Francia: el efecto Sarkozy desmiente recetas ortodoxas

Francia le da ese nombre a un fenómeno incómodo para el monetarismo del BCE. O sea, una economía que marcha bien pese al estatismo, la centralización y otros pecados que la “sapiencia convencional” condena.

13 agosto, 2004

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INSEE, en francés), el producto bruto interno recobró 0,8% en el II trimestre respecto del primero. Esta cifra preliminar y su extrapolación con la anterior proyectan 3,3/3,4%% de avance en todo el año y puede compararse con el ritmo del PBI en Estados Unidos. Esto resultaba inimaginable hace apenas semanas.

Casi tan improbable parecía que el mérito pudiese caberles al consumo –en un país donde los cigarrillos cuestan cinco euros, un vino decente 20 y un corte de pelo el doble- y las inversiones. En suma, al “efecto Nicolas Sarkozy”, o sea la gestión del ministro de Economía, que no llega ni a seis meses.

“Estas cifras ubican a Francia a la cabeza de la reactivación en la Eurozona y demuestran que la política pro aumento del poder de compra funciona”, sostuvo Sarkozy, firme candidato para reemplazar al impopular Jean-Pierre Raffarin. Pero la fórmula incluye, además, saneamiento de las finanzas públicas, modernización y medidas contra el desempleo y la exclusión social. De hecho, el ministro tiene mayor índice de aceptación pública que el presidente Jacques Chirac.

Para el resto de la Unión Europea, los éxitos iniciales de Sarkozy pueden resultar inquietantes. Su modelo centralizado, estatista y –dicen los ortodoxos de la OCDE- “cerrado”, mantiene visos nacionalistas –hostiles a la Comisión Europea- y es renuente a la globalización.

Esta disparidad de ideas ha sido agudizada por el nombramiento de Rocco Buttiglione (un adicto a Silvio Berlusconi y a Washington) como comisionado defensor de la competencia en la UE. Para colmo de males, el nuevo presidente de la CE, José M.Durão Barroso, un conservador, está nombrando funcionarios pronorteamericanos en Bruselas.

Por otra parte, las estadísticas francesas eclipsan las de la hoy atlantista Italia (un modesto +0,3% en el PBI trimestral y 1,1% de proyección anual) y las de Alemania. Ahí, el Bundesbank impone soluciones tipo “nueva economía”. Es decir, condicionadas al mercado y poco compatibles con el modelo histórico, bastante cercano al que Francia no ha descartado.

Tampoco el Banco Central Europeo se ve feliz: su presidente –desprocesado en un escándalo financiero para posibilitar el nombramiento- es un ortodoxo poco inclinado a políticas sociales y mucho menos a la economía mixta. Para los bancos centrales, hay otro riesgo: si prospera, la “locomotora francesa” será mal ejemplo para Polonia y otros nuevos socios de la Unión Europea.

Según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INSEE, en francés), el producto bruto interno recobró 0,8% en el II trimestre respecto del primero. Esta cifra preliminar y su extrapolación con la anterior proyectan 3,3/3,4%% de avance en todo el año y puede compararse con el ritmo del PBI en Estados Unidos. Esto resultaba inimaginable hace apenas semanas.

Casi tan improbable parecía que el mérito pudiese caberles al consumo –en un país donde los cigarrillos cuestan cinco euros, un vino decente 20 y un corte de pelo el doble- y las inversiones. En suma, al “efecto Nicolas Sarkozy”, o sea la gestión del ministro de Economía, que no llega ni a seis meses.

“Estas cifras ubican a Francia a la cabeza de la reactivación en la Eurozona y demuestran que la política pro aumento del poder de compra funciona”, sostuvo Sarkozy, firme candidato para reemplazar al impopular Jean-Pierre Raffarin. Pero la fórmula incluye, además, saneamiento de las finanzas públicas, modernización y medidas contra el desempleo y la exclusión social. De hecho, el ministro tiene mayor índice de aceptación pública que el presidente Jacques Chirac.

Para el resto de la Unión Europea, los éxitos iniciales de Sarkozy pueden resultar inquietantes. Su modelo centralizado, estatista y –dicen los ortodoxos de la OCDE- “cerrado”, mantiene visos nacionalistas –hostiles a la Comisión Europea- y es renuente a la globalización.

Esta disparidad de ideas ha sido agudizada por el nombramiento de Rocco Buttiglione (un adicto a Silvio Berlusconi y a Washington) como comisionado defensor de la competencia en la UE. Para colmo de males, el nuevo presidente de la CE, José M.Durão Barroso, un conservador, está nombrando funcionarios pronorteamericanos en Bruselas.

Por otra parte, las estadísticas francesas eclipsan las de la hoy atlantista Italia (un modesto +0,3% en el PBI trimestral y 1,1% de proyección anual) y las de Alemania. Ahí, el Bundesbank impone soluciones tipo “nueva economía”. Es decir, condicionadas al mercado y poco compatibles con el modelo histórico, bastante cercano al que Francia no ha descartado.

Tampoco el Banco Central Europeo se ve feliz: su presidente –desprocesado en un escándalo financiero para posibilitar el nombramiento- es un ortodoxo poco inclinado a políticas sociales y mucho menos a la economía mixta. Para los bancos centrales, hay otro riesgo: si prospera, la “locomotora francesa” será mal ejemplo para Polonia y otros nuevos socios de la Unión Europea.

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