Europa, partera de gobiernos débiles

La reñida elección de esta semana en Italia dejó la sensación en Europa que a causa de gobiernos débiles y públicos divididos, los tres grandes países del continente son incapaces de hacer los cambios económicos necesarios para volver a crecer.

16 abril, 2006

Lo que está en juego, según muchos expertos europeos, es la capacidad de países como los tres grandes – Alemania, Francia e Italia – para adaptarse al mundo globalizado en el cual Europa está perdiendo no sólo poder económico sino influencia política.

Existe una agenda de objetivos oficiales, conocida como la Agenda de Lisboa, que los miembros de la Unión Europea, conscientes del peligro de declinación a largo plazo, se comprometieron a cumplir en marzo del año 2000. Entre esas metas figura mantener un crecimiento promedio de 3% y crear 20 millones de empleos con innovación e inversiones en educación y tecnología.

Pero, hasta la fecha, ni Alemania, ni Francia ni Italia van camino de lograrlo, en gran medida por culpa de gobiernos tímidos e inseguros y por profundas divisiones en la opinión pública.

En opinión de Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, “los objetivos están bien planteados y todos saben lo que hay que hacer; el problema es que nadie sabe cómo hacer para implementarlos y después ganar una elección”.

Pero el panorama no es uniforme en todo el viejo continente. En primer lugar, los problemas no son los mismos en esos tres grandes países. Por otra parte, España, Gran Bretaña e Irlanda han tenido años de gran crecimiento. Los países escandinavos consiguieron reducir el gasto social reteniendo sin embargo las garantías y protecciones básicas aunque aceleraron el crecimiento en los últimos años. Y Alemania, en definitiva, resultó con cifras de crecimiento mejores de lo que esperaba. Antes de dejar el poder, el socialdemócrata Gerhard Schröder logró, entre otras cosas, una gran reducción del seguro de desempleo. Alemania tiene, además, nuevas reglas que permiten a los empleadores despedir gente en los dos primeros años de relación laboral.

Pero Francia se vio sumida en una convulsión de huelgas generales y enormes manifestaciones callejeras cuando su gobierno anunció medidas similares para aplicar a los menores de 26 años.

Alemania es además la única de las tres grandes potencias continentales cuyo líder, la canciller Angela Merkel, incluyó en su campaña la necesidad de introducir cambios más profundos, como debilitar el poder de los sindicatos. “Los votantes le dieron a la vez un sí y un no”,opina Wolfgang Nowak, economista alemán a cargo del Foro International del Deutsche Bank. “La llevaron al poder pero, como en el caso de Romano Prodi en Italia, a duras penas y de tal modo que tiene que gobernar con socios poco dispuestos al cambio. Su problema ahora son entonces los socialdemócratas”, añadió.

En cambio en Francia hay desorden. El gobierno de Jacques Chirac, brutalmente debilitado por las protestas con que los trabajadores reaccionaron a su tímida propuesta de modificar las leyes laborales. Por eso ahora nadie espera de su gobierno grandes cambios antes de la próxima elección presidencial el año que viene.

También reina en Europa una oposición general a la suerte de reformas de libre mercado que adoptaron, al menos en teoría, los líderes de la Unión Europea. “El problema, en muchos países de la Europa continental, es liderazgo débil o ausente y un clima intelectual profundamente hostil al liberalismo económico”, evaluó Charles Grant, director del londinense Centro para la Reforma europea. Grant aclara que usa la palabra liberalismo en el sentido europeo, como un movimiento a favor de los mercados libres y la desregulación económica.

En Francia, aunque con un desempleo juvenil de 23%, nadie va a ser elegido si menciona en su campaña el libre mercado y la desregulación. Luego del arduo conteo de votos en Italia, el diario británico The Independent comentó que “los centros neurálgicos de la Eurozona están entrampados entre alto desempleo y bajo crecimiento y sin embargo sus sistemas políticos no logran dar con las soluciones necesarias”.

Lo que está en juego, según muchos expertos europeos, es la capacidad de países como los tres grandes – Alemania, Francia e Italia – para adaptarse al mundo globalizado en el cual Europa está perdiendo no sólo poder económico sino influencia política.

Existe una agenda de objetivos oficiales, conocida como la Agenda de Lisboa, que los miembros de la Unión Europea, conscientes del peligro de declinación a largo plazo, se comprometieron a cumplir en marzo del año 2000. Entre esas metas figura mantener un crecimiento promedio de 3% y crear 20 millones de empleos con innovación e inversiones en educación y tecnología.

Pero, hasta la fecha, ni Alemania, ni Francia ni Italia van camino de lograrlo, en gran medida por culpa de gobiernos tímidos e inseguros y por profundas divisiones en la opinión pública.

En opinión de Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, “los objetivos están bien planteados y todos saben lo que hay que hacer; el problema es que nadie sabe cómo hacer para implementarlos y después ganar una elección”.

Pero el panorama no es uniforme en todo el viejo continente. En primer lugar, los problemas no son los mismos en esos tres grandes países. Por otra parte, España, Gran Bretaña e Irlanda han tenido años de gran crecimiento. Los países escandinavos consiguieron reducir el gasto social reteniendo sin embargo las garantías y protecciones básicas aunque aceleraron el crecimiento en los últimos años. Y Alemania, en definitiva, resultó con cifras de crecimiento mejores de lo que esperaba. Antes de dejar el poder, el socialdemócrata Gerhard Schröder logró, entre otras cosas, una gran reducción del seguro de desempleo. Alemania tiene, además, nuevas reglas que permiten a los empleadores despedir gente en los dos primeros años de relación laboral.

Pero Francia se vio sumida en una convulsión de huelgas generales y enormes manifestaciones callejeras cuando su gobierno anunció medidas similares para aplicar a los menores de 26 años.

Alemania es además la única de las tres grandes potencias continentales cuyo líder, la canciller Angela Merkel, incluyó en su campaña la necesidad de introducir cambios más profundos, como debilitar el poder de los sindicatos. “Los votantes le dieron a la vez un sí y un no”,opina Wolfgang Nowak, economista alemán a cargo del Foro International del Deutsche Bank. “La llevaron al poder pero, como en el caso de Romano Prodi en Italia, a duras penas y de tal modo que tiene que gobernar con socios poco dispuestos al cambio. Su problema ahora son entonces los socialdemócratas”, añadió.

En cambio en Francia hay desorden. El gobierno de Jacques Chirac, brutalmente debilitado por las protestas con que los trabajadores reaccionaron a su tímida propuesta de modificar las leyes laborales. Por eso ahora nadie espera de su gobierno grandes cambios antes de la próxima elección presidencial el año que viene.

También reina en Europa una oposición general a la suerte de reformas de libre mercado que adoptaron, al menos en teoría, los líderes de la Unión Europea. “El problema, en muchos países de la Europa continental, es liderazgo débil o ausente y un clima intelectual profundamente hostil al liberalismo económico”, evaluó Charles Grant, director del londinense Centro para la Reforma europea. Grant aclara que usa la palabra liberalismo en el sentido europeo, como un movimiento a favor de los mercados libres y la desregulación económica.

En Francia, aunque con un desempleo juvenil de 23%, nadie va a ser elegido si menciona en su campaña el libre mercado y la desregulación. Luego del arduo conteo de votos en Italia, el diario británico The Independent comentó que “los centros neurálgicos de la Eurozona están entrampados entre alto desempleo y bajo crecimiento y sin embargo sus sistemas políticos no logran dar con las soluciones necesarias”.

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