<p>La nueva geografía, desde Mauritania hasta Omán, incluye dos mandatarios depuestos (el egipcio Hosni Mubarak, el tunecino Zin ben Alí), uno a punto de sucumbir en una guerra civil (el libio Muammar Ghadafi) y otro tambaleante, Alí Abdullá Saleh (Yemen). Sin llegar al extremo del coronel, el departamento de estado no da mucho por él y sí bastante por la escisión de Adén, ex Suryemén.<br />
<br />
Entre las cabezas coronadas, la más en riesgo pertenece al emir (no “rey”) de Bahrein, Hamad ben Isa al Jalifa. En su caso, un par de masacres contra la mayoría shiíta no le quitó al sueño a EE.UU., cuya quinta flota amarra en el archipiélago. Entretanto, tampoco preocupa en Washington la suerte del rey Abdullá II ibn Saúd, cuya rígida teocracia wahhabí hace concesiones o reformas según evolucionan las cosas. Así se vio la semana pasada.<br />
<br />
La aparente estabilidad de los monarcas está alterando la propia política árabe de la Casa Blanca, que marcha hacia una doctrina muy pragmática identificada con Hillary Rodham Clinton: la estabilidad por encima de todo y la democracia en segundo o tercer plano. Aunque implique respaldar a los monarcas más opresores y distanciarse de los presidentes. Eso explica que, días atrás, Washington sacara de la galera a otro emir, Sayyid Muhammad ar-Rida as-Senusí, descendiente del rey libio Idrís. Pero el gobierno provisional de Cirenaica (cuyas tropas entraron este martes en Tripolitania) no se mostró interesado.<br />
<br />
Ni las doctrinas de ambos Bush ni la de Rodham Clinton pueden obrar maravillas. Particularmente, porque el ajedrez árabe es a varias puntas. Contiene una plataforma de regímenes presidenciales laicos pero autoritarios (Siria, Mauritania, Argelia, Yemen, Sudán), una de monarquías teocráticas –Saudiarabia, Bahrein, Omán- y una moderada (Jordania, Kuwait, Qatar, Unión de Emiratos Árabes) y dos estados laicos relativamente democráticos, Líbano y Palestina.</p>
<p><br />
</p>
Los EE.UU. se juegan por las coronas árabes
Ante la ola de sublevaciones en Levante, a Washington lo asusta una realidad nada democrática: en el Islam, los presidentes caen pero los monarcas sobreviven. Claro que con excepciones. Líbano, es una república, que es duradera, laica y pluriétnica.