En la recesión, que empezó en diciembre de 2007 y concluyó en julio de 2009, “todos perdieron patrimonio, tanto los ricos como la clase media como los pobres”, dijo Fabian Pfeffer, del instituto de Investigación Social en la Universidad de Michigan.
“La gente en la cima de la pirámide económica perdió cantidades enormes de capital pero, en proporción a su patrimonio familiar y los ingresos, la clase media y los pobres perdieron mucho más”, añadió el autor de la investigación en forma telefónica.
El hogar medio estadounidense, según Pfeffer, ya venía perdiendo valor desde comienzos de la década de 2000 y lo que ocurrió con la generación de la burbuja inmobiliaria fue una aparente revalorización de los bienes raíces que ocultó aquella pérdida.
“Cuando se desplomó el mercado inmobiliario todo se vino abajo”, agregó.
En el período previo a la Gran Recesión, las familias situadas en la franja media de la distribución de riqueza incrementaron su valor neto (la suma de todos los activos menos las deudas) de 88.000 dólares en 2003 a 99.000 dólares en 2007, según el estudio.
Pero los incrementos de riqueza entre las familias por encima de esa franja media fueron sustancialmente mayores.
El valor neto de las familias en el percentil 75 creció en más de 65.000 dólares, por ejemplo, y las del percentil 95 lo incrementaron en más de 436.000 dólares.
Después de la Gran Recesión, la riqueza disminuyó en todos los niveles de la distribución. Pero para 2013 la riqueza entre los hogares en el percentil 95 o más arriba seguía siendo todavía más alta que en 2003.
Por contraste, en todos los niveles inferiores de la distribución de riqueza el valor neto resultó siendo más bajo que en 2003.
De hecho, según los investigadores, hacia 2013 el valor neto del hogar estadounidense típico era un 20 por ciento inferior que a mediados de la década de 1980, y el valor neto en el percentil 25 cayó en más del 60 por ciento.
Un estudio dirigido por Christopher Murray, de la Universidad de Washington, que incluyó el análisis más completo de la situación de salud en Estados Unidos en quince años, encontró que la expectativa de vida subió de 75,2 años en 1990 a 78,2 años en 2010.
Pese a estas cifras, entre los treinta y cuatro países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), Estados Unidos pasó del puesto 18 al 27 en lo que se refiere a la expectativa de vida, porque entre los otros países la mejoría fue superior, según el estudio de Murray.
Pero más allá del promedio nacional, está la realidad de la distribución geográfica de los ingresos y patrimonios, y el estudio encontró que la expectativa de vida varía enormemente entre los condados más pobres y los condados más ricos del país.
“Hay sitios como Misisipi o Virginia Occidental donde la expectativa de vida está en la mitad de los 60 años para los hombres y menos de 75 años para las mujeres”, explicó Murray. “Ésas son cifras comparables con varios de los países más pobres”, dijo.
El estudio encontró que las personas que viven en áreas acaudaladas como San Francisco, Colorado o las barriadas al norte y el este de Washington DC gozan de una buena salud comparable a los habitantes de Suiza o Japón.
Pero las condiciones de salud de quienes viven en los Apalaches o las zonas rurales del Sur son comparables a las de los habitantes de Argelia o Bangladesh.
“La economía estadounidense ha experimentado una creciente desigualdad de ingresos y patrimonio durante varias décadas y hay pocos indicios de que estas tendencias vayan a cambiar a corto plazo”, dijo Pfeffer.