Existen divergencias entre ministros y altos mandos israelíes

El martes, Tel Aviv desplazó a quien comandaba la campaña en Líbano. Desde ahora, el general Moshé Kaplinski reemplaza a Udí Adam. El miércoles, anunciaron una megaofensiva que luego se diluyó, en espera de negociaciones el fin de semana.

11 agosto, 2006

Hasta el lunes, el patrón bélico parecía más o menos fijo: las fuerzas israelíes estaban trabadas con Helbol-lá –no ya un simple grupo terrorista, sino una guerrilla orgánica- en el sur de Líbano. El resultado de la batalla seguía y sigue incierto. Los mecanismos diplomáticos recién parecían el viernes, pero sin prisa y entre altibajos, inclusive una propuesta rusa.

Israel, en un cambio relevante, se mostraba el martes dispuesta a discutir una propuesta del gobierno libanés (algo que irritaba a muchos analistas vinculados con el Pentágono, dentro y fuera de Estados Unidos). Al día siguiente, retomó la opción dura, que volvió a congelar el mismo miércoles.

De un modo u otro, algo estaba en marcha. El lunes 7, el gabinete israelí parecía desechar toda salida diplomática y anunciaba que sus fuerzas tendrían carta blanca hasta el río Litaní. Días después, empero, el jefe de estado mayor, general Dan Haluts, informaba que Kaplinski substituiría a Adam (hombre de su confianza) en el comando norte “por todo cuanto dure esta guerra”. Ahora, entonces, surge un plazo implícito, pero también afloran divergencias entre altos mandos y el gabinete.

Haluts, oficial de aeronáutica, ha sido criticado por ampliar la campaña aérea, causando tragedias pero sin perturbar los ataques enemigos con proyectiles. Acaba, entonces, de ceder autoridad en lo atinente a conducir la guerra. Como es obvio, eso implica severas objeciones al desempeño militar en las últimas semanas. También deja la puerta entreabierta para una masiva ofensiva terrestre hasta Beirut. En Washington, George W.Bush no quiere seguir siendo operador político de Israel, pero ahora intenta usar el frustrado ataque múltiple a aviones comerciales para “hacer más potable” el belicismo de Tel Aviv.

El significado de estas movidas dista, empero, de ser claro. Tal vez una o varias unidades adicionales sean incorporadas a la campaña para forzar una decisión en el diplomático. Quizá se proyecte un ataque sobre el valle de Beka’a o Beirut mismo. Lo único obvio es que los judíos han salido de la fase triunfalista para ingresar a otra, más realista, sembrada de dudas.

Como afirman expertos allegados al Pentágono, Hezbol-lá tiene relativamente pocas opciones en esta etapa. En el sur, está comprometida con una forma estática de defensa que maneja bien. En el Beka’a, podría resistir o, bien, tentar a los israelíes para meterse en una trampa estilo Afganistán o Vietnam. Igual podría suceder en Beirut meridional, sin perjuicio de apelar a proyectiles de mayor alcance geográfico.

Hay en juego demasiadas incertidumbres. No obstante, Tel Aviv está sufriendo cambios no deseados, que podían facilitar una nueva ronda de negociaciones, aunque algunos analistas lo duden. Sea como fuere, al primer ministro Ehud Olmert ya no le quedaba espacio de maniobra en la estrategia seguida hasta hace pocos días, tan poco efectiva como sus gestos políticos. Por ende, necesita otra, pero ¿cuál?

En medio de tantas idas y vueltas, el gabinete aprobaba la ampliación de la ofensiva en Líbano, hasta Beirut. En apariencia, nueve ministros dijeron sí y sólo tres no pero, entre bambalinas, la mayoría estaba contra el plan. Sólo que tuvieron miedo de sacar a luz la creciente brecha entre los militares y el gobierno (salvo Olmert). El primer ministro es virtual operador de Amir Pérets (defensa), en tanto los objetores están encabezados por Tsipí Livní (la canciller) y el estado mayor.

Para mayor confusión, Me’ír Dagán –jede de Mossad- está peleado con su colega del servicio de inteligencia, Amós Yadlín. Por su parte, Sha’úl Nofaz, antecesor de Pérets, tiene posturas poco claras. En resumen, Pérets y Haluts parecen ahora no creer ya en una solución militar cuyas posibilidades se alejan cada día que Hezbol-lá sigue resistiendo y mueren más israelíes.

Hasta el lunes, el patrón bélico parecía más o menos fijo: las fuerzas israelíes estaban trabadas con Helbol-lá –no ya un simple grupo terrorista, sino una guerrilla orgánica- en el sur de Líbano. El resultado de la batalla seguía y sigue incierto. Los mecanismos diplomáticos recién parecían el viernes, pero sin prisa y entre altibajos, inclusive una propuesta rusa.

Israel, en un cambio relevante, se mostraba el martes dispuesta a discutir una propuesta del gobierno libanés (algo que irritaba a muchos analistas vinculados con el Pentágono, dentro y fuera de Estados Unidos). Al día siguiente, retomó la opción dura, que volvió a congelar el mismo miércoles.

De un modo u otro, algo estaba en marcha. El lunes 7, el gabinete israelí parecía desechar toda salida diplomática y anunciaba que sus fuerzas tendrían carta blanca hasta el río Litaní. Días después, empero, el jefe de estado mayor, general Dan Haluts, informaba que Kaplinski substituiría a Adam (hombre de su confianza) en el comando norte “por todo cuanto dure esta guerra”. Ahora, entonces, surge un plazo implícito, pero también afloran divergencias entre altos mandos y el gabinete.

Haluts, oficial de aeronáutica, ha sido criticado por ampliar la campaña aérea, causando tragedias pero sin perturbar los ataques enemigos con proyectiles. Acaba, entonces, de ceder autoridad en lo atinente a conducir la guerra. Como es obvio, eso implica severas objeciones al desempeño militar en las últimas semanas. También deja la puerta entreabierta para una masiva ofensiva terrestre hasta Beirut. En Washington, George W.Bush no quiere seguir siendo operador político de Israel, pero ahora intenta usar el frustrado ataque múltiple a aviones comerciales para “hacer más potable” el belicismo de Tel Aviv.

El significado de estas movidas dista, empero, de ser claro. Tal vez una o varias unidades adicionales sean incorporadas a la campaña para forzar una decisión en el diplomático. Quizá se proyecte un ataque sobre el valle de Beka’a o Beirut mismo. Lo único obvio es que los judíos han salido de la fase triunfalista para ingresar a otra, más realista, sembrada de dudas.

Como afirman expertos allegados al Pentágono, Hezbol-lá tiene relativamente pocas opciones en esta etapa. En el sur, está comprometida con una forma estática de defensa que maneja bien. En el Beka’a, podría resistir o, bien, tentar a los israelíes para meterse en una trampa estilo Afganistán o Vietnam. Igual podría suceder en Beirut meridional, sin perjuicio de apelar a proyectiles de mayor alcance geográfico.

Hay en juego demasiadas incertidumbres. No obstante, Tel Aviv está sufriendo cambios no deseados, que podían facilitar una nueva ronda de negociaciones, aunque algunos analistas lo duden. Sea como fuere, al primer ministro Ehud Olmert ya no le quedaba espacio de maniobra en la estrategia seguida hasta hace pocos días, tan poco efectiva como sus gestos políticos. Por ende, necesita otra, pero ¿cuál?

En medio de tantas idas y vueltas, el gabinete aprobaba la ampliación de la ofensiva en Líbano, hasta Beirut. En apariencia, nueve ministros dijeron sí y sólo tres no pero, entre bambalinas, la mayoría estaba contra el plan. Sólo que tuvieron miedo de sacar a luz la creciente brecha entre los militares y el gobierno (salvo Olmert). El primer ministro es virtual operador de Amir Pérets (defensa), en tanto los objetores están encabezados por Tsipí Livní (la canciller) y el estado mayor.

Para mayor confusión, Me’ír Dagán –jede de Mossad- está peleado con su colega del servicio de inteligencia, Amós Yadlín. Por su parte, Sha’úl Nofaz, antecesor de Pérets, tiene posturas poco claras. En resumen, Pérets y Haluts parecen ahora no creer ya en una solución militar cuyas posibilidades se alejan cada día que Hezbol-lá sigue resistiendo y mueren más israelíes.

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