Con gesto de fastidio, el presidente George W.Bush admitió que él tampoco había contado con información clara ni correcta sobre el arsenal de Saddam. “Quiero conocer los hechos y saber la verdad”, afirmó y, de inmediato pidió una investigación imparcial, en lo que coincidieron el sábado Colin Powell y Condoleezza Rice. No Richard Cheney ni Dobald Rumsfeld (Defensa), que se aferran a la invasión como a un mandato divino.
No obstante, quien afronta problemas por ahora más severos es Tony Blair, primer ministro británico. Todo deriva de lo que el gobierno creyó la solución perfecta: el informe de un investigador en apariencia independiente, pero con antecedentes represivos y vieja inquina a la British Broadcasting Corporation (BBC).
James Brian Hutton, barón de Bresagh, pertenece a la ultrarreaccionaria aristocracia angloirlandesa, originada en siglos de dominio feudal sobre Erin. Sin grandes luces pero con notable influencia en la extrema derecha de Ulster, durante treinta años encarnó la represión más dura en esa provincia.
Ahora, el mismo Hutton (72 años, ya jubilado) aprovechó la misión encomendada por Blair – nadie sabe exactamente el motivo de esta elección- para lanzar un embate contra la BBC tan gratuito y arbitrario que hasta su máximo crítico, el “Daily Mail” salió a defenderla. Al día siguiente de difundirse un informe donde no se responden dos preguntas claves (¿había o no AMD en Irak? ¿la inteligencia británica le pasó o no al gobierno datos falsos?), la imagen de Blair volvió a caer.
Algunos medios pusieron la palabra “blanqueo” (whitewashing) en tapa. Otros cuestionaron la imparcialidad de Hutton. Una encuesta de IMC para “The Guardian” reveló que, de cada cuatro consultados, tres le creían a la BBC, no a Blair. Según un sondeo publicado en el “Daily Telegraph”, 89% del público apoya a la BBC. Además, 56% sospecha que Hutton respondía a sugestiones del gobierno.
Sin duda, las manifestaciones de Kay en Washington acentuaron la hostilidad de la opinión pública británica ante el sesgado informe, su autor y el gobierno que se lo encomendó. Tampoco ayudan trascendidos sobre el perfil de inestabilidad psíquica que exhibía David Kelly, el “científico” cuyo suicidio continúa en duda.
Con gesto de fastidio, el presidente George W.Bush admitió que él tampoco había contado con información clara ni correcta sobre el arsenal de Saddam. “Quiero conocer los hechos y saber la verdad”, afirmó y, de inmediato pidió una investigación imparcial, en lo que coincidieron el sábado Colin Powell y Condoleezza Rice. No Richard Cheney ni Dobald Rumsfeld (Defensa), que se aferran a la invasión como a un mandato divino.
No obstante, quien afronta problemas por ahora más severos es Tony Blair, primer ministro británico. Todo deriva de lo que el gobierno creyó la solución perfecta: el informe de un investigador en apariencia independiente, pero con antecedentes represivos y vieja inquina a la British Broadcasting Corporation (BBC).
James Brian Hutton, barón de Bresagh, pertenece a la ultrarreaccionaria aristocracia angloirlandesa, originada en siglos de dominio feudal sobre Erin. Sin grandes luces pero con notable influencia en la extrema derecha de Ulster, durante treinta años encarnó la represión más dura en esa provincia.
Ahora, el mismo Hutton (72 años, ya jubilado) aprovechó la misión encomendada por Blair – nadie sabe exactamente el motivo de esta elección- para lanzar un embate contra la BBC tan gratuito y arbitrario que hasta su máximo crítico, el “Daily Mail” salió a defenderla. Al día siguiente de difundirse un informe donde no se responden dos preguntas claves (¿había o no AMD en Irak? ¿la inteligencia británica le pasó o no al gobierno datos falsos?), la imagen de Blair volvió a caer.
Algunos medios pusieron la palabra “blanqueo” (whitewashing) en tapa. Otros cuestionaron la imparcialidad de Hutton. Una encuesta de IMC para “The Guardian” reveló que, de cada cuatro consultados, tres le creían a la BBC, no a Blair. Según un sondeo publicado en el “Daily Telegraph”, 89% del público apoya a la BBC. Además, 56% sospecha que Hutton respondía a sugestiones del gobierno.
Sin duda, las manifestaciones de Kay en Washington acentuaron la hostilidad de la opinión pública británica ante el sesgado informe, su autor y el gobierno que se lo encomendó. Tampoco ayudan trascendidos sobre el perfil de inestabilidad psíquica que exhibía David Kelly, el “científico” cuyo suicidio continúa en duda.