Estrategia de procrastinación como eje de la política pública

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La estrategia de barrer problemas bien conocidos debajo de la alfombra, esquivándolos para no enfrentarlos hoy como si fuera posible postergarlos indefinidamente, puede resultar útil en el plano de la política por algún tiempo.

Pero no se puede sostener eternamente e implica inevitablemente costos para la sociedad y, eventualmente, para quien la impone, advierte José Luis Bour en la última edición de la revista de FIEL.

Para la sociedad, porque se paga el costo de oportunidad manteniendo y agravando problemas que los políticos –pero no la sociedad- ignoran. Para las autoridades –en la medida que no estén al final de su gestión y puedan pasarle el costo de resolver los problemas a la siguiente Administración- los costos pueden estallar en sus manos como consecuencia de la pérdida de confianza de la población y la dificultad para corregir cuando la potencia de los instrumentos se esfuma por la pérdida reputacional.

Una vez que se percibe que la espera solo fue dilación y no sirvió de nada, si los problemas siguen allí más graves, y los responsables de ello son identificados como líderes de la política del “siga-siga”, ya no basta con anunciar cambios.

Habrá que implementar medidas que convenzan a las piedras. Pero en la encrucijada, la experiencia –tal como destacan Acemoglu y Robinson – nos enseña que se puede salir en distintas direcciones, y algunas nos llevan a nuevos infiernos.

En la Argentina actual, hacer los cambios necesarios para ordenar las políticas macro y microeconómicas que restablezcan las condiciones de ahorro, inversión, crecimiento y estabilidad son una alternativa, pero no la única que considera la actual Administración.

Hay otras alternativas en expectativa que van desde aumentar la represión en los mercados hasta introducir cambios cosméticos –cuidando el frente fiscal aumentando la presión tributaria, postergando una negociación honesta con los acreedores externos, cambiando nombres en el gabinete- para con ello “airear” la política económica y tratar de aguantar un par de años.

En términos probabilísticos, a juzgar por la experiencia de quienes están a cargo, lucen más probables las alternativas del “manual del perfecto procrastinador” que traten de seguir ocultando los problemas por el resto de su gestión.

Las políticas de Estado que perduren otorgando estabilidad intertemporal no parecen formar parte del toolkit, no están en la caja de herramientas de los hacedores de política pública. Los costos de postergar cambios, sin embargo, crecen con el fracaso, el daño económico y social que se acumula y la pérdida de reputación del Ejecutivo, el Banco Central y los líderes de la coalición en el Congreso.

Sