La cuestión: tras las elecciones ¿pragmatismo o más controles?

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Aún con sus crisis recurrentes, no ha sido común la existencia de brechas cambiarias por encima del 100 % y que hayan perdurado.

En la década del 80 hubo dos momentos en los que la brecha cambiaria superó el 100 %, en la Guerra de Malvinas y durante la hiperinflación.

Hay que remontarse a la década del 70 para encontrar brechas cambiarias superiores al 100%, que a su vez perduraron a lo largo de varios años, con el pico de 370 %, durante el “Rodrigazo”, de acuerdo a los datos de la consultora FMyA, recuerda el IERAL de la Fundación Mediterránea.

En realidad, la evolución del precio del dólar en el mercado libre, ahora en el andarivel de los 200 pesos, tiende a reflejar desequilibrios monetarios. Comparando la evolución de la “Base Monetaria Amplia” con la de las reservas brutas del Banco Central, se tiene que a fin de octubre se contabilizaban 188,1 pesos de la BMA por cada dólar de las reservas brutas, cuando a fin de 2020 esa ratio había sido de 131,4 y de 66,0 a fin de 2019 • Por otra parte, para la magnitud de la brecha cambiaria importa también la trayectoria del tipo de cambio en términos reales en el mercado oficial. Calibrar el grado de “atraso cambiario” (sobrevaluación del peso) en el presente es, de todos modos, “materia opinable”, siendo que fuentes oficiales prefieren usar la referencia del tipo de cambio bilateral entre el dólar y el peso, que muestra que la paridad actual se encuentra bastante alineada con el promedio del período que va entre 1997 y 2021.

Sin embargo, contradice ese argumento el hecho que desde 1997 se ha acumulado una diferencia de 19,5 puntos entre la mejora de la Productividad Total de Factores de los Estados Unidos y la caída experimentada por la Argentina.

Utilizando como deflactor el gasto público en pesos corrientes, en lugar del IPC, para calcular el tipo de cambio real; la referencia que dan las paridades con el real brasileño y el peso chileno; o el tipo de cambio bilateral con Estados Unidos, pero corregido por productividad, se llega a números parecidos, respecto de la posible sobrevaluación del peso en términos reales en el mercado oficial de cambios.

¿Qué herramientas existen para limitar el traspaso a precios de una eventual devaluación?. Hay una gama amplia, desde las más heterodoxas a las más ortodoxas. Entre las opciones del catálogo “heterodoxo” se encuentra la típica “devaluación compensada”, que implica una suba de retenciones a las exportaciones al mismo tiempo que se anuncia el ajuste del tipo de cambio.

A su vez, la modificación de los impuestos a las exportaciones podría ser exclusiva para el complejo agroindustrial, o para todos los sectores; también podría ser transitoria o permanente, entre otras variantes.

Dentro del catálogo más “ortodoxo”, se intenta que una devaluación sea “exitosa” (en el sentido de cambiar los precios relativos de una vez) a través del anclaje de las expectativas inflacionarias, lo cual requiere dosis de política fiscal y monetaria más contractivas, o menos expansivas, según el mix a adoptar.

Si fuera por este camino, el gobierno debería modificar la meta de déficit primario para 2022, ya que el rojo de 3,3 % proyectado en el Presupuesto es incompatible con el objetivo de anclar las expectativas.

Por el momento, sólo se trata de conjeturas, sin que el gobierno haya dado señales claras respecto del rumbo que habrá de tomar tras las elecciones de este domingo, ni tampoco del timing para ejecutarlas. Pero, del otro lado, hay múltiples urgencias que sugieren que la Administración no debería dejar pasar un día tras los comicios, y no sólo por el poco tiempo que queda para cerrar negociaciones con el FMI y evitar el default con los organismos.

Desde principios de 2019, el Indice de Precios al Consumidor (hasta setiembre), ha subido un 187 %, los precios mayoristas lo hicieron un 200%, pero el promedio simple de las tarifas de electricidad, agua y gas lo ha hecho apenas un 52 % en CABA. Se trata de una situación insostenible, por la magnitud de los subsidios involucrados y por el hecho que la única forma de financiarlos ha pasado a ser la emisión monetaria.

 

 

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