Era el gran centro de consulta del multilateralismo bajo la gravitación de Estados Unidos. Este poderoso miembro del G7 daba su visión del escenario mundial, y con entusiasmo o con renuencia, esa perspectiva era asumida por el resto del selecto club.
La situación ha cambiado como lo demuestran las expectativas para la reunión del grupo en Montreal, Canadá. No hay posibilidad de lograr un entendimiento entre Estados Unidos y sus más cercanos aliados, indignados por la imposición de aranceles para limitar la importación de bienes y servicios, en búsqueda de mayor equilibrio para la balanza comercial de la superpotencia.
Pero en esencia, Donald Trump está decididamente en contra del multilateralismo y demuestra bastante eficacia para torpedearlo.
Antes, todo era sencillo. Y la economía global era algo sencillo de encaminar. Bastaba que el G7asumiera los criterios formulados por Estados Unidos, los hiciera suyos, y los trasladara a otros organismos internacionales y a otras áreas de influencia.
Pero, por un lado el ascenso indetenible de China como potencia de primer orden, y los efectos persistentes de la gran crisis financiera global de 2008, alteraron el panorama de modo decisivo.
Se pensó que el G20, una ampliación conveniente, podría ser un mecanismo eficaz para mantener viva la situación tradicional. Pero no funcionó así, como se esperaba. Especialmente en el campo del comercio internacional, cero influencia.
Esta es la peor crisis de cooperación internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Mucho más seria que las divergencias por la renegociación de Bretton Woods en los años 70.
La nueva realidad es que nadie tiene hegemonía, y que no hay ningún país capaz de reemplazar con eficiencia a Estados Unidos. Sí queda despejado el camino para explorar algún tipo de entendimiento entre los 6 abandonados y la nueva influencia de China. Un favor que Beijing debe agradecer a Washington. En el corto plazo, no hay nada por hacer. Y cuando Trump esté fuera de la Casa Blanca, quien sabe si la nueva dirigencia querrá volver atrás o explorar nuevas avenidas. Por ahora, el único mérito es que el G7 no se ha desintegrado formalmente.