G-7: presionan a EE.UU. ya antes de la reunión formal

Analistas en Hongkong y Singapur detectan presiones para que Washington desarme los paquetes de rebajas tributarias, para mejorar ingresos pese al año electoral. De lo contrario, algunos bancos centrales dejarían de comprar bonos de deuda.

5 febrero, 2004

Ese riesgo se sumaría a reticencias de adquirentes privados, ante el bajo rinde. La serie clave (bonos de Tesorería a diez años, T-10) da apenas 4,25% anual, debido a la política de exiguas tasas referenciales que mantiene el Sistema de Reserva Federal (SRF). Lo malo, para Estados Unidos, es que sus enormes pasivos obligan a emitir deuda nueva para cubrir deuda vieja y, con escaso ahorro interno, necesita US$ 1.700 millones diarios en inversión externa directa (IED).

Existen indicios de que los bancos centrales de Asia oriental y sudoriental (lo que los comunicadores financieros llaman “Asia” a secas, dejando de lado tres cuartos del continente) examinan opciones para ir reemplazando la compra de bonos norteamericanos.

Como forma de presión indirecta, Seúl informó a la comisión que organiza la reunión del G-7 que proyecta “entregar entre US$ 15.000 y 20.000 millones de sus reservas disponibles (155.000 millones) a fondos privados”, para diversificar una cartera dominada por papeles estadounidenses. En busca de retornos más atractivos, también Taiwán recanalizará 10 a 15% de sus reservas en divisas (US$ 200.000 millones), sólo que –en su caso- a financiar importaciones de bienes de capital, tecnología e insumos críticos.

Por supuesto, nadie espera que el bloque del Pacífico occidental –donde también están China, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia, etc.- reduzca de golpe sus tenencias de bonos norteamericanos. A fin de 2003, éstas se calculaban en alrededor de US$ 1,25 billón.

El mayor “bonista” es Japón: US$ 525.500 millones a noviembre, cifra similar al déficit fiscal norteamericano de este año. Lo siguen China (144.000 millones), Taiwán (46.000 millones) y Surcorea (43.000 millones), entre los principales. En total, los bancos centrales extranjeros controlan más de US$ 800.000 millones en papeles federales y el sector privado alrededor de 400.000 millones. La primera cifra equivale a 37,5% del pasivo total (que orilla US$ 1,7 billón), contra apenas 4,7% al iniciarse las emisiones sistemáticas de deuda en 1965.

Sin duda, aunque quisieran, esos bancos centrales no podrían desprenderse rápidamente de papeles norteamericanos. Primero, porque bastaría vender 20 a 25% de las tenencias japonesa para provocar un colapso en el mercado mundial de títulos de renta fija. Segundo, porque eso demolería el dólar a menos de ¥ 75 yenes y empujaría el euro a US$ 1,75 o la libra a 2,20.

Por el contrario, un reacomodamiento paulatino de carteras es factible, y podría empezar dejando de comprar nuevas emisiones. Pero, sospechan varios expertos, el objetivo de menear el tema es otro: como EE.UU. no podrá reducir mucho su “triple deficit”, por lo menos hasta la próxima década, sería preferible que recobrar ingresos genuinos.

La mejor forma, aunque políticamente indeseable en año electoral, sería ir desarmando los dos paquetes de rebajas tributarias a grandes empresas –que, de todos modos, no crean empleo-, rentistas bursátiles y estamentos de altos ingresos. El asunto se discutirá, a puertas cerradas, durante las sesiones del Grupo de los Siete en Florida. Como se sabe, el ofertismo estilo Reagan no es popular ni en Eurolandia ni en oriente.

Ese riesgo se sumaría a reticencias de adquirentes privados, ante el bajo rinde. La serie clave (bonos de Tesorería a diez años, T-10) da apenas 4,25% anual, debido a la política de exiguas tasas referenciales que mantiene el Sistema de Reserva Federal (SRF). Lo malo, para Estados Unidos, es que sus enormes pasivos obligan a emitir deuda nueva para cubrir deuda vieja y, con escaso ahorro interno, necesita US$ 1.700 millones diarios en inversión externa directa (IED).

Existen indicios de que los bancos centrales de Asia oriental y sudoriental (lo que los comunicadores financieros llaman “Asia” a secas, dejando de lado tres cuartos del continente) examinan opciones para ir reemplazando la compra de bonos norteamericanos.

Como forma de presión indirecta, Seúl informó a la comisión que organiza la reunión del G-7 que proyecta “entregar entre US$ 15.000 y 20.000 millones de sus reservas disponibles (155.000 millones) a fondos privados”, para diversificar una cartera dominada por papeles estadounidenses. En busca de retornos más atractivos, también Taiwán recanalizará 10 a 15% de sus reservas en divisas (US$ 200.000 millones), sólo que –en su caso- a financiar importaciones de bienes de capital, tecnología e insumos críticos.

Por supuesto, nadie espera que el bloque del Pacífico occidental –donde también están China, Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia, etc.- reduzca de golpe sus tenencias de bonos norteamericanos. A fin de 2003, éstas se calculaban en alrededor de US$ 1,25 billón.

El mayor “bonista” es Japón: US$ 525.500 millones a noviembre, cifra similar al déficit fiscal norteamericano de este año. Lo siguen China (144.000 millones), Taiwán (46.000 millones) y Surcorea (43.000 millones), entre los principales. En total, los bancos centrales extranjeros controlan más de US$ 800.000 millones en papeles federales y el sector privado alrededor de 400.000 millones. La primera cifra equivale a 37,5% del pasivo total (que orilla US$ 1,7 billón), contra apenas 4,7% al iniciarse las emisiones sistemáticas de deuda en 1965.

Sin duda, aunque quisieran, esos bancos centrales no podrían desprenderse rápidamente de papeles norteamericanos. Primero, porque bastaría vender 20 a 25% de las tenencias japonesa para provocar un colapso en el mercado mundial de títulos de renta fija. Segundo, porque eso demolería el dólar a menos de ¥ 75 yenes y empujaría el euro a US$ 1,75 o la libra a 2,20.

Por el contrario, un reacomodamiento paulatino de carteras es factible, y podría empezar dejando de comprar nuevas emisiones. Pero, sospechan varios expertos, el objetivo de menear el tema es otro: como EE.UU. no podrá reducir mucho su “triple deficit”, por lo menos hasta la próxima década, sería preferible que recobrar ingresos genuinos.

La mejor forma, aunque políticamente indeseable en año electoral, sería ir desarmando los dos paquetes de rebajas tributarias a grandes empresas –que, de todos modos, no crean empleo-, rentistas bursátiles y estamentos de altos ingresos. El asunto se discutirá, a puertas cerradas, durante las sesiones del Grupo de los Siete en Florida. Como se sabe, el ofertismo estilo Reagan no es popular ni en Eurolandia ni en oriente.

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