Lavagna dispara sobre Wolfensohn y el Banco Mundial

Le cayó mal al gobierno Argentina el centenar de páginas donde el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial) condiciona créditos. “Hay errores de diagnóstico, cortoplacismo y falta de autocrítica”, sostiene Economía.

29 noviembre, 2003

Siete carillas le bastaron a Roberto Lavagna para cuestionar las 104 subscriptas por James Wolfensohn, presidente del BIRF y defensor a ultranza del sector financiero. En sus “comentarios”, sugestivamente paralelos a los de Anne Krueger, otra adalid de acreedores privados, promueve pautas de gestión en exceso rígidas.

De lo adoptarse, el Banco Mundial rebajaría de US$ 5.000 a 3.500 millones la asistencia al país en el quinquenio 2004-8. Cualquiera de ambas cifras es magra. Por supuesto, medios y analistas fieles a la peculiar “ortodoxia” FMI-BIRF atribuyen la reacción del gobierno a “falta de avances en la restructuración de deudas”.

La situación y las perspectivas locales, señala Economía, “se encaran con criterios cortoplacistas y una actitud autocomplaciente respecto de políticas y comportamientos del propio BM, que impiden un análisis objetivo”. Por el contrario, Wolfensohn –que no redactó el documento, pero lo firma- cree que la actitud de la entidad fue “rápida y flexible”.

El gobierno tacha las argumentaciones del BIRF de “parciales, tendenciosas y autojustificativas. Se busca convalidar las políticas aplicadas en los 90” (que incluían un dólar fijo muy barato). Tanto los comentarios del banco como la réplica argentina coinciden en los signos de recuperación que exhibe la economía real: el PBI proyecta 7,6% de ritmo anual para este semestre.

Resulta ilustrativo comparar esas pautas –hoy desdeñadas por Alemania y Francia- con la absoluta “heterodoxia” aplicada por la administración de George W.Bush en Estados Unidos. Según las teorías de Wolfensohn y Krueger, elevar el gasto militar a US$ 488.800 millones, elevar el déficit fiscal y el gasto social a niveles similares debieran ser pecados imperdonables.

Pero el FMI y el BM no opinan sobre las finanzas norteamericanas, pese al rojo por US$ 5,5 billones en cuenta corriente. Tampoco parece preocuparles la insuficiencia de ahorro interno, el endeudamiento de los consumidores ni el déficit de US$ 1.700 millones diarios en materia de inversión externa directa. Precisamente por notar esas inconsistencias, Joseph Stiglitz (Nobel económico 2001) fue despedido del BIRF por Wolfensohn, a instancias de Washington.

Siete carillas le bastaron a Roberto Lavagna para cuestionar las 104 subscriptas por James Wolfensohn, presidente del BIRF y defensor a ultranza del sector financiero. En sus “comentarios”, sugestivamente paralelos a los de Anne Krueger, otra adalid de acreedores privados, promueve pautas de gestión en exceso rígidas.

De lo adoptarse, el Banco Mundial rebajaría de US$ 5.000 a 3.500 millones la asistencia al país en el quinquenio 2004-8. Cualquiera de ambas cifras es magra. Por supuesto, medios y analistas fieles a la peculiar “ortodoxia” FMI-BIRF atribuyen la reacción del gobierno a “falta de avances en la restructuración de deudas”.

La situación y las perspectivas locales, señala Economía, “se encaran con criterios cortoplacistas y una actitud autocomplaciente respecto de políticas y comportamientos del propio BM, que impiden un análisis objetivo”. Por el contrario, Wolfensohn –que no redactó el documento, pero lo firma- cree que la actitud de la entidad fue “rápida y flexible”.

El gobierno tacha las argumentaciones del BIRF de “parciales, tendenciosas y autojustificativas. Se busca convalidar las políticas aplicadas en los 90” (que incluían un dólar fijo muy barato). Tanto los comentarios del banco como la réplica argentina coinciden en los signos de recuperación que exhibe la economía real: el PBI proyecta 7,6% de ritmo anual para este semestre.

Resulta ilustrativo comparar esas pautas –hoy desdeñadas por Alemania y Francia- con la absoluta “heterodoxia” aplicada por la administración de George W.Bush en Estados Unidos. Según las teorías de Wolfensohn y Krueger, elevar el gasto militar a US$ 488.800 millones, elevar el déficit fiscal y el gasto social a niveles similares debieran ser pecados imperdonables.

Pero el FMI y el BM no opinan sobre las finanzas norteamericanas, pese al rojo por US$ 5,5 billones en cuenta corriente. Tampoco parece preocuparles la insuficiencia de ahorro interno, el endeudamiento de los consumidores ni el déficit de US$ 1.700 millones diarios en materia de inversión externa directa. Precisamente por notar esas inconsistencias, Joseph Stiglitz (Nobel económico 2001) fue despedido del BIRF por Wolfensohn, a instancias de Washington.

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