Irak: los ladrones de museos sabían qué estaban buscando

“Queda todavía mucho por averiguar en torno del vasto saqueo sufrido por museos y sitios arqueológicos en Irak”. Así reveló Matthew Bogdanos, jefe de un equipo investigador que opera en Bagdad y otras ciudades tras la ocupación militar.

25 mayo, 2003

El inventario completo tomará meses, pero el funcionario estima “exagerada” la estimación de 170.000 piezas robadas o destruidas durante los días de pillaje que siguieron a la toma de la capital (8 y 9 de abril). No obstante, han desaparecido miles de obras, algunas de valor e importancia incalculables. Por ejemplo, la estatuilla de Gudea. Los expertos están seguros de que muchas recorren ya una red de traficantes originada en 1991. “Lo de ahora es extraordinario, peto sobran los precedentes”, sostiene James Mintz, investigador privado de Nueva York.

La guerra de 1990/1 “fue decisiva. Lo que antes era un tráfico al menudeo se convirtió –explica Mintz- en una corriente sostenida, gracias al caos posbélico”. Desde ese momento “se han esfumado cientos de antigüedades, especialmente de lugares arqueológicos. El saqueo se convirtió en un comercio y éste fue tendiendo redes en el exterior ”, coincide Anthony Wilkinson (Instituto Oriental, universidad de Chicago).

En teoría, la segunda guerra debió haber sido menos costos. Durante meses, los museólogos iraquíes se prepararon para la emergencia llevado piezas, sellos y códices a refugios antiaéreos en Bagdad, Basora, Mosul, Jorsabad, Kirkuk, etc. Mucho antes, se depositaban en el Banco Central veinte cajas de oro y joyas, inclusive el fabuloso tesoro asirio de Nimrod.

También el Pentágono “es consciente de los riesgos”, admitió (5 de abril), el mayor Christopher Varhola. Pero su reacción fue tardía e insuficiente. Según el experto británico Steven George, el personal del museo de Bagdad abandonó el edificio el martes 8 al mediodía. El miércoles, el arqueólogo Raíd Mohámmed se acercó a una columna de tanques norteamericanos e imploró protección, pues ya había grupos de saqueadores rodeando el museo. Pero el contingente no tenía instrucciones al respecto y, el jueves 10, los ladrones coparon el edificio. George accompañó a Mohámmed y a Dyaber Jalil Ibrahim –jusnta estatal de antigüedades- para hablar con un coronel de infantería. Les prometió una guardia… que recién llegó el miércoles 16, cuando toda había terminado.

George sospecha que el saqueo fue llevado a cabo por ladrones profesionales, conocedores. Por ejemplo, notó que faltaban pieza tan importantes como el cáliz sagrado de Warka (Sumeria, siglo XXX antes de la era común) o la estatua de bronce Basidki, del período acádico (hace unos 4.300 años). Pero “no tocaron las copias del código de Hammurabí o del obelisco negro. Sabían qué buscar”. En total fueron despojadas 120 salas, sin necesidad de violentar puertas. A juicio de Bogdanos, se han recobrado apenas 140 piezas. En cuanto a los depósitos, de 2.100 piezas robadas se recuperaron ochocientas.

“Ya tomada la capital, los militares aliados fueron irresponsables e ineficaces”, acusa el británico Colin Renfrew, director del McDonald Institute. Además, la confusión “in situ” se transmitió a Washington. Por un lado, Donald Rumsfeld (Defensa) calificó de “normal durante transtornos sociales”. Por el otro, Colin Powell (Estado) dijo que los saqueos en las principales ciudades representaban “pérdidas inimaginables para el patrimonio cultural e histórico del mundo”.

Tras descubrirse manuscriptos ocultos, Kevin Bell, vocero de la Aduana británica, sostuvo el 8 de mayo que “puede haber sido una operación interna, con empleados cómplices, pues los saqueadores usaron llaves”. Días después, Bogdanos hablaba de dos grupos: “saqueadores comunes y profesionales en pos de piezas y artículos selectos”. Inquirido sobre la presunta participación de gente alrededor de Saddam Husséin, George la descartó: “A Saddam le importaban las antigüedades, no era como los talibán afganos. Por ejemplo, en 1999 doce ladrones decapitaron un toro asirio en Jorsabad y cortaron la cabeza en once fragmentos para sacarla del país. Pescaron a diez con el botín y Saddam les hizo sufrir la suerte del toro”.

Años antes, tropas iraquíes invadieron Kuweit. Lo primero que hicieron fue sacar de los museos una serie de piezas y enviarlas a guardar en Bagdad. Terminada esa guerra, la mayoría fue devuelta… en perfecto estado y bien catalogada.

Una vez que este tipo de tesoros sale de un país, apenas 5% -como mucho- suele descubrirse o, mucho menos, recobrarse. En el caso actual, empero, las piezas más conocidas serán tan difíciles de vender que, quizá, puedan recuperarse. O queden escondidas por muchos años en millonarias colecciones privadas.

Al levantar las sanciones económicas impuestas en 1991 a Irak, esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU declaró una veda sobre el comercio internacional de propiedad cultural iraquí. Para George, “mejor habría sido cerrar las fronteras del país y ofrecer recompensas por las piezas más importantes. Temo que no se repita lo sucedido en la guerra anterior, cuando mucho material apareció luego en el mercado negro o gris de arte. Hoy la publicidad es tan grande que los intermediarios normales se cuidarán al extremo. El peligro, entonces, es que muchas piezas desaparezcan para siempre del mercado o sean destruidas”.

