El pasado no se repite -al menos de la misma forma- pero las señales que revelan un aumento del desorden están a la vista. El régimen monetario hace casi imposible acumular reservas, a pesar de que el país enfrenta los mejores términos de intercambio desde que se registran, en 1986, con una metodología homogénea. Así lo afirma el editorial de la revista Indicadores de Coyuntura de FIEL, que firma José Luis Bour.
Hay una tendencia incipiente, pero persistente, a la huida del peso que se manifiesta, entre otros indicadores, en una caída de la base monetaria en términos reales y, más recientemente, del M2 privado, y desde hace bastante se refleja en el exceso de demanda de durables, construcción y todo lo que huela a dólares.
El gasto público primario vuela y el déficit solo puede ser contenido con una inflación que se acelera (acelerando la recaudación de impuestos transaccionales y erosionando alguna parte del gasto). No es posible tirar anclas, no solo porque la política no lo admite –los salarios “deben ganarle a la inflación”-, sino porque la aceleración inflacionaria es el instrumento utilizado para cerrar las cuentas y mantener entre los asalariados el velo de la ilusión monetaria.
Si la macro va mal, la microeconomía está un poco peor. Los indicadores de productividad siguen cayendo, reflejándose en empleo precario sin contratos (todo el empleo crece como actividades por cuenta propia e informales y, por supuesto, también crece el empleo público).
Con precios relativos intervenidos, que no reflejan la escasez relativa entre sectores y por lo tanto no pueden guiar las decisiones de inversión, el crecimiento económico se detiene. Y ello ocurre en momentos en que la demanda por productos que, potencialmente, puede generar la Argentina crece en forma exponencial.
Cerrarse al mundo y trabar la producción en este contexto, tanto de bienes como de servicios exportables, es locura. Pero no puede negarse que hay método en ello, aunque se trata de un método que no cumple con una ley básica de la selva: el depredador no puede aumentar la tasa de extracción de las especies depredadas más allá de cierto límite, por encima del cual la comida se acaba, y todos mueren.
El problema –por si no resulta clara la alusión- es la sostenibilidad de las políticas que pasado cierto punto de freno de las “fuerzas productivas” llevan a un cierre del horizonte (generalizando la idea de que “no hay futuro”) y anticipan un choque inevitable, en esta Administración o en la próxima. Siempre hay tiempo para corregir, pero ello requiere un mínimo de capacidades que no siempre están disponibles.