Las promesas de compensación para los perjudicados por el incesante avance tecnológico, la globalización, el comercio y la inmigración, fueron muchas. Pero pocas veces se tradujeron en políticas concretas.
Esa fue la base argumental a la que se aferraron los apóstoles de la retirada de la Unión Europea. Recuperar el poder perdido a manos de una burocracia continental con sede en Bruselas (aunque sea para entregarlo a otra burocracia en Londres).
Es el argumento exacto que le cuadra a Donald Trump que celebró alborozado los resultados que insuflan aire a su alicaída campaña. “En noviembre –dice – volveremos a declarar la Independencia”. Y redondea: habrá oportunidad de rechazar los mandatos de una élite global (en la que, obviamente incluye a Hillary Clinton). Élite en la que estarían académicos, políticos, consultores y los directivos de las grandes empresas multinacionales.
Hay una base para que estos argumentos cautiven. Los estudios económicos demuestran que muchas comunidades estadounidenses fueron vulnerables a la competencia planteada por China y otras economías emergentes. Lo que falló en la dirigencia estadounidense –que tan bien ha detectado Trump- es la elaboración de políticas que mitiguen esos duros impactos para seguir reconociendo los beneficios del comercio global.
Si Estados Unidos no quiere correr el riesgo de provocar un terremoto global de mayor magnitud que Brexit, debe evitar el triunfo de Trump. Y para eso es necesario actuar rápido y hablar a los enojados y empobrecidos con buenos argumentos, y sin condescendencia paternal.