jueves, 26 de diciembre de 2024

La inestabilidad hace pensar en cambios fijos u otra moneda común

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Lo único serio en Davos fue un debate en torno del dólar y otras divisas. Pero más interesante es un trabajo hecho para la reunión del Grupo de los 7, que habla de volver a 1971. Otros sugieren una moneda común entre economías centrales.

Mientras la economía global en apariencia se integra en forma regresiva, el Foro Económico Mundial amaga con resucitar el Consenso de Washington (1989). Los bancos centrales, por el contrario, se muestran reacios a actuar de consuno para morigerar las fluctuaciones entre las principales monedas, problema que les quita el sueño a gobiernos, políticos, empresarios y profesionales de la economía.

Justamente, funcionarios británicos que deben presidir la inminente reunión del G-7 (Londres), plantean discutir el futuro del sistema monetario actual, cuyas bases datan de 1|971, cuando Estados Unidos suspendió –sin llegar nunca a derogar- la convertibilidad del oro en dólares. En verdad, el actual sistema es múltiple: casi todas las monedas (en especial, las de Japón, China, Surcorea, Taiwán, India, Singapur, la ex URSS y los países petroleros) están uncidas al “patrón dólar”. Pero las veinticinco de la Unión Europea lo están al euro, que involucra también al Maghreb y las ex colonias francesas y portuguesas en África.

Pero el panorama no es tan simple como parece. Dentro del área dólar, el yen japonés obra como “subpatrón regional” respecto del yüan, los dólares de Taiwán, Hongkong y Singapur, el won surcoreano y otros. En cuanto al euro, es obligatorio en la Eurozona (los doce países que adhieren a la moneda común, vía Banco Central Europeo), aunque no en el resto de la UE. Salvo los que de entrada no adhirieron (Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia) y los que no están en la UE (Noriega, Islandia, Suiza), son nuevos miembros de la Unión, todavía sujetos a la azarosa suerte de la constitución, que ni siquiera han empezado a discutir el asunto.

Semejante balcanización cambiaria incluye otro detalle: euro, yen y libra flotan libremente entre sí o respecto del dólar. El resto del mundo, no tanto. Los ortodoxos, creen –sin evidencias claras- que es la mejor forma de equilibrar flujos comerciales y financieros. Mervin King, nuevo presidente del Banco de Inglaterra (le dicen “gobernador”, no se sabe bien por qué), estima que recién en 2006 habrá negociaciones sobre el futuro del sistema internacional.

A la inversa, algunos paneles en Davos sostenían que el riesgo de mayor inestabilidad cambiaria es una de las peores amenazas a la economía global. Repitiendo el viejo libreto del Fondo Monetario, insisten en que –de no ser por ello- las perspectivas mundiales son favorables. Como si el enorme triple déficit en Estados Unidos fuese moco de pavo, siendo la clave del desmadre vía la megadeuda titulizada que exige engrosarla continuamente para financiarse.

Un técnico del FEM, Augusto López, afirma que –en vez de tipos más estables y una economía realmente global- “estamos avanzando en dirección contraria, hacia un contexto de fluctuaciones extremas entre las principales monedas”. Varias transnacionales no se sienten felices, porque esta volatilidad las fuerza a modificar o demorar decisiones sobre dónde producir y qué vender. “Estas fluctuaciones desmedidas –subraya el alemán Rainer Hundsdörfer (grupo Wenig, máquinas herramientas)- llevan a decisiones tácticas, dictadas por problemas del momento, pero sin sentido en términos estratégicos”.

Si bien nadie espera resultados del G-7 esta semana, muchos se cifran en la conferencia de Viena –dentro de algunos meses-, cuyo tema será “¿Un nuevo Bretton Woods?”. Martin Hüffner, analista jefe del HVB Gruppe –moderará la tenida sin ser economista macro, síntoma poco tranquilizante-, no cree en las paridades fijas, pero admite que son atractivas. Richard Cooper, profesor de economía en Harvard, tiene otra visión: “Una moneda común para EE.UU., la Eurozona, Gran Bretaña y Japón sería la solución más apropiada. Pero, por ahora, suena a quijotesca”.

El dilema fundamental es la falta de patrones estables. El oro nunca lo fue del todo, especialmente cuando –en 1840/1914- Gran Bretaña lo suspendía a cada rato. Además, la mayoría de los bancos centrales ha vendido gran parte de sus reservas áureas. A su vez, el dólar ha sido muy debilitado por los imparables déficit norteamericanos y la adicción al eudeudamiento externo en EE.UU. En cuanto a los derechos especiales de giro (DEG), el desprestigio de su árbitro, el FMI, los invalida como opción.

