En la historia económica argentina, pocas veces los datos han generado una narrativa tan divergente de la experiencia cotidiana como en el primer trimestre de 2025. Desde los estrados oficiales se proclama, con entusiasmo casi mesiánico, la aparición de una recuperación en “V”, una “revolución industrial”, y un boom de consumo que remite —según se insiste— a las mejores épocas de la economía nacional. Sin embargo, si el periodismo debe algo al lector, es la tarea de distinguir entre el discurso político y los hechos, entre la estadística manipulada y la realidad concreta de la producción, el empleo y el consumo. Es aquí donde debe intervenir el análisis económico serio, y donde la función del analista —como la del historiador riguroso— no consiste en aplaudir relatos sino en deconstruirlos.
El argumento de la recuperación en “V” parte de una comparación interanual que muestra una variación positiva del Producto Bruto Interno del 6%, acompañada de un incremento del 12% en el consumo y del 32% en la inversión. ¿Estamos ante una nueva primavera productiva? La respuesta, desgraciadamente, es negativa. Los datos en cuestión ocultan una premisa fundamental: el punto de partida de la comparación. El primer trimestre de 2024 fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos más contractivos de la historia reciente, con un PBI desplomado por los efectos de la sequía, el ajuste fiscal y la incertidumbre política. Desde esa profundidad, cualquier rebote —por leve que sea— puede adquirir proporciones espectaculares si se lo presenta porcentualmente.
Aquí aparece un concepto crucial: el PBI no agropecuario. Desarrollado con agudeza por el equipo de la consultora Maynard, esta variable excluye el efecto rebote de la actividad agropecuaria, cuya expansión de 40 a 50% en 2024 se debió a la reversión climática más que a mejoras estructurales. Este indicador, mucho más fiel al pulso productivo del país, muestra una recuperación más modesta y, lo que es más relevante, un estancamiento en 2025. El EMAE, estimador mensual de la actividad, confirma esta tesis: entre noviembre de 2023 y marzo de 2025, la economía apenas superó el pico pre-crisis en un magro 3%, y desde entonces se encuentra amesetada.
¿Dónde está, entonces, la revolución industrial? Difícil ubicarla si la utilización de la capacidad instalada se mantiene por debajo del 60%, es decir, con un 40% del aparato productivo ocioso. Una verdadera expansión industrial comienza cuando el capital instalado se agota, no cuando permanece subutilizado. La expansión de la inversión, como bien señala el informe, parece obedecer más al bajo punto de partida que a un ciclo virtuoso de acumulación de capital.
También se alude a un consumo en alza. Pero el gráfico presentado sobre consumo masivo —el que efectivamente llega a las góndolas y se expresa en bienes cotidianos— muestra una caída persistente durante los primeros cinco meses de 2025. ¿Cómo se explica este desfase? Muy probablemente por la disparidad entre el consumo no masivo —autos, electrodomésticos, bienes durables financiados por crédito— y el consumo popular, golpeado por la caída del salario real y el desempleo. Es un consumo de clases medias y altas, no de recuperación inclusiva.
Es aquí donde se impone una distinción clave: la salida de la recesión, si la hubo, es parcial, desigual y precaria. El crecimiento no ha logrado recomponer el nivel pre-crisis si se lo mide con la vara adecuada; la inversión se da en un contexto de alta capacidad ociosa; el consumo está segmentado; y el empleo, como veremos más adelante, no acompaña.
Un gobierno tiene derecho a construir su discurso, sobre todo en un año electoral. Pero el analista tiene el deber de someter ese discurso al tribunal de la evidencia. El actual oficialismo exhibe, por un lado, políticas contractivas —fiscal, cambiaria, de ingresos— que operan como freno a la expansión, y por el otro, proclama haber desencadenado un auge económico. La contradicción es flagrante.
Decía Lord Keynes que “lo que no se puede medir, no se puede mejorar”. Pero tan importante como medir es saber qué medir. El caso argentino de 2025 recuerda, con inquietante fidelidad, otras épocas de exuberancia narrativa donde el maquillaje estadístico encubría un tejido productivo raquítico. El desafío, una vez más, es distinguir entre lo que brilla y lo que vale.












