Así comienza The Guardian, el diario inglés, su impresionante instantánea del país que, sentado sobre un lago de petróleo, podría haber sido uno de los más ricos de la tierra. Para tener una idea de primera mano del paisaje socioeconómico del país sudamericano, The Guardian viajó 1.400 kilómetros por el interior, desde la frontera amazónica con Brasil hasta Caracas, la capital.
En Santa Elena de Uairen, ciudad fronteriza con Brasil, no escasea la comida gracias a la proximidad del vecino. Allí, debido a las escasas comunicaciones con la capital, no sirven ni las tarjetas de crédito ni las de débito. Todo se paga en efectivo. El problema es que el billete de mayor denominación es el de 100 bolívares, antes poderoso pero hoy equivalente a 10 centavos de dólar. La gente pasa horas contando dinero y luego el problema es dónde guardar las montañas de billetes que hacen falta para comprar la cosa más sencilla. Los billetes no valen lo que cuesta imprimirlos, pero el Banco Central no va a admitir la inflación y por ende, no saca billetes con mayor denominación. Prefiere seguir gastando dinero imprimiendo billetes que valen monedas.
El gobierno sigue subsidiando productos por debajo del costo de producción, un hábito generado por el petróleo. Históricamente, la abundancia del combustible hizo que los venezolanos consideraran el petróleo barato como una especie de derecho de nacimiento, Por eso hoy un litro nafta más cara cuesta 6 bolívares, más de 100 veces más barata que un libro de agua mineral. El periodista del Guardian hizo 1.400km por menos de un dólar.
La producción de la petrolera estatal PDVSA fue cayendo a razón de 450.000 barriles por día desde su nivel de 2,7 millones de barriles diarios en 2014. Comparado con la agricultura, esa caída no es nada. Prácticamente no se ven cultivos a los lados de las rutas. Los precios se mantienen bajos y los agricultores tienen pocos incentivos para cultivar. Entre 2012 y 2015 la producción de granos cayó 80%, la de carne 40% y la de vegetales 18$.
Las empresas privadas también sufren por la debilidad del bolívar. El equipo de periodistas entró al supermercado Unicasa, en la localidad de El Tigre: pocos clientes y pocas cosas. Ese día no había arroz, ni azúcar ni harina: tampoco mermelada, aceita para cocinar, papel higiénico, leche condensada vinagre o productos para bebés.
En la guardia pediátrica del hospital de Barcelona, atendían a un bebé de tres meses que había bajado de peso por la diarrea: la madre demasiado débil para tener leche, no podía comprar fórmula infantil y recurrió a la leche de soja. Pero el hospital no lo puede alimentar. La crisis de nutrición no es de la escala de un país subsahariano pero va en una dire3cción alarmante.
En Caracas, la ciudad con más asesinatos del mundo, hacer cola ya es más que un modo de vida, se ha convertido en una profesión. La clase media paga a personas para que hagan la cola por ellos. Después está el mercado negro. Los llamados “bachaqueros” hacen cola donde hay productos subsidiados, compran lo que pueden y luego los venden a 10 o 30 veces el precio que pagaron. Esta actividad, que es ilegal, es una de las pocas industrias en crecimiento que quedan en el país. Según la encuestadora Datanalysis, aproximadamente la mitad de los que hacen cola trabajan en este oscuro negocio.
Así, crece la tensión social. Los asaltos a supermercados se han vuelto moneda corriente Según algunos cálculos, en el mes de agosto hubo 139 protestas relacionadas con alimentos.
Todo eso alimenta la inestabilidad política. El mes pasado un millón de personas salieron a las calles de Caracas para exigir el retiro de Nicolás Maduro. Maduro está contra las cuerdas. Su partido perdió el control de la Legislatura y su respaldo cayó 15%. Mientras tanto el Ejército, históricamente una poderosa fuerza en Venezuela, aumenta su influencia. Un general está ahora a cargo de la producción y distribución de alimentos.
La corrupción, tanto en el gobierno como en el sector privado, ha jugado una parte importante en la crisis. Muchos economistas creen que los niveles de pobreza que hay hoy en el país son superiores a los que había cuando Hugo Chávez asumió el poder hace 18 años.
Datos tomados de “Venezuela on the brink: a journey through a country in crisis”, por Johnatan Watts en The Guardian