Lula vs.FMI: Brasil no firmará con la soga al cuello

El presidente Luiz Inácio da Silva (Lula) reiteró el domingo que “si volvemos a negociar con el Fondo Monetario Internacional, no pensamos hacerlo con la soga al cuello”.

24 agosto, 2003

En este momento, Brasil tiene un acuerdo contingente con el FMI, subscripto en una situación distinta, mientras arreciaba una campaña de bancas y e intermediarias de valores dirigida contra la candidatura de Lula. El convenio disponía un “blindaje” por US$ 30.000 millones, a cambio de medidas extremadamente duras en materia fiscal y monetaria.

Uno de sus efectos es la elevada tasa referencial que, aún tras rebajas, está en 22% anual, nivel que hasta los ortodoxos estiman incompatible con una reactivación económica sostenida. De hecho, esta receta contable, típica del Fondo, viene fracasando desde la crisis mejicana de 1982.

Lula reivindica, no obstante, los sacrificios hechos para recobrar financiera en el exterior. Pero, como también dijo Antonio Palocci (ministro de Hacienda por cuya renuncia presiona la bolsa de San Pablo), “Brasil no precisa inevitablemente un nuevo acuerdo. Esto se definirá recién en octubre”. El punto clave es el compromiso de llevar a un superávit fiscal equivalente a 4,25% del PBI, algo que no sucede siquiera en las economías líderes.

El “lobby” ortodoxo no perdía tiempo. Aprovechando una invitación para exponer ante el I Congreso Internacional de Derivativos, Stanley Fischer salió a criticar la postura brasileña y a exaltar “la apertura irrestricta al flujo de capitales” en economías emergentes y periféricas.

Cuando era segunda autoridad ejecutiva del FMI, Fischer fue corresponsable de desastrosos fracasos en Argentina, Rusia, Turquía, Indonesia, Ucrania y Nigeria. Hoy es alto funcionario de Citigroup (una de las bancas que jugaba contra Lula antes de las elecciones). Inexplicablemente, el encuentro del sector más especulativo y volátil de las finanzas globales tenía lugar en… Brasil.

En este momento, Brasil tiene un acuerdo contingente con el FMI, subscripto en una situación distinta, mientras arreciaba una campaña de bancas y e intermediarias de valores dirigida contra la candidatura de Lula. El convenio disponía un “blindaje” por US$ 30.000 millones, a cambio de medidas extremadamente duras en materia fiscal y monetaria.

Uno de sus efectos es la elevada tasa referencial que, aún tras rebajas, está en 22% anual, nivel que hasta los ortodoxos estiman incompatible con una reactivación económica sostenida. De hecho, esta receta contable, típica del Fondo, viene fracasando desde la crisis mejicana de 1982.

Lula reivindica, no obstante, los sacrificios hechos para recobrar financiera en el exterior. Pero, como también dijo Antonio Palocci (ministro de Hacienda por cuya renuncia presiona la bolsa de San Pablo), “Brasil no precisa inevitablemente un nuevo acuerdo. Esto se definirá recién en octubre”. El punto clave es el compromiso de llevar a un superávit fiscal equivalente a 4,25% del PBI, algo que no sucede siquiera en las economías líderes.

El “lobby” ortodoxo no perdía tiempo. Aprovechando una invitación para exponer ante el I Congreso Internacional de Derivativos, Stanley Fischer salió a criticar la postura brasileña y a exaltar “la apertura irrestricta al flujo de capitales” en economías emergentes y periféricas.

Cuando era segunda autoridad ejecutiva del FMI, Fischer fue corresponsable de desastrosos fracasos en Argentina, Rusia, Turquía, Indonesia, Ucrania y Nigeria. Hoy es alto funcionario de Citigroup (una de las bancas que jugaba contra Lula antes de las elecciones). Inexplicablemente, el encuentro del sector más especulativo y volátil de las finanzas globales tenía lugar en… Brasil.

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