El inventario completo tomará meses, pero el funcionario estima “exagerada” la estimación de 170.000 piezas robadas o destruidas durante los días de pillaje que siguieron a la toma de la capital (8 y 9 de abril). No obstante, han desaparecido miles de obras, algunas de valor e importancia incalculables. Por ejemplo, la estatuilla de Gudea. Los expertos están seguros de que muchas recorren ya una red de traficantes originada en 1991. “Lo de ahora es extraordinario, peto sobran los precedentes”, sostiene James Mintz, investigador privado de Nueva York.

La guerra de 1990/1 “fue decisiva. Lo que antes era un tráfico al menudeo se convirtió –explica Mintz- en una corriente sostenida, gracias al caos posbélico”. Desde ese momento “se han esfumado cientos de antigüedades, especialmente de lugares arqueológicos. El saqueo se convirtió en un comercio y éste fue tendiendo redes en el exterior ”, coincide Anthony Wilkinson (Instituto Oriental, universidad de Chicago).

En teoría, la segunda guerra debió haber sido menos costos. Durante meses, los museólogos iraquíes se prepararon para la emergencia llevado piezas, sellos y códices a refugios antiaéreos en Bagdad, Basora, Mosul, Jorsabad, Kirkuk, etc. Mucho antes, se depositaban en el Banco Central veinte cajas de oro y joyas, inclusive el fabuloso tesoro asirio de Nimrod.

También el Pentágono “es consciente de los riesgos”, admitió (5 de abril), el mayor Christopher Varhola. Pero su reacción fue tardía e insuficiente. Según el experto británico Steven George, el personal del museo de Bagdad abandonó el edificio el martes 8 al mediodía. El miércoles, el arqueólogo Raíd Mohámmed se acercó a una columna de tanques norteamericanos e imploró protección, pues ya había grupos de saqueadores rodeando el museo. Pero el contingente no tenía instrucciones al respecto y, el jueves 10, los ladrones coparon el edificio. George accompañó a Mohámmed y a Dyaber Jalil Ibrahim –jusnta estatal de antigüedades- para hablar con un coronel de infantería. Les prometió una guardia… que recién llegó el miércoles 16, cuando toda había terminado.

George sospecha que el saqueo fue llevado a cabo por ladrones profesionales, conocedores. Por ejemplo, notó que faltaban pieza tan importantes como el cáliz sagrado de Warka (Sumeria, siglo XXX antes de la era común) o la estatua de bronce Basidki, del período acádico (hace unos 4.300 años). Pero “no tocaron las copias del código de Hammurabí o del obelisco negro. Sabían qué buscar”. En total fueron despojadas 120 salas, sin necesidad de violentar puertas. A juicio de Bogdanos, se han recobrado apenas 140 piezas. En cuanto a los depósitos, de 2.100 piezas robadas se recuperaron ochocientas.

“Ya tomada la capital, los militares aliados fueron irresponsables e ineficaces”, acusa el británico Colin Renfrew, director del McDonald Institute. Además, la confusión “in situ” se transmitió a Washington. Por un lado, Donald Rumsfeld (Defensa) calificó de “normal durante transtornos sociales”. Por el otro, Colin Powell (Estado) dijo que los saqueos en las principales ciudades representaban “pérdidas inimaginables para el patrimonio cultural e histórico del mundo”.

Tras descubrirse manuscriptos ocultos, Kevin Bell, vocero de la Aduana británica, sostuvo el 8 de mayo que “puede haber sido una operación interna, con empleados cómplices, pues los saqueadores usaron llaves”. Días después, Bogdanos hablaba de dos grupos: “saqueadores comunes y profesionales en pos de piezas y artículos selectos”. Inquirido sobre la presunta participación de gente alrededor de Saddam Husséin, George la descartó: “A Saddam le importaban las antigüedades, no era como los talibán afganos. Por ejemplo, en 1999 doce ladrones decapitaron un toro asirio en Jorsabad y cortaron la cabeza en once fragmentos para sacarla del país. Pescaron a diez con el botín y Saddam les hizo sufrir la suerte del toro”.

Años antes, tropas iraquíes invadieron Kuweit. Lo primero que hicieron fue sacar de los museos una serie de piezas y enviarlas a guardar en Bagdad. Terminada esa guerra, la mayoría fue devuelta… en perfecto estado y bien catalogada.

Una vez que este tipo de tesoros sale de un país, apenas 5% -como mucho- suele descubrirse o, mucho menos, recobrarse. En el caso actual, empero, las piezas más conocidas serán tan difíciles de vender que, quizá, puedan recuperarse. O queden escondidas por muchos años en millonarias colecciones privadas.

Al levantar las sanciones económicas impuestas en 1991 a Irak, esta semana el Consejo de Seguridad de la ONU declaró una veda sobre el comercio internacional de propiedad cultural iraquí. Para George, “mejor habría sido cerrar las fronteras del país y ofrecer recompensas por las piezas más importantes. Temo que no se repita lo sucedido en la guerra anterior, cuando mucho material apareció luego en el mercado negro o gris de arte. Hoy la publicidad es tan grande que los intermediarios normales se cuidarán al extremo. El peligro, entonces, es que muchas piezas desaparezcan para siempre del mercado o sean destruidas”.

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