Levante y los trebejos del ajedrez geopolítico ruso

Días atrás, Vladyímir Putin invitó, para la semana próxima, a la conducción de Hamás, el partido que ganó las elecciones parlamentarias palestinas. De inmediato, Washington se manifestó dispuesto a conversar con el grupo. No era una casualidad.

16 febrero, 2006

Obviamente, la partida fue abierta por Rusia, no por Estados Unidos, demasiado absorto en sus obsesiones con Irán. “Queda claro, empero, que el gesto de Putin –sostiene el analista británico George Friedman- tiene poco que ve con Hamás o Israel. Por supuesto, cualquier cosa que fortalezca al fundamentalismo islámico debiera ser anatema para Moscú, a causa de Chechenia. Pero la estrategia moscovita va mucho más lejos”.

No obstante, amén de que Hamás no es un grupo de tipo religioso, “Rusia tiene problemas más de fondo; por ejemplo, su papel en el mundo y su sorda puja con EE.UU. En realidad, ahí reside la clave estratégica”. Al respecto, el domingo pasado la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, reiteró la actual bajada de línea: “Nos preocupa mucho que algunos procesos de democratización estén marchando por el camino equivocado. En particular, el ruso”. Como ocurrió varias veces en 2005, Rice irritó a Moscú.

De hecho, están redefiniéndose posiciones geopolíticas. Desde mediados de los años 90, a la sazón, los rusos esperaban que abandonar la confrontación de posguerra con los norteamericanos les rendiría beneficios económicos. Dicho de otro modo, parecían dispuestos a plegarse a Occidente.

Más de diez años después, las cosas son asaz diferentes. En Moscú, muchos creen que esa estrategia fue desastrosa para el país y apenas una pequeña minoría insiste en que las reformas pro mercado deben acelerarse o profundizarse. El peso político de este grupo es casi nulo.

“Lo que hay –sostiene Friedman- es un debate sobre hasta dónde puede relativizarse la democracia sin poner en peligro aquellas reformas. El caso chino sugiere que, para el capitalismo puro, ni siquiera hace falta una democracia. Pero, por encima de todo, se sospecha de las verdaderas intenciones estadounidenses y se ven las demandas –algo imprudentes- de Rice como un intento de debilitar a Rusia”.

Quienes así presumen apuntan a actividades norteamericanas de inteligencia en áreas de la ex Unión Soviética que Moscú ve como su patio trasero. En especial, para ellos los acontecimientos de 2005 en Ucrania son pruebas de que Washington se propone promover la implosión rusa, forzando reformas perjudiciales adentro y, después, rodeando el país de clientela hostil a Moscú.

Mientras se recordaban los sesenta años de la victoria aliada sobre el Eje (1945), George W.Bush visitó primero Letonia –estado inexistente en 1939/90- y Georgia, ambos poco amigos de Rusia. Después, Rice definió a Rusia blanca (Byelarús) como satélite “todavía comunista” de Moscú. Por consiguiente, los rusos pasaron a la ofensiva, ahora contra la vacilante influencia norteamericana en Levante –fuera de la península arábiga- y usando una temible arma económica: Gazprom, la mayor red mundial de su tipo. La misma que ahora llega a Sudamérica, área últimanente poco grata a EE.UU.

Todo lo anterior retoma el asunto de la invitación a Hamás. Había una serie de razones, pero la principal es que a Washington iba a caerle mal. Algo más tarde, Moscú se volvió a Tel Aviv: Syerguiéi Ivánov invitó a su colega israelí, Shaul Mofaz, para subrayar que no apostaba todo a los palestinos.

De paso, emitía dos mensajes a la Casa Blanca. El primero, que Rusia ya no admite el liderazgo norteamericano en el plano internacional y no se siente socia de la potencia occidental. El segundo, que –si Washington le crea problemas en su periferia-, Moscú puede hacer los mismo en zonas de influencia estadounidense. En resumen, las reglas del juego han cambiado desde 1990/99.

“Existe una tercera razón –recalca el análisis-, aun más estratégica. Rusia siempre ha tenido intereses directos en Levante; al menos, desde el reparto de influencias con Gran Bretaña en Afganistán-Baluchistán (1895) y Persia (1907). Esos intereses abarcan hoy Caucasia, Siria, Irán y Asia central. La penetración norteamericana en los Balcanes, Ucrania y el Báltico es difícil de neutralizar sin desafiae a EE.UU. en Levante, el flanco sudoriental de la Unión Europea y Sudamérica”.

Los errores y fracasos de la política exterior norteamericana ayudan. Washington invadió Irán, supuestamente, para imponer la democracia, pero esa guerra lleva tres años sin señales de concluir. También apoyó elecciones limpias en Palestina: lo fueron más que en Irak o Haití, pero las ganó la facción más opuesta a Occidente. Mientras, la situación empeora en Afganistán, donde la “democracia” se limita a media docena de ciudades. Israel, sin un reemplazante definitivo de Ariel Sharón, parece dispuesto a conversar con Hamás.

Este complejo ajedrez incluye el negocio de las armas, vieja fuente de ingresos para israelíes y magnates árabes. “Dada la solidez de la industria bélica rusa –observa Friedman-, más avanzada que cuanto se supone en Occidente, Moscú puede recobrar su antiguo papel como proveedor de gobiernos y grupos hostiles a EE.UU”.

Ahora bien ¿qué pasa con la rivalidad rusosaudí en materia de hidrocarburos? ¿y con la influencia árabe en Chechenia? La insurgencia musulmana en el Cáucaso y Asia central es de tipo wajjabí, la secta sunní quizá más estricta (salvo para sus propios jeques). Por tanto, se relaciona con al-Qa’eda. Osama bin Laden pertenece a un clan noble yemenía, fuerte en Saudiarabia, rival petrolero de Rusia. Moscú, pues, sospecha nexos entre Riyadh –el alfil norteamericano en Levante- y los chechenos.

Obviamente, la partida fue abierta por Rusia, no por Estados Unidos, demasiado absorto en sus obsesiones con Irán. “Queda claro, empero, que el gesto de Putin –sostiene el analista británico George Friedman- tiene poco que ve con Hamás o Israel. Por supuesto, cualquier cosa que fortalezca al fundamentalismo islámico debiera ser anatema para Moscú, a causa de Chechenia. Pero la estrategia moscovita va mucho más lejos”.

No obstante, amén de que Hamás no es un grupo de tipo religioso, “Rusia tiene problemas más de fondo; por ejemplo, su papel en el mundo y su sorda puja con EE.UU. En realidad, ahí reside la clave estratégica”. Al respecto, el domingo pasado la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, reiteró la actual bajada de línea: “Nos preocupa mucho que algunos procesos de democratización estén marchando por el camino equivocado. En particular, el ruso”. Como ocurrió varias veces en 2005, Rice irritó a Moscú.

De hecho, están redefiniéndose posiciones geopolíticas. Desde mediados de los años 90, a la sazón, los rusos esperaban que abandonar la confrontación de posguerra con los norteamericanos les rendiría beneficios económicos. Dicho de otro modo, parecían dispuestos a plegarse a Occidente.

Más de diez años después, las cosas son asaz diferentes. En Moscú, muchos creen que esa estrategia fue desastrosa para el país y apenas una pequeña minoría insiste en que las reformas pro mercado deben acelerarse o profundizarse. El peso político de este grupo es casi nulo.

“Lo que hay –sostiene Friedman- es un debate sobre hasta dónde puede relativizarse la democracia sin poner en peligro aquellas reformas. El caso chino sugiere que, para el capitalismo puro, ni siquiera hace falta una democracia. Pero, por encima de todo, se sospecha de las verdaderas intenciones estadounidenses y se ven las demandas –algo imprudentes- de Rice como un intento de debilitar a Rusia”.

Quienes así presumen apuntan a actividades norteamericanas de inteligencia en áreas de la ex Unión Soviética que Moscú ve como su patio trasero. En especial, para ellos los acontecimientos de 2005 en Ucrania son pruebas de que Washington se propone promover la implosión rusa, forzando reformas perjudiciales adentro y, después, rodeando el país de clientela hostil a Moscú.

Mientras se recordaban los sesenta años de la victoria aliada sobre el Eje (1945), George W.Bush visitó primero Letonia –estado inexistente en 1939/90- y Georgia, ambos poco amigos de Rusia. Después, Rice definió a Rusia blanca (Byelarús) como satélite “todavía comunista” de Moscú. Por consiguiente, los rusos pasaron a la ofensiva, ahora contra la vacilante influencia norteamericana en Levante –fuera de la península arábiga- y usando una temible arma económica: Gazprom, la mayor red mundial de su tipo. La misma que ahora llega a Sudamérica, área últimanente poco grata a EE.UU.

Todo lo anterior retoma el asunto de la invitación a Hamás. Había una serie de razones, pero la principal es que a Washington iba a caerle mal. Algo más tarde, Moscú se volvió a Tel Aviv: Syerguiéi Ivánov invitó a su colega israelí, Shaul Mofaz, para subrayar que no apostaba todo a los palestinos.

De paso, emitía dos mensajes a la Casa Blanca. El primero, que Rusia ya no admite el liderazgo norteamericano en el plano internacional y no se siente socia de la potencia occidental. El segundo, que –si Washington le crea problemas en su periferia-, Moscú puede hacer los mismo en zonas de influencia estadounidense. En resumen, las reglas del juego han cambiado desde 1990/99.

“Existe una tercera razón –recalca el análisis-, aun más estratégica. Rusia siempre ha tenido intereses directos en Levante; al menos, desde el reparto de influencias con Gran Bretaña en Afganistán-Baluchistán (1895) y Persia (1907). Esos intereses abarcan hoy Caucasia, Siria, Irán y Asia central. La penetración norteamericana en los Balcanes, Ucrania y el Báltico es difícil de neutralizar sin desafiae a EE.UU. en Levante, el flanco sudoriental de la Unión Europea y Sudamérica”.

Los errores y fracasos de la política exterior norteamericana ayudan. Washington invadió Irán, supuestamente, para imponer la democracia, pero esa guerra lleva tres años sin señales de concluir. También apoyó elecciones limpias en Palestina: lo fueron más que en Irak o Haití, pero las ganó la facción más opuesta a Occidente. Mientras, la situación empeora en Afganistán, donde la “democracia” se limita a media docena de ciudades. Israel, sin un reemplazante definitivo de Ariel Sharón, parece dispuesto a conversar con Hamás.

Este complejo ajedrez incluye el negocio de las armas, vieja fuente de ingresos para israelíes y magnates árabes. “Dada la solidez de la industria bélica rusa –observa Friedman-, más avanzada que cuanto se supone en Occidente, Moscú puede recobrar su antiguo papel como proveedor de gobiernos y grupos hostiles a EE.UU”.

Ahora bien ¿qué pasa con la rivalidad rusosaudí en materia de hidrocarburos? ¿y con la influencia árabe en Chechenia? La insurgencia musulmana en el Cáucaso y Asia central es de tipo wajjabí, la secta sunní quizá más estricta (salvo para sus propios jeques). Por tanto, se relaciona con al-Qa’eda. Osama bin Laden pertenece a un clan noble yemenía, fuerte en Saudiarabia, rival petrolero de Rusia. Moscú, pues, sospecha nexos entre Riyadh –el alfil norteamericano en Levante- y los chechenos.

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