Euro, amenazado por el lento crecimiento de la región

¿Qué pasa si el lento crecimiento de la economía física le resta viabilidad al euro como moneda única, allí donde circula o circule? Al respecto, surgen dudas en el Banco Central Europeo y entre analistas diversos.

22 julio, 2004

Los problemas que muestran las economías de la UE –especialmente Italia y las recién ingresadas- para expandirse sin generar niveles intolerables de inflación amenazan el futuro de la moneda única (por ahora, en la Eurozona). Ya antes de ingresar diez socios a la organización, existían trabas estructurales muy arraigadas. Este diagnóstico es común el BCE, la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE o los “24 ricos”) y los técnicos del Fondo Monetario.

Desde mayo, en efecto, varios expertos han disminuido proyecciones de crecimiento regional. Para el caso, en los doce adherentes al euro: Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo (los tres forman el Benelux), España, Austria, Grecia, Irlanda, Italia, Suecia y Finlandia. Por de pronto, el BCE estima que la tendencia apunta a 2/2,5% anual (producto bruto regional, PBR) en 2004-5. Pero JP Morgan Chase no espera más de 1,5/2% y Crédit Suisse First Boston menos de 1,4%.

Lo extraño es que, a pesar de un ritmo promedio de 2% anual, la economía de la Eurozona arriesgue un recalentamiento, algo impensable en condiciones normales. Por el contrario, Japón crecerá 6% este año y 5% el próximo, pero nadie teme un conato inflacionario.

Los efectos potenciales de una tendencia tan acotada son negativos. Si la zona no lograse crecer a mayor velocidad sin generar inflación, el BCE debería elevar tipos referenciales antes de lo previsto. En este momento, se hallan al mínimo desde 1945. Eso deterioraría la inversión y el empleo, pues faltaría el ritmo expansivo históricamente asociado a tasas “altas”.

Si, aparte, la expansión lenta es ya un fenómeno estructural –como la deflación japonesa de 1990/2003, pero con efectos distintos-, se comprende por qué la inflación supera las metas del BCE desde 2001. Además, ya en 2000 la Eurozona (con +3,5% en el PBR entonces) estaría más recalentada de lo supuesto.

La morosidad actual y potencial de la expansión deriva de varios factores. Desde menor tasa de natalidad e innovación tecnológica (falla del sector privado) hasta baja de población activa y aumento de pasiva. Pero los remedios aconsejados por el BCE y los analistas de mercado presuponen duros costos sociales y políticos. En síntesis, se recomienda elevar la productividad reduciendo la protección contra despidos (“flexibilizar la contratación”), eliminar restricciones a horarios laborales y beneficios jubilatorios. En resumen, disminuir la capacidad de compra (consumo).

Desde igual perspectiva, una fundación privada (Centro Europeo para Estudio de Políticas) plantea iguales medidas, que “estimularían una larga fase de crecimiento sano”. En cuanto al BCE, lo desvela la “brecha de productividad” -del trabajo, no tanto del capital- entre Estados Unidos y la Eurozona. Según sus parámetros, ésta ha ido cayendo de 1,9% en los años 80 a 0,9% en el quinquenio 1998-2003.

Pero la entidad no aporta ideas nuevas ni más eficaces. Tampoco lo hace el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), ya sin economistas sistémicos. En verdad, el despido de Joseph Stiglitz en 2001 (poco antes de compartir en Nobel economico), privó al BM de gente capaz de redefinir conceptos como crecimiento y productividad, hoy asociados a la economía financiera, no a la real. Algo así ocurrió, en el FMI y la Cepal, tras la muerte de John Maynard Keynes y Raúl Prébisch.

Los problemas que muestran las economías de la UE –especialmente Italia y las recién ingresadas- para expandirse sin generar niveles intolerables de inflación amenazan el futuro de la moneda única (por ahora, en la Eurozona). Ya antes de ingresar diez socios a la organización, existían trabas estructurales muy arraigadas. Este diagnóstico es común el BCE, la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico (OCDE o los “24 ricos”) y los técnicos del Fondo Monetario.

Desde mayo, en efecto, varios expertos han disminuido proyecciones de crecimiento regional. Para el caso, en los doce adherentes al euro: Francia, Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo (los tres forman el Benelux), España, Austria, Grecia, Irlanda, Italia, Suecia y Finlandia. Por de pronto, el BCE estima que la tendencia apunta a 2/2,5% anual (producto bruto regional, PBR) en 2004-5. Pero JP Morgan Chase no espera más de 1,5/2% y Crédit Suisse First Boston menos de 1,4%.

Lo extraño es que, a pesar de un ritmo promedio de 2% anual, la economía de la Eurozona arriesgue un recalentamiento, algo impensable en condiciones normales. Por el contrario, Japón crecerá 6% este año y 5% el próximo, pero nadie teme un conato inflacionario.

Los efectos potenciales de una tendencia tan acotada son negativos. Si la zona no lograse crecer a mayor velocidad sin generar inflación, el BCE debería elevar tipos referenciales antes de lo previsto. En este momento, se hallan al mínimo desde 1945. Eso deterioraría la inversión y el empleo, pues faltaría el ritmo expansivo históricamente asociado a tasas “altas”.

Si, aparte, la expansión lenta es ya un fenómeno estructural –como la deflación japonesa de 1990/2003, pero con efectos distintos-, se comprende por qué la inflación supera las metas del BCE desde 2001. Además, ya en 2000 la Eurozona (con +3,5% en el PBR entonces) estaría más recalentada de lo supuesto.

La morosidad actual y potencial de la expansión deriva de varios factores. Desde menor tasa de natalidad e innovación tecnológica (falla del sector privado) hasta baja de población activa y aumento de pasiva. Pero los remedios aconsejados por el BCE y los analistas de mercado presuponen duros costos sociales y políticos. En síntesis, se recomienda elevar la productividad reduciendo la protección contra despidos (“flexibilizar la contratación”), eliminar restricciones a horarios laborales y beneficios jubilatorios. En resumen, disminuir la capacidad de compra (consumo).

Desde igual perspectiva, una fundación privada (Centro Europeo para Estudio de Políticas) plantea iguales medidas, que “estimularían una larga fase de crecimiento sano”. En cuanto al BCE, lo desvela la “brecha de productividad” -del trabajo, no tanto del capital- entre Estados Unidos y la Eurozona. Según sus parámetros, ésta ha ido cayendo de 1,9% en los años 80 a 0,9% en el quinquenio 1998-2003.

Pero la entidad no aporta ideas nuevas ni más eficaces. Tampoco lo hace el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF o Banco Mundial), ya sin economistas sistémicos. En verdad, el despido de Joseph Stiglitz en 2001 (poco antes de compartir en Nobel economico), privó al BM de gente capaz de redefinir conceptos como crecimiento y productividad, hoy asociados a la economía financiera, no a la real. Algo así ocurrió, en el FMI y la Cepal, tras la muerte de John Maynard Keynes y Raúl Prébisch.

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