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<p>Tomándole la palabra a Atenas, Angela Merkel, Nicolas Sarkozy, José Manuel Durão Barroso (comisión europea) y Herman van Rompuy (Eurogrupo) pusieron a Papandreu ante un triple dilema y sin mucho tiempo para decidir. Lo ideal para la Eurozona sería que el jefe del gobierno retirase el plebiscito y se atuviera a las condiciones del rescate ortodoxo.<br />
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Sin duda, ello constituiría un suicidio político y elecciones casi inmediatas, en un duro clima social. La segunda opción implica que, si el primer ministro emerge triunfante ante la legislatura (o sea, con 151 votos), podrá plantear nuevas iniciativas. Por ejemplo, más ajustes. Si no, adiós gobierno.<br />
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La tercera alternativa es la menos grata para la Eurozona y el Banco Central Europeo (Mario Draghi). En efecto, un rechazo parlamentario empujará a Grecia al cese no administrado de pagos y la dejará sin posibilidades de autofinanciarse. <br />
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La entonces inevitable salida del euro vía rechazo al rescate causaría un efecto dominó en los bancos privados del área. Las deudas públicas de países periféricos, España e Italia se dispararían y exigirían nuevas inyecciones de liquidez. En ese extremo, Atenas devaluará un renacido dracma y sus habitantes serán más pobres.</p>
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Grecia es una herida abierta y quizá mortal
No para Europa entera, como cree el alemán Holger Schmieding. Sí para el continente al oeste de Rusia. El sorpresivo gambito del primer ministro Giorgios Papandreu hizo a la reunión de Cannes (grupo de los 20) cambiar de ejes antes de empezar.