<p>En efecto, el proceso constitucional exige consenso entre los veintisiete miembros de la Unión Europea. El rechazo de Eire lo hace zozobrar como, en el intento de 2005/6, lo hicieron franceses y holandeses. Bastó 54% en contra para desnudar una honda división en la isla. En otros países, la presencia de minorías opositoras puede repetir el caso irlandés, pues han ratificado el documento sólo dieciocho miembros.</p><p>Así, la UE no producirá una constitución viable, porque no parece haber coincidencias en cuanto a su necesidad. “Como lo demostró la guerra civil en Estados Unidos –apunta George Friedman, analista geopolítico allegado al Pentágono-, ciertos mecanismos no definidos por consenso pueden llevar a conflictos”. En esa oportunidad, el desequilibrio entre poder federal y estados, más la cuestión de la esclavitud (o sea, el subdesarrollo del sur), destrozaron el país. Hizo falta que el norte ganase y forzara una serie de enmiendas constitucionales.</p><p>Pero las constituciones federales no significan políticas públicas –como en Europa o Latinoamérica-, sino una concepción común sobre el estado. Quizá por ello, “la eventual carta europea también surgirá de luchas, pero no convencionales”. Durante siglos y hasta 1939/45, a la sazón, el continente protagonizó una guerra más sangrienta que la anterior; “por eso, los estadistas buscaban formas de erradicar la lacra bélica”. En 1929, el historiador inglés Arnold J.Toynbee la identificó sagazmente con “el nacionalismo de los estados parroquiales, epígonos de imperios medievales frustrados”.</p><p>Desde 1945 hasta 1990, el equilibrio de poder y la suerte de Europa estaban en manos de EE.UU. y la Unión Soviética. Pero el campo de batalla se desplazó al llamado tercer mundo, esto es a testaferros de ambas superpotencias y China. Ya en el siglo XXI, se llegó a creer que, si se crease una “Europa Unida”, se esfumarían las viejas naciones y las guerras al estilo antiguo. “Alemania, Francia y Gran Bretaña –potencias rectoras entre la derrota rusa en Crimea y la II guerra mundial- dejarían de constituir riesgos bélicos”.<br /></p>
<p>Era una idea seductora, especialmente para un Pentágono absorto en un costoso dislate geopolítico, la “guerra de las galaxias”, ahora transmutado en “guerra al terrorismo internacional”. Sea como fuere, en la última posguerra “los europeos querían vivir lejos de ideologías y nacionalismos. Aun la Francia de Charles de Gaulle –sostiene Friedman en su boletín “Strategic forecasting”-, adalid del estado nacional, no pudo ni quiso emular las exageraciones anteriores a 1940.</p>
<p>La actual UE refleja la decadencia del nacionalismo parroquial, aunque no haya podido desembarazarse de un síntoma: los subsidios a agricultores ineficientes. La “modernidad” se inició en la Comunidad del Carbón y el Acero (1948), seis países centrados en Francia y Alemania federal. Con los años, evolucionó hasta el presente modelo, todavía dividido en quince adherentes al euro y doce fuera de la moneda.</p>
<p>Los nuevos problemas surgieron de una UE revelan tres elementos básicos:</p>
<p>1. Una zona de libre comercio con políticas económicas locales parcialmente sincronizadas, pero condicionadas a estados soberanos.</p>
<p>2. Una compleja burocracia impenetrable, que va desde lo trivial hasta lo en extremo relevante y gestó un proyecto constitucional de 6.800 páginas que nadie ha leído completo.</p>
<p>3. Un euro limitado a quince adherentes, pero un banco central que trata de normar a los veintisiete. Aparece aquí un curioso contraste: el BCE intenta unificar la política monetaria de países soberanos, en tanto la Reserva Federal mantiene trece bancos para atender cincuenta estados con alto grado de autonomía (justamente, lo que la UE no ha logrado formar).</p>
<p>“Si Irlanda no hubiese rechazado el tratado, estaría ya gestándose un conjunto de protoinstituciones, especie de estado unido, objeto de los referendos”. Francia, Alemania, España, Italia, Chequia, Hungría, Eslovenia o el Benelux desean llegar a esa neta. La actitud de Gran Bretaña (no adhiere al euro) es ambigua. Pero hay incógnitas, verbigracia Dinamarca, Finlandia, las repúblicas bálticas, Polonia, Rumania y Bulgaria.</p>
<p>A criterio de Friedman, “queda claro que no hay unanimidad sobre la constitución europea. Esencialmente en cuanto a relación entre estados locales y gobierno federal. Es probable que los europeos hayan logrado todo lo que deseaban. Sólo les restaría ampliar el uso del euro a toda la región”. Esto involucra abandonar las imposibles metas de Maastricht, flexibilizar el BCE, jubilar a Jean-Claude Trichet y enviar un ultimátum a Gran Bretaña.</p>
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