Israel sólo puede lograr la paz negociando

Así sostiene Martin van Creveld, historiados militar (universidad hebrea de Jerusalem) en el sitio “Global viewpoint”. La Unión Soviética “ocupó Afganistán en 1979, pero debió abandonarlo diez años después, pagando terribles costos”.

7 agosto, 2006

A los rusos “les llevó ocho divisiones conquistar Kabul, cuando su ejército era el mejor armado, adiestrado y conducido del mundo. En 2003 -prosigue el experto judío-, Estados Unidos necesitó sólo tres semanas para tomar Bagdad y apresar a Saddam Huséin. Pero tal vez sea obligado a retirarse sin haber cumplido sus objetivos”.

Por cierto, un general norteamericano y uno inglés reconocieron, el viernes, que Irak se hundía en la guerra civil. Entretanto, por aferrarse a la intransigencia de EE.UU. e Israel, Tony Blair estaba a un tris de perder el cargo. Volviendo al aspecto castrense, el analista señala: “Fijándonos en el pasado, vemos que la URSS, y más EE.UU., tuvieron que desistir de guerras por completo inútiles, cuando no estúpidas”.

En el caso iraquí, no existían ni existen pruebas de que Saddam estuviese comprometido en ataques terroristas contra EE.UU. Sus presuntas armas de destrucción masiva resultaron ser un mito creado por el entorno de George W.Bush”.

Por supuesto, van Creveld admite que el caso israelí es diferente. En 1968, tras doce años de paz, desde Líbano se desencadenaron ataques sobre territorio judío. Resultado: una vasta intervención israelí en los asuntos internos de ese país y la guerra civil iniciada en 1975. Recién en 1982 se lanzó una invasión en toda la regla y bastó una semana para entrar en Beirut. Hicieron falta dieciocho años para que esas tropas dejasen definitivamente Líbano, sin desarmar a Hezbol-lá.

Teniendo en cuenta esos antecedentes, “el ataque de Hezbol-lá el 12 de julio, donde fueron muertos cinco soldados israelíes y tomados de rehenes otros dos, no debió haber provocado una reacción tan desmedida”. Ni siquiera los árabes, que habían perdido familias enteras en Gaza, llegaron a eso. Pero, además, “la nueva guerra contra Hezbol-lá no se muestra fácil. No sólo porque el enemigo está empleando recursos ofensivos muy superiores a los de los mudyajeddín afganos o los guerrilleros iraquíes, sino porque el avance en Líbano exige mucha más cautela que en 1982”.

Hasta el viernes por lo menos, “los efectos de la campaña israelí no han sido agradables. Como les sucediera a los norteamericanos en Kósovo, Vietnam o Somalía, se han matado no combatientes y, en el caso específico de Caná –lugar emblemático para los cristianos-, la protesta ha desbordado por el mundo. Mientras tanto, los irregulares shi’íes demuestran ser un hueso muy difícil de roer, pues operan desde sitios muy bien conocidos por ellos”.

Por supuesto, amén de lazos con Siria e Irán, “seguramente –señala van Creveld-, Hezbol-lá los tiene con Hamás y otros grupos, no excluyendo ahora Al Qa’eda ni los talibán. Entonces, si la historia significa algo, Israel no podrá obtener una victoria clara sobre sus enemigos. Puede, eso sí, crear una faja de seguridad a lo largo de sus fronteras septentrionales, con o sin una fuerza internacional”. En realidad, hasta ahora ningún país ha movido públicamente un dedo en favor de Líbano y eso es una ventaja para Tel Aviv.

A los rusos “les llevó ocho divisiones conquistar Kabul, cuando su ejército era el mejor armado, adiestrado y conducido del mundo. En 2003 -prosigue el experto judío-, Estados Unidos necesitó sólo tres semanas para tomar Bagdad y apresar a Saddam Huséin. Pero tal vez sea obligado a retirarse sin haber cumplido sus objetivos”.

Por cierto, un general norteamericano y uno inglés reconocieron, el viernes, que Irak se hundía en la guerra civil. Entretanto, por aferrarse a la intransigencia de EE.UU. e Israel, Tony Blair estaba a un tris de perder el cargo. Volviendo al aspecto castrense, el analista señala: “Fijándonos en el pasado, vemos que la URSS, y más EE.UU., tuvieron que desistir de guerras por completo inútiles, cuando no estúpidas”.

En el caso iraquí, no existían ni existen pruebas de que Saddam estuviese comprometido en ataques terroristas contra EE.UU. Sus presuntas armas de destrucción masiva resultaron ser un mito creado por el entorno de George W.Bush”.

Por supuesto, van Creveld admite que el caso israelí es diferente. En 1968, tras doce años de paz, desde Líbano se desencadenaron ataques sobre territorio judío. Resultado: una vasta intervención israelí en los asuntos internos de ese país y la guerra civil iniciada en 1975. Recién en 1982 se lanzó una invasión en toda la regla y bastó una semana para entrar en Beirut. Hicieron falta dieciocho años para que esas tropas dejasen definitivamente Líbano, sin desarmar a Hezbol-lá.

Teniendo en cuenta esos antecedentes, “el ataque de Hezbol-lá el 12 de julio, donde fueron muertos cinco soldados israelíes y tomados de rehenes otros dos, no debió haber provocado una reacción tan desmedida”. Ni siquiera los árabes, que habían perdido familias enteras en Gaza, llegaron a eso. Pero, además, “la nueva guerra contra Hezbol-lá no se muestra fácil. No sólo porque el enemigo está empleando recursos ofensivos muy superiores a los de los mudyajeddín afganos o los guerrilleros iraquíes, sino porque el avance en Líbano exige mucha más cautela que en 1982”.

Hasta el viernes por lo menos, “los efectos de la campaña israelí no han sido agradables. Como les sucediera a los norteamericanos en Kósovo, Vietnam o Somalía, se han matado no combatientes y, en el caso específico de Caná –lugar emblemático para los cristianos-, la protesta ha desbordado por el mundo. Mientras tanto, los irregulares shi’íes demuestran ser un hueso muy difícil de roer, pues operan desde sitios muy bien conocidos por ellos”.

Por supuesto, amén de lazos con Siria e Irán, “seguramente –señala van Creveld-, Hezbol-lá los tiene con Hamás y otros grupos, no excluyendo ahora Al Qa’eda ni los talibán. Entonces, si la historia significa algo, Israel no podrá obtener una victoria clara sobre sus enemigos. Puede, eso sí, crear una faja de seguridad a lo largo de sus fronteras septentrionales, con o sin una fuerza internacional”. En realidad, hasta ahora ningún país ha movido públicamente un dedo en favor de Líbano y eso es una ventaja para Tel Aviv.

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