<p>Hablando ante la juventud de la coalición oficialista CDU-CSU, la jefa del gobierno federal parece aproximarse al banquero Thilo Sarrazin (“los musulmanes idiotizan a Alemania” o al racista bávaro Horst Seehofer (“no necesitamos inmigrantes turcos, árabes, africanos ni gitanos”). Por supuesto, la canciller fue rebatiendo a Christian Wulff, presidente de la federación, a cuyo criterio “el Islam es parte de este país y nuestro futuro será multicultural o no será”.<br />
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Tanto en la alianza de gobierno como en la oposición socialdemócrata y verde, nadie se explica aún por qué de sopetón Merkel se alinea con la extrema derecha y esgrime argumentos típicos de Alfred Rosenberg (1893/1946) o Joseph Arthur de Gobineau (1816/82). “La integración fracasó rotundamente”, reiteró esta dirigente nacida en la entonces Alemania oriental y, por ese motivo, ajena a la incorporación de los turcos al “milagro económico” en Alemania federal.<br />
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Por cierto, el multiculturalismo fue la opción elegida por todos los gobiernos occidentales desde Wilhelm Brandt hasta Gerhard Schröder o la propia Merkel antes de estas declaraciones. La fórmula, empleada también en Gran Bretaña (inmigrantes del subcontinente indio o las Antillas) y Holanda (indonesios), comporta bilingüismo, respeto a etnias y religiones. <br />
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Estos flujos y los posteriores desde el sur –Maghreb, África occidental- o Latinoamérica respondieron a un mismo imperativo categórico. Vale decir, incorporar mano de obra joven (legal o no) para cubrir los huecos que dejaba el envejecimiento de la población blanca. Naturalmente, ha habido y hay resistencias a la asimilación, en particular lingüística, y apego a “barrios cerrados”. Pero eso es natural: basta con recordar los inmigrantes italianos en el río de la Plata hace un siglo o a la actual ola hispanófona en Estados Unidos.<br />
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Muy bien. Hoy Merkel proclama que “nuestro experimento ha fallado completamente”, entre aplausos de jóvenes teutones. Por supuesto, la canciller sabe que es imposible erradicar tantos millones de inmigrantes turcos y sus descendientes hasta la tercera generación. Pero tampoco es sensato exigir que esa masa “aprenda de inmediato a hablar alemán”, pues –si bien los abuelos son remisos al bilingüismo- sus hijos y nietos dominan el idioma del país. <br />
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Hilando fino, la nueva postura de la señora es interesada, pues “discrimina” en favor de profesionales con capacidades necesarias a la economía. Algunos opositores echan mano a ironías ya empleadas contra Sarkozy y la ultradecha holandesa. Der Spiegel se pregunta “¿cuántos clubes de fútbol sobrevivirían sin Ronaldinho, Seedorf, Ibrahimović, Eto’o, Robinho o, el colmo, un Balotelli nacido en Italia, no en Malí?”.</p>
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Fracasó la multiculturalidad y priman valores alemanes
No lo dice un ultra, sino la canciller Angela Merkel, en un giro inquietante por la historia germana- que la acerca a Nicolás Sarkozy. Pero se trata de un país con 82 millones de personas de las cuales 15 millones (18,3%) son de etnias distintas.