Lavagna es un “no candidato” opositor con programa explícito

Sin partido ni alianza detrás, Roberto Lavagna lanza mediante una costosa solicitada su propuesta socioeconómica. En otras palabras, patea la pelota hacia un heterogéneo, por momentos caótico caleidoscopio político opositor.

30 noviembre, 2006

Hace cincuenta años, un audaz y poco escrupuloso político otrora funcionario del primer gobierno peronista apelada a los medios, vía solicitadas y luego espacios radiotelevisuales, para llegar no a presidente sino a tsar económico. Pero, a diferencia de Lavagna (ex ministro de un gobierno justicialista), Álvaro Carlos Alsogaray fabricaba partidos y, una vez logrados sus fines, los rompía.

Lavagna tampoco sigue el modelo de Francisco Manrique, que desde su origen militar buscó el poder civil vía partido propio. Sea como fuere, el ex gestor del canje presenta un programa socioeconómico, con escasos ingredientes políticos, “para 2007/11”. Naturalmente, todos saben que lo ha hecho como precandidato, al menos.

La intención es armar una candidatura partiendo de quienes acepten esta propuesta, sin distinción de nombras o antecedentes. Sin considerar el estruendoso fracaso de Raúl Alfonsín (la alianza que se hizo pedazos en 2000/1), lo de Lavagna es original en Argentina y hasta podría funcionar. Especialmente si deja de lado figuras y figurones que se han quemado chocando, sin éxito, contra Néstor Kirchner y su proyecto, hoy en problemas a causa del entorno, no de la oposición.

En esencia, el programa Lavagna incluye las claves siguientes. (1) Saldar la deuda social creando empleo, seguridad y mayor calidad institucional, educativa y científica. (2) Redistribuir mejor el ingreso nacional. (3) Dólar alto, incentivos a inversiones de todo tipo y paulatina reducción del IVA –un tributo regresivo pero cómodo- como instrumento de política tributaria. (4) Plazos más amplios para créditos, sobre todo hipotecarios. (5) Libertad de precios y actualización de ciertas tarifas.

Fiel a su formación contable, el ex ministro no desdeña elementos monetaristas y los mezcla con varios de tipo estructuralista. Por supuesto, la “libertad de precios” es algo raro, aun entre las potencias económicas, salvo que se piense en el mercantilismo decimonónico que predican algunos medios anglosajones. A su vez, el manejo del canje lo sindica como flexible y bastante imaginativo, aunque su carácter arrogante sea un lastre (en eso lo acompañan Ricardo López Murphy y Mauricio Macri, dos aliados potenciales).

Ese rasgo del precandidato quedó evidente al presentar el plan. En efecto, sus puntos no han sido consultados, consensuados ni debatidos con sectores presumiblemente afines. O sea, repite el pecado de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en 1958/62. Por entonces, ese gobierno demostró con los hidrocarburos la sagacidad de Lavagan con la deuda externa, aunque cometió graves errores en materia de educación o relaciones con el peronismo y los militares.

El fin básicamente político de la propuesta surge no de sus puntos, sino de expresiones del ex ministro. A su criterio, “el gobierno de Kirchner (que integró) realiza una gestión de soluciones coyunturales, sectorializadas, contradictorias y no sostenibles”. Razón no le falta pero, por su parte, el plan Lavagna omite factores estructurales de largo alcance, en particular la crisis de productos primarios y la inserción en un mundo donde hasta la globalización ya se cuestiona.

Hilando fino, podría señalarse que a la propuesta le faltan elementos presentes en el “grupo Fénix”. Pero éste nunca llegó a proponer un programa coherente, quizá por exceso de académicos sin anclaje en los sectores económicos y financieros.

Hace cincuenta años, un audaz y poco escrupuloso político otrora funcionario del primer gobierno peronista apelada a los medios, vía solicitadas y luego espacios radiotelevisuales, para llegar no a presidente sino a tsar económico. Pero, a diferencia de Lavagna (ex ministro de un gobierno justicialista), Álvaro Carlos Alsogaray fabricaba partidos y, una vez logrados sus fines, los rompía.

Lavagna tampoco sigue el modelo de Francisco Manrique, que desde su origen militar buscó el poder civil vía partido propio. Sea como fuere, el ex gestor del canje presenta un programa socioeconómico, con escasos ingredientes políticos, “para 2007/11”. Naturalmente, todos saben que lo ha hecho como precandidato, al menos.

La intención es armar una candidatura partiendo de quienes acepten esta propuesta, sin distinción de nombras o antecedentes. Sin considerar el estruendoso fracaso de Raúl Alfonsín (la alianza que se hizo pedazos en 2000/1), lo de Lavagna es original en Argentina y hasta podría funcionar. Especialmente si deja de lado figuras y figurones que se han quemado chocando, sin éxito, contra Néstor Kirchner y su proyecto, hoy en problemas a causa del entorno, no de la oposición.

En esencia, el programa Lavagna incluye las claves siguientes. (1) Saldar la deuda social creando empleo, seguridad y mayor calidad institucional, educativa y científica. (2) Redistribuir mejor el ingreso nacional. (3) Dólar alto, incentivos a inversiones de todo tipo y paulatina reducción del IVA –un tributo regresivo pero cómodo- como instrumento de política tributaria. (4) Plazos más amplios para créditos, sobre todo hipotecarios. (5) Libertad de precios y actualización de ciertas tarifas.

Fiel a su formación contable, el ex ministro no desdeña elementos monetaristas y los mezcla con varios de tipo estructuralista. Por supuesto, la “libertad de precios” es algo raro, aun entre las potencias económicas, salvo que se piense en el mercantilismo decimonónico que predican algunos medios anglosajones. A su vez, el manejo del canje lo sindica como flexible y bastante imaginativo, aunque su carácter arrogante sea un lastre (en eso lo acompañan Ricardo López Murphy y Mauricio Macri, dos aliados potenciales).

Ese rasgo del precandidato quedó evidente al presentar el plan. En efecto, sus puntos no han sido consultados, consensuados ni debatidos con sectores presumiblemente afines. O sea, repite el pecado de Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en 1958/62. Por entonces, ese gobierno demostró con los hidrocarburos la sagacidad de Lavagan con la deuda externa, aunque cometió graves errores en materia de educación o relaciones con el peronismo y los militares.

El fin básicamente político de la propuesta surge no de sus puntos, sino de expresiones del ex ministro. A su criterio, “el gobierno de Kirchner (que integró) realiza una gestión de soluciones coyunturales, sectorializadas, contradictorias y no sostenibles”. Razón no le falta pero, por su parte, el plan Lavagna omite factores estructurales de largo alcance, en particular la crisis de productos primarios y la inserción en un mundo donde hasta la globalización ya se cuestiona.

Hilando fino, podría señalarse que a la propuesta le faltan elementos presentes en el “grupo Fénix”. Pero éste nunca llegó a proponer un programa coherente, quizá por exceso de académicos sin anclaje en los sectores económicos y financieros.

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