<p>El mismo diagnóstico hacen, según observadores en Hong Kong, Singapur y Delhi, que China, Rusia, Brasil e India mantengan un llamativo silencio de radio o de Twitter. Ni siquiera WikiLeaks –cuarto sitio del mundo en visitas- abandona una discreción inimaginable otrora en Julian Assange. Entretanto, las revueltas acabaron con el “rey” de Túnez, están liquidando al ra’is egipcio, cercan a Yemen o Jordania y ensombrecen el futuro de otras dinastías (Marruecos, Argelia, Siria, Omán).<br />
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En cierto sentido, esta ola revierte el maremoto nacionalista desencadenado, también en Egipto, por otro jefe carismático, Gamal Abdel Nasser (1956), pero anticipado por el general Mohammed Naghib (1952). Esa explosión de arabismo atravesó varias fases, casi todas cifradas en los enfrentamientos con Israel (1948/73).<br />
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Otro factor, en este caso “interno”, fue la división del frente árabe en autocracias laicas –por ejemplo, Egipto, Siria, Sudán, Irak, Argelia, Yemen, Túnez- y monarquías islámicas, como Saudiarabia, Marruecos, Omán, Kuwait, Qatar, Bahrein o la Unión de Emiratos Árabes (estos cinco, virtuales satélites de los saudíes).<br />
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Solitario, Líbano trató de mantener una democracia laica hasta que, en 1975, las ambiciones sirias e israelíes lo convirtieron en campo de batalla. Recién empezando el siglo XXI, el pequeño país recobró cierto pluralismo étnico y político.<br />
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Hoy nadie está seguro de nada en Levante. Supuesto que este fin de semana Estados Unidos logre iniciar el desplazamiento no traumático de Mubarak, se abrirá un proceso de pacificación, aunque sólo en Egipto. Túnez lo intenta no sin problemas y Yemen quizá busque una salida cosmética. Algunas monarquías –Jordania, Marruecos- ensayan o ensayarán soluciones “moderadas”. El resto, salvo Irak (un ejercicio de democracia con dos etnias y otras tantas variantes religiosas), parece aferrado a la autocracia sunnita (Saudiarabia, los estados del Golfo, Omán, Sudán). Quedan dos regímenes laicos, autoritarios y familiares, Siria y Libia.<br />
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Las dinastías árabes no están libres de crisis
En este desarme pleno de sangrientas ironías, Hosní Mubarak es apenas un caso extremo. Tal vez tenga razón y una renuncia ya mismo siembre la anarquía, no sólo en Egipto. Eso explica el guante de seda que Barack Obama no acaba de sacarse.