Guerra preventiva: ni Bush la inventó ni puede repetirla

Estados Unidos “debe afrontar riesgos externos a su seguridad antes de que se efectivicen”. Así justificaba Washington la guerra preventiva en Irak. El fracaso de posguerra abortó una doctrina que, en realidad, tiene más de sesenta años.

21 julio, 2004

Si estuviese vivo, Joachim von Ribbentrop podría reclamarle a George W.Bush derechos intelectuales por la doctrina de la guerra preventiva. En efecto, tocó al entonces canciller del III Reich justificar la invasión de Polonia en septiembre de 1939: “Era preciso –escribió a la agonizante Sociedad de las Naciones- defender y asegurar los espacios vitales alemanes”.

Hace 65 años, una potencia –Alemania- ejercía la guerra preventiva contra un país chico que, en realidad, no era una amenaza. Cuando, en junio de 1941, Adolf Hitler traicionó el “pacto de hierro” Ribbentrop-Vyácheslav Molotov e invadió la Unión Soviética, la teoría de guerra preventiva se aplicó a otra potencia. Más tarde, durante la guerra fría, EE.UU. y la URSS resistieron varias veces la tentación de imitar al III Reich.

Naturalmente, Ribbentrop o Bush no eran autores de doctrina alguna, sino sus respectivos entornos políticos y de inteligencia. Otro paralelo sugestivo: ni los militares germanos ni los norteamericanos fueron fuentes de esa doctrina y, de hecho, la veían con malos ojos. Pero les resultaba particularmente atractiva a fuertes grupos económicos –industria pesada en el Reich, petróleo y ciertos servicios en EE.UU.- allegados a los respectivos gobiernos. Sólo hay un detalle propio del caso actual, ausente en el alemán: los nexos entre el clan bin Laden y el clan Bush.

Ahora, la posguerra iraquí golpea a la Casa Blanca y a Downing Street con la segunda tanda de informes que cuestionan la inteligencia de ambos países. Aunque posponiendo el veredicto hasta después de las elecciones, el Senado puso al descubierto tremendas fallas humanas y técnicas al evaluar el arsenal de Saddam Huséin. Los republicanos se dieron cuenta, además, de que el vicepresidente Richard Cheney “vive un universo paralelo –señala el analista británico Philip Stephens, un conservador, donde todo quien porta apellido extranjero es un cómplice de al Qa’eda”.

Surge aquí otro rasgo que diferencia 1939/41 de 2003/4: en aquella Alemania, la segunda autoridad de gobierno –Heinrich Himmler- no promovía los negocios de su propia empresa (Halliburton, en el caso de Cheney). “Bush, empero, sigue aferrado –en pos de la reelección- a posturas intransigentes y casi mesiánicas”.

En cuanto al fracaso de la oficina 6 del ministerio de Interior británico (MI6, inteligencia), el informe de Robin Butler, lord Brockwell, incursiona casi en el humor. Primero, admite todo tipo de errores. Luego, sostiene que el primer ministro Tony Blair actuó de buena fe acompañando a Bush en la invasión, pues ignoraba la mala calidad de la inteligencia. Acto seguido, exime de culpas a quien metió el país en una guerra sin tener en cuenta la opinión pública.

Además, estima que el culpable directo de todo eso estaba en perfectas condiciones de asumir la conducción del MI6, porque los errores fueron “responsabilidad colectiva”. Sería interesante saber que habría hecho Butler con Ribbentrop en Núremberg. Pero no es la primera vez que la guerra iraquí deja malparada la inteligencia. No hace mucho, James Hutton, lord Bresagh, limpiaba errores del MI6 o el gobierno y los transfería a un chivo emisario de su personal elección: la BBC. Hoy, Butler reivindica oblicuamente a la BBC –pues admite graves errores de inteligencia- y deja en ridículo a Hutton.

Stephens tiene razón al objetar las motivaciones oportunistas de Francia o Alemania para no adherir la II guerra de Irak. Pero no puede extenderlas a las Naciones Unidas o Canadá, aunque sí a Rusia. En el extremo opuesto, la doctrina de la guerra preventiva arrastra, en su derrumbe, otra criatura de los ultraconservadores norteamericanos: el “eje del mal”.

Norcorea, que ha cometido todas las transgresiones posibles en materia nuclear, es tratada con guante de seda. Lógico: tiene proyectiles capaces de alcanzar China, Rusia, Japón, Taiwán y algunas islas estadounidenses del Pacífico occidental. En cuanto a Irán, su habilidad política se suma a un factor estratégico: ni siquiera EE.UU. podría invadir, ocupar o controlar un país de 1.650.000 km2 y 70 millones de habitantes.

Como lo muestra el ejemplo del III Reich, las acciones preventivas no son nada nuevo. Tampoco en EE.UU.. Desde la doctrina de James Monroe (“América para los americanos” se refiere a EE.UU. y los estadounidenses, igual que hoy John Kerry, John Edwards, Bruce Springsteen y tantos otros), Washington “se ha reservado el derecho de resolver por sí solo qué es una amenaza inminente”, recuerda Stephens.

Si estuviese vivo, Joachim von Ribbentrop podría reclamarle a George W.Bush derechos intelectuales por la doctrina de la guerra preventiva. En efecto, tocó al entonces canciller del III Reich justificar la invasión de Polonia en septiembre de 1939: “Era preciso –escribió a la agonizante Sociedad de las Naciones- defender y asegurar los espacios vitales alemanes”.

Hace 65 años, una potencia –Alemania- ejercía la guerra preventiva contra un país chico que, en realidad, no era una amenaza. Cuando, en junio de 1941, Adolf Hitler traicionó el “pacto de hierro” Ribbentrop-Vyácheslav Molotov e invadió la Unión Soviética, la teoría de guerra preventiva se aplicó a otra potencia. Más tarde, durante la guerra fría, EE.UU. y la URSS resistieron varias veces la tentación de imitar al III Reich.

Naturalmente, Ribbentrop o Bush no eran autores de doctrina alguna, sino sus respectivos entornos políticos y de inteligencia. Otro paralelo sugestivo: ni los militares germanos ni los norteamericanos fueron fuentes de esa doctrina y, de hecho, la veían con malos ojos. Pero les resultaba particularmente atractiva a fuertes grupos económicos –industria pesada en el Reich, petróleo y ciertos servicios en EE.UU.- allegados a los respectivos gobiernos. Sólo hay un detalle propio del caso actual, ausente en el alemán: los nexos entre el clan bin Laden y el clan Bush.

Ahora, la posguerra iraquí golpea a la Casa Blanca y a Downing Street con la segunda tanda de informes que cuestionan la inteligencia de ambos países. Aunque posponiendo el veredicto hasta después de las elecciones, el Senado puso al descubierto tremendas fallas humanas y técnicas al evaluar el arsenal de Saddam Huséin. Los republicanos se dieron cuenta, además, de que el vicepresidente Richard Cheney “vive un universo paralelo –señala el analista británico Philip Stephens, un conservador, donde todo quien porta apellido extranjero es un cómplice de al Qa’eda”.

Surge aquí otro rasgo que diferencia 1939/41 de 2003/4: en aquella Alemania, la segunda autoridad de gobierno –Heinrich Himmler- no promovía los negocios de su propia empresa (Halliburton, en el caso de Cheney). “Bush, empero, sigue aferrado –en pos de la reelección- a posturas intransigentes y casi mesiánicas”.

En cuanto al fracaso de la oficina 6 del ministerio de Interior británico (MI6, inteligencia), el informe de Robin Butler, lord Brockwell, incursiona casi en el humor. Primero, admite todo tipo de errores. Luego, sostiene que el primer ministro Tony Blair actuó de buena fe acompañando a Bush en la invasión, pues ignoraba la mala calidad de la inteligencia. Acto seguido, exime de culpas a quien metió el país en una guerra sin tener en cuenta la opinión pública.

Además, estima que el culpable directo de todo eso estaba en perfectas condiciones de asumir la conducción del MI6, porque los errores fueron “responsabilidad colectiva”. Sería interesante saber que habría hecho Butler con Ribbentrop en Núremberg. Pero no es la primera vez que la guerra iraquí deja malparada la inteligencia. No hace mucho, James Hutton, lord Bresagh, limpiaba errores del MI6 o el gobierno y los transfería a un chivo emisario de su personal elección: la BBC. Hoy, Butler reivindica oblicuamente a la BBC –pues admite graves errores de inteligencia- y deja en ridículo a Hutton.

Stephens tiene razón al objetar las motivaciones oportunistas de Francia o Alemania para no adherir la II guerra de Irak. Pero no puede extenderlas a las Naciones Unidas o Canadá, aunque sí a Rusia. En el extremo opuesto, la doctrina de la guerra preventiva arrastra, en su derrumbe, otra criatura de los ultraconservadores norteamericanos: el “eje del mal”.

Norcorea, que ha cometido todas las transgresiones posibles en materia nuclear, es tratada con guante de seda. Lógico: tiene proyectiles capaces de alcanzar China, Rusia, Japón, Taiwán y algunas islas estadounidenses del Pacífico occidental. En cuanto a Irán, su habilidad política se suma a un factor estratégico: ni siquiera EE.UU. podría invadir, ocupar o controlar un país de 1.650.000 km2 y 70 millones de habitantes.

Como lo muestra el ejemplo del III Reich, las acciones preventivas no son nada nuevo. Tampoco en EE.UU.. Desde la doctrina de James Monroe (“América para los americanos” se refiere a EE.UU. y los estadounidenses, igual que hoy John Kerry, John Edwards, Bruce Springsteen y tantos otros), Washington “se ha reservado el derecho de resolver por sí solo qué es una amenaza inminente”, recuerda Stephens.

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