguidores en países periféricos, entre ellos Argentina. Buen escritor -virtud que está perdiéndose en la profesión: basta leer a los últimos Nobel del ramo-, fiel a su liberalismo abogó por legalizar el uso personal de drogas. Su argumento, de fierro, era que perseguir consumidores o minoristas simplemente infla el valor agregado, debido al riesgo, y enriquece a los grandes intermediarios. Sus viudos en estas costas soslayan esa prédica. De paso, olvidan que José A.Martínez de Hoz, sus sucesores, Domingo F.Cavallo y los suyos no contaban con el “imprimatur” de Friedman. Ni con el de Samuelson.

Básicamente, vinculó la oferta monetaria con la inflación –varios bancos centrales siguen en eso- y, vía sus discípulos, liquidó el legado keinesiano en entidades como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. De hecho, ambos cayeron en manos de tecnócratas vinculados a la gran banca comercial y, después, a los fondos buitres (éstos no contaban con la aprobación de Friedman).

Sus ideas, por momentos extremas, influyeron sobre gobiernos como los de Ronald Reagan, ambos Bush, Margaret Thatcher y las dos últimas dictaduras militares argentinas. Cabe recordar que, cuando se dio cuenta de adónde llevaba, el régimen de Augusto Pinochet descartó el neoclasicismo, en tanto el propio Friedman se desvinculaba de sus discípulos chilenos.

Otros detalle curioso: la escuela de Chicago no predicaba la convertibilidad. Pero hoy sus mayores partidarios en el país se declaran deudos de Friedman. Eso sí: la gestión de 1990/2001 resultó más perjudicial que las experiencias monetaristas “puras” de 1967/73 y 1976/83. Pasando a países centrales, el economista fallecido no veía con buenos ciertos excesos de especulación financiera, sobre todo los instrumentos derivados (subproductos, empero, de matemáticos influidos por Chicago).

Sin duda, el Sistema de Reserva Federal, especialmente luego de Paul Volcker, debe ser el último reducto fuerte del neoclasicismo, junto con al Banco Central europeo. En cuanto al Banco de Inglaterra, es un resabio del mercantilismo decimonónico y no siempre comulga con los neoclásicos, según denotan sus voceros informales, el “Economist” y el ”Financial times”. “Antes de MF, los economistas no eran tomados en serio por los gobiernos”, sostuvo William Poole (RF, Saint Louis), ex alumno del prócer. “Después de Robert Lucas, tampoco los toman en serio”, replicó Paul Krugman, crítico sistemático del monetarismo. En realidad, como apuntaba Jeffrey Sachs, “la ortodoxia hoy está representada por un moderado, Paul Samuelson, cuyo manual ha desplazado hace años al libro de Friedman”.

Por cierto, Friedman jamás rehuyó la polémica, como suelen hacerlo sus supuestos seguidores en países periféricos, entre ellos Argentina. Buen escritor -virtud que está perdiéndose en la profesión: basta leer a los últimos Nobel del ramo-, fiel a su liberalismo abogó por legalizar el uso personal de drogas. Su argumento, de fierro, era que perseguir consumidores o minoristas simplemente infla el valor agregado, debido al riesgo, y enriquece a los grandes intermediarios. Sus viudos en estas costas soslayan esa prédica. De paso, olvidan que José A.Martínez de Hoz, sus sucesores, Domingo F.Cavallo y los suyos no contaban con el “imprimatur” de Friedman. Ni con el de Samuelson.

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