Hidrocarburos: EE.UU. los importa sin fijarse de quiénes

Para Estados Unidos, el abastecimiento de hidrocarburos es cuestión de seguridad. Con crecientes problemas entre proveedores islámicos (las mayores reservas cubicadas, excluyendo la ex URSS), se buscan nuevas –y problemáticas- fuentes.

6 diciembre, 2003

Según un trabajo del inglés Anthony Richter, director para Asia central y Levante en el Open Society Institute (OSI), Washington apuntan a Venezuela, Nigeria, Santo Tomé y Azerbaidyán, entre ellos. Caracas y Lagos son proveedores tradicionales –tercero y cuarto-, pero se han convertido en tembladerales.

La Venezuela de Hugo Chávez vive una continua crisis sociopolítica, que suele afectar las exportaciones petroleras. Nigeria también es inestable pero, además, le disputa a Angola –otra fuente de crudos- el cetro mundial de la corrupción sistémica. Por otro lado, Azerbaidyán es un unicato venal y violento. Tanto este país como media Nigeria son musulmanes.

Irak podría ser nuevamente un proveedor relevante. Pero sólo recién después de dejar atrás la “guerra de posguerra” y establecer un gobierno aceptable. Por supuesto, sin demasiada injerencia norteamericana ni contratos tan poco cristalinos como el de Halliburton.

Tampoco salen bien paradas las políticas de EE.UU. como comprador importante de hidrocarburos ni las prácticas de sus petroleras privadas. Uno y otros no trepidan en tratar con gobiernos corruptos, autoritarios e indiferentes a los derechos civiles. La actitud estadounidense –como la francesa y la alemana- equivale a complicidad.

A la larga, esa conducta afecta la estabilidad de abastecimiento que tanto obsede a la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque los regímenes opresivos, crueles o corruptos agravan lacras sociales -miseria, hambre, endemias- y acaban derrocados. Cuando no, protagonizan interminables guerras civiles (Nigeria, Angola, ambos Congo).
Richter subraya una paradoja de larga data: los países subdesarrollados ricos en recursos energéticos tienden a crecer menos, deber más, tener regímenes deficientes o impresentables y ser inestables. Curiosamente, sus equivalentes sin tantos hidrocarburos marchan social y políticamente mejor. Similar perfil presentaban, en el siglo XIX, algunos países ricos en alimentos.

A criterio del analista, “los altos ingresos nacionales por exportaciones de gas y petróleo –sin un correcto manejo- fomentan venalidad, corrupción y abusos. Nigeria, por ejemplo, ha percibido más de US$ 250.000 en veinticinco años; pero sigue en la miseria, salvo una dirigencia ávida y ostentosa. En Türkmenistán, los ingresos por exportación de gas natural van a una cuenta suiza controlada por Saparmurat Níyazov, presidente vitalicio. Estos países nunca serán proveedores fiables”.

En tanto EE.UU. busca seguridad diversificando abastecedores, arriesga una nueva vulnerabilidad, según muestran recientes hechos en Azerbaidyán y Kazajstán. En octubre, Heydar Aliyev hizo un escandaloso fraude electoral para transpasarle el poder a su hijo Ilham. Semanas después, en la vecina Georgia –por donde pasan poliductos vitales-, el presidente Edvard Shevarnadze superó a su colega y acabó siendo echado a empellones.

Tocante a Kazajstán, la justicia norteamericana investiga el papel de ExxonMobil –la mayor petrolera del mundo- en un caso de soborno. Un consultor privado estadounidense pagó US$ 78 millones a funcionarios kazajos a cambio de favores. Similares hecho ocurrieron en Azerbaidyán.

Es fácil prever que la cuenca del mar Caspio siga el camino de otras regiones petroleras en Levante, África y Latinoamérica, donde oligarquías o dirigencias locales se enriquecen a costa de sus poblaciones. Washington lo sabe y, por eso, ha presionado a varios proveedores para modificar malas costumbres.

Así, algunas naciones alrededor del Caspio han establecido fondos fiduciarios, mediante los cuales parte de los ingresos petroleros se asigna a proyectos de desarrollo social o infraestructural. Pero estas entidades funcionan sólo si hay supervisión y transparencia contable. Algo nada fácil en Levante, Venezuela o África occidental, donde los contralores están en manos de presidentes o monarcas venales (Angola, Nigeria) o proclives a confunden estado y familias hegemónicas (península arábiga).

“El sector privado debe hacer su aporte”, señala Richter, motor de la campaña “declare públicamente cuánto paga”, lanzada por el OSI. Su objeto es persuadir a empresas mineras y petroleras para revelar cuánto gastan, cómo y en qué, con la idea de forzar transparencia en los gobiernos proveedores de esos productos primarios.

Apelando a la historia, se observa que –como sucede militarmente en Irak- la experiencia norteamericana después de la II guerra refleja la de los británicos en el siglo XIX y hasta los años 30. El caso de Argentina es notable: rica en materias primas alimenticias, llega a ser unos de los exportadores principales del mundo, en la órbita ecónomica de la libra y con gobiernos fieles a Londres.

Pero ese proceso no generó dirigencias capaces de superar la dependencia de cuño rural ni redistribuir equitativamente el ingreso. Como pasa con los hidrocarburos, el mito de “país rico” trabó el desarrollo: la oligarquía no mutó en burguesía de mentalidad industrial y democrática, ni fomentó una pequeña burguesía capaz de producir administradores ni profesionales aptos sectores dinámicos. En los actuales países petroleros las perspectivas son bastante más sombrías que en la Argentina de 1930.

Según un trabajo del inglés Anthony Richter, director para Asia central y Levante en el Open Society Institute (OSI), Washington apuntan a Venezuela, Nigeria, Santo Tomé y Azerbaidyán, entre ellos. Caracas y Lagos son proveedores tradicionales –tercero y cuarto-, pero se han convertido en tembladerales.

La Venezuela de Hugo Chávez vive una continua crisis sociopolítica, que suele afectar las exportaciones petroleras. Nigeria también es inestable pero, además, le disputa a Angola –otra fuente de crudos- el cetro mundial de la corrupción sistémica. Por otro lado, Azerbaidyán es un unicato venal y violento. Tanto este país como media Nigeria son musulmanes.

Irak podría ser nuevamente un proveedor relevante. Pero sólo recién después de dejar atrás la “guerra de posguerra” y establecer un gobierno aceptable. Por supuesto, sin demasiada injerencia norteamericana ni contratos tan poco cristalinos como el de Halliburton.

Tampoco salen bien paradas las políticas de EE.UU. como comprador importante de hidrocarburos ni las prácticas de sus petroleras privadas. Uno y otros no trepidan en tratar con gobiernos corruptos, autoritarios e indiferentes a los derechos civiles. La actitud estadounidense –como la francesa y la alemana- equivale a complicidad.

A la larga, esa conducta afecta la estabilidad de abastecimiento que tanto obsede a la Casa Blanca. ¿Por qué? Porque los regímenes opresivos, crueles o corruptos agravan lacras sociales -miseria, hambre, endemias- y acaban derrocados. Cuando no, protagonizan interminables guerras civiles (Nigeria, Angola, ambos Congo).
Richter subraya una paradoja de larga data: los países subdesarrollados ricos en recursos energéticos tienden a crecer menos, deber más, tener regímenes deficientes o impresentables y ser inestables. Curiosamente, sus equivalentes sin tantos hidrocarburos marchan social y políticamente mejor. Similar perfil presentaban, en el siglo XIX, algunos países ricos en alimentos.

A criterio del analista, “los altos ingresos nacionales por exportaciones de gas y petróleo –sin un correcto manejo- fomentan venalidad, corrupción y abusos. Nigeria, por ejemplo, ha percibido más de US$ 250.000 en veinticinco años; pero sigue en la miseria, salvo una dirigencia ávida y ostentosa. En Türkmenistán, los ingresos por exportación de gas natural van a una cuenta suiza controlada por Saparmurat Níyazov, presidente vitalicio. Estos países nunca serán proveedores fiables”.

En tanto EE.UU. busca seguridad diversificando abastecedores, arriesga una nueva vulnerabilidad, según muestran recientes hechos en Azerbaidyán y Kazajstán. En octubre, Heydar Aliyev hizo un escandaloso fraude electoral para transpasarle el poder a su hijo Ilham. Semanas después, en la vecina Georgia –por donde pasan poliductos vitales-, el presidente Edvard Shevarnadze superó a su colega y acabó siendo echado a empellones.

Tocante a Kazajstán, la justicia norteamericana investiga el papel de ExxonMobil –la mayor petrolera del mundo- en un caso de soborno. Un consultor privado estadounidense pagó US$ 78 millones a funcionarios kazajos a cambio de favores. Similares hecho ocurrieron en Azerbaidyán.

Es fácil prever que la cuenca del mar Caspio siga el camino de otras regiones petroleras en Levante, África y Latinoamérica, donde oligarquías o dirigencias locales se enriquecen a costa de sus poblaciones. Washington lo sabe y, por eso, ha presionado a varios proveedores para modificar malas costumbres.

Así, algunas naciones alrededor del Caspio han establecido fondos fiduciarios, mediante los cuales parte de los ingresos petroleros se asigna a proyectos de desarrollo social o infraestructural. Pero estas entidades funcionan sólo si hay supervisión y transparencia contable. Algo nada fácil en Levante, Venezuela o África occidental, donde los contralores están en manos de presidentes o monarcas venales (Angola, Nigeria) o proclives a confunden estado y familias hegemónicas (península arábiga).

“El sector privado debe hacer su aporte”, señala Richter, motor de la campaña “declare públicamente cuánto paga”, lanzada por el OSI. Su objeto es persuadir a empresas mineras y petroleras para revelar cuánto gastan, cómo y en qué, con la idea de forzar transparencia en los gobiernos proveedores de esos productos primarios.

Apelando a la historia, se observa que –como sucede militarmente en Irak- la experiencia norteamericana después de la II guerra refleja la de los británicos en el siglo XIX y hasta los años 30. El caso de Argentina es notable: rica en materias primas alimenticias, llega a ser unos de los exportadores principales del mundo, en la órbita ecónomica de la libra y con gobiernos fieles a Londres.

Pero ese proceso no generó dirigencias capaces de superar la dependencia de cuño rural ni redistribuir equitativamente el ingreso. Como pasa con los hidrocarburos, el mito de “país rico” trabó el desarrollo: la oligarquía no mutó en burguesía de mentalidad industrial y democrática, ni fomentó una pequeña burguesía capaz de producir administradores ni profesionales aptos sectores dinámicos. En los actuales países petroleros las perspectivas son bastante más sombrías que en la Argentina de 1930.

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