jueves, 26 de diciembre de 2024

Hezbollá reconstruye y Hamás dialoga con la ANP de Abú Mazén

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Inesperadamente, el presidente Abú Mazén (Autoridad nacional palestina) abre diálogo con su primer ministro, Ismaíl Haniye (Hamás). En tanto, Estados Unidos, Rusia, Brasil y Argentina no enviarán tropas a la “transalitania”

Es posible que las novedades desde Ramallá, si cristalizan, obliguen a Israel a desocupar Cisjordania. Tarde o temprano. En cuanto a Hezbollá, la guerrilla “emerge con ventajas políticas y sociales mayores que hace un mes”. Así sostiene Nubar Novsepián -universidad Chapman-, experto norteamericano en temas de Levante.

El grupo, a juicio del analista, “demuestra no ser simplemente terrorista, como se afirma en Occidente. También es un movimiento social, político y militar, que puede operar bien en los tres frentes”. Por supuesto, esto consolida la figura de Hasán Alí Nasrallá, su líder, cuyo modelo parece ser el egipcio Gamal Abdel Nasser. No el difunto Jomeiní.

El veloz despliegue de ambulancias, hospitales de campaña, tractores, topadoras, equipos médicos, ingenieros y pontoneros en el sur de Líbano, organizado por la guerrilla, es de una eficacia que sólo los israelíes superan en el norte de su país. Ahora bien ¿no es peligroso que estas operaciones estén solventadas por Siria e Irán, además de Saudiarabia, Egipto, Kuweit y la Unión de Emiratos Árabes, que lo hacen discretamente?

“Son ayudas inevitables –señala Hovsepián-, pero Nasrallá no es títere de Majmud Ahmadinedyad ni de Bashar as Assad. Su partido es libanés y, en la emergencia actual, ni siquiera es exclusivamente shi’í ni musulmán”. No obstante, el desarme de Hezbollá sigue en el candelero, porque “en Líbano no hay consenso al respecto. No se concibe que el ejército choque con la guerrilla por ese asunto”, subraya el especialista.

Tampoco parece factible que la futura fuerza de paz multinacional adopte posturas intransigentes. Mucho menos Francia, que encabezará su despliegue. Mientras tanto, Israel comienza a vivir una fuerte crisis política. En lo tocante a la actitud de EE.UU., Gran Bretaña, Brasil y Argentina –no enviar tropas-, es perfectamente explicable por las circunstancias de cada uno.

Por supuesto, algún columnista conservador ha salido, desde Buenos Aires, a batir el parche del “aislamiento argentino”, sin recordar el costo de haberse metido en la guerra del golfo (atentados contra la embajada israelí y AMIA), sólo por una ficción: las “relaciones carnales” de Carlos Ménem con Bush padre. En lo tocante a declaraciones de Mu’afak Dyammal, presunto dirigente político de Hezbollá, sobre contribuciones provenientes de Argentina, todavía no han sido confirmadas ni rectificadas. Pero llama la atención que ese vocero censure la abstención militar argentina, igual que la derecha local.

En Tel Aviv, es difícil la situación del primer ministro Ehud Olmert, criticado por la conducción política de la guerra. También tambalea su aliado, el todavía jefe de estado mayor, general del aire Dan Haluts. Atento a intereses financieros personales, vendió todas sus tenencias accionarias en la bolsa de Tel Aviv, horas antes de iniciarse la guerra.

O sea, fue un caso peculiar y escandaloso de “insider trading” (usufructuar información reservada). Hasta el viernes, Haluts se negaba a dimitir “para no hacerles el caldo gordo a los calumniadores”. Pero “o es muy ingenuo o se pasa de listo”, sostenían dos diarios locales, “porque las acusaciones se refieren a hechos ciertos, demostrables”.

Es posible que las novedades desde Ramallá, si cristalizan, obliguen a Israel a desocupar Cisjordania. Tarde o temprano. En cuanto a Hezbollá, la guerrilla “emerge con ventajas políticas y sociales mayores que hace un mes”. Así sostiene Nubar Novsepián -universidad Chapman-, experto norteamericano en temas de Levante.

El grupo, a juicio del analista, “demuestra no ser simplemente terrorista, como se afirma en Occidente. También es un movimiento social, político y militar, que puede operar bien en los tres frentes”. Por supuesto, esto consolida la figura de Hasán Alí Nasrallá, su líder, cuyo modelo parece ser el egipcio Gamal Abdel Nasser. No el difunto Jomeiní.

El veloz despliegue de ambulancias, hospitales de campaña, tractores, topadoras, equipos médicos, ingenieros y pontoneros en el sur de Líbano, organizado por la guerrilla, es de una eficacia que sólo los israelíes superan en el norte de su país. Ahora bien ¿no es peligroso que estas operaciones estén solventadas por Siria e Irán, además de Saudiarabia, Egipto, Kuweit y la Unión de Emiratos Árabes, que lo hacen discretamente?

“Son ayudas inevitables –señala Hovsepián-, pero Nasrallá no es títere de Majmud Ahmadinedyad ni de Bashar as Assad. Su partido es libanés y, en la emergencia actual, ni siquiera es exclusivamente shi’í ni musulmán”. No obstante, el desarme de Hezbollá sigue en el candelero, porque “en Líbano no hay consenso al respecto. No se concibe que el ejército choque con la guerrilla por ese asunto”, subraya el especialista.

Tampoco parece factible que la futura fuerza de paz multinacional adopte posturas intransigentes. Mucho menos Francia, que encabezará su despliegue. Mientras tanto, Israel comienza a vivir una fuerte crisis política. En lo tocante a la actitud de EE.UU., Gran Bretaña, Brasil y Argentina –no enviar tropas-, es perfectamente explicable por las circunstancias de cada uno.

Por supuesto, algún columnista conservador ha salido, desde Buenos Aires, a batir el parche del “aislamiento argentino”, sin recordar el costo de haberse metido en la guerra del golfo (atentados contra la embajada israelí y AMIA), sólo por una ficción: las “relaciones carnales” de Carlos Ménem con Bush padre. En lo tocante a declaraciones de Mu’afak Dyammal, presunto dirigente político de Hezbollá, sobre contribuciones provenientes de Argentina, todavía no han sido confirmadas ni rectificadas. Pero llama la atención que ese vocero censure la abstención militar argentina, igual que la derecha local.

En Tel Aviv, es difícil la situación del primer ministro Ehud Olmert, criticado por la conducción política de la guerra. También tambalea su aliado, el todavía jefe de estado mayor, general del aire Dan Haluts. Atento a intereses financieros personales, vendió todas sus tenencias accionarias en la bolsa de Tel Aviv, horas antes de iniciarse la guerra.

O sea, fue un caso peculiar y escandaloso de “insider trading” (usufructuar información reservada). Hasta el viernes, Haluts se negaba a dimitir “para no hacerles el caldo gordo a los calumniadores”. Pero “o es muy ingenuo o se pasa de listo”, sostenían dos diarios locales, “porque las acusaciones se refieren a hechos ciertos, demostrables”.

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