Mientras la economía global en apariencia se integra en forma regresiva, el Foro Económico Mundial amaga con resucitar el Consenso de Washington (1989). Los bancos centrales, por el contrario, se muestran reacios a actuar de consuno para morigerar las fluctuaciones entre las principales monedas, problema que les quita el sueño a gobiernos, políticos, empresarios y profesionales de la economía.

Justamente, funcionarios británicos que deben presidir la inminente reunión del G-7 (Londres), plantean discutir el futuro del sistema monetario actual, cuyas bases datan de 1|971, cuando Estados Unidos suspendió –sin llegar nunca a derogar- la convertibilidad del oro en dólares. En verdad, el actual sistema es múltiple: casi todas las monedas (en especial, las de Japón, China, Surcorea, Taiwán, India, Singapur, la ex URSS y los países petroleros) están uncidas al “patrón dólar”. Pero las veinticinco de la Unión Europea lo están al euro, que involucra también al Maghreb y las ex colonias francesas y portuguesas en África.

Pero el panorama no es tan simple como parece. Dentro del área dólar, el yen japonés obra como “subpatrón regional” respecto del yüan, los dólares de Taiwán, Hongkong y Singapur, el won surcoreano y otros. En cuanto al euro, es obligatorio en la Eurozona (los doce países que adhieren a la moneda común, vía Banco Central Europeo), aunque no en el resto de la UE. Salvo los que de entrada no adhirieron (Gran Bretaña, Dinamarca, Suecia) y los que no están en la UE (Noriega, Islandia, Suiza), son nuevos miembros de la Unión, todavía sujetos a la azarosa suerte de la constitución, que ni siquiera han empezado a discutir el asunto.

Semejante balcanización cambiaria incluye otro detalle: euro, yen y libra flotan libremente entre sí o respecto del dólar. El resto del mundo, no tanto. Los ortodoxos, creen –sin evidencias claras- que es la mejor forma de equilibrar flujos comerciales y financieros. Mervin King, nuevo presidente del Banco de Inglaterra (le dicen “gobernador”, no se sabe bien por qué), estima que recién en 2006 habrá negociaciones sobre el futuro del sistema internacional.

A la inversa, algunos paneles en Davos sostenían que el riesgo de mayor inestabilidad cambiaria es una de las peores amenazas a la economía global. Repitiendo el viejo libreto del Fondo Monetario, insisten en que –de no ser por ello- las perspectivas mundiales son favorables. Como si el enorme triple déficit en Estados Unidos fuese moco de pavo, siendo la clave del desmadre vía la megadeuda titulizada que exige engrosarla continuamente para financiarse.

Un técnico del FEM, Augusto López, afirma que –en vez de tipos más estables y una economía realmente global- “estamos avanzando en dirección contraria, hacia un contexto de fluctuaciones extremas entre las principales monedas”. Varias transnacionales no se sienten felices, porque esta volatilidad las fuerza a modificar o demorar decisiones sobre dónde producir y qué vender. “Estas fluctuaciones desmedidas –subraya el alemán Rainer Hundsdörfer (grupo Wenig, máquinas herramientas)- llevan a decisiones tácticas, dictadas por problemas del momento, pero sin sentido en términos estratégicos”.

Si bien nadie espera resultados del G-7 esta semana, muchos se cifran en la conferencia de Viena –dentro de algunos meses-, cuyo tema será “¿Un nuevo Bretton Woods?”. Martin Hüffner, analista jefe del HVB Gruppe –moderará la tenida sin ser economista macro, síntoma poco tranquilizante-, no cree en las paridades fijas, pero admite que son atractivas. Richard Cooper, profesor de economía en Harvard, tiene otra visión: “Una moneda común para EE.UU., la Eurozona, Gran Bretaña y Japón sería la solución más apropiada. Pero, por ahora, suena a quijotesca”.

El dilema fundamental es la falta de patrones estables. El oro nunca lo fue del todo, especialmente cuando –en 1840/1914- Gran Bretaña lo suspendía a cada rato. Además, la mayoría de los bancos centrales ha vendido gran parte de sus reservas áureas. A su vez, el dólar ha sido muy debilitado por los imparables déficit norteamericanos y la adicción al eudeudamiento externo en EE.UU. En cuanto a los derechos especiales de giro (DEG), el desprestigio de su árbitro, el FMI, los invalida como opción.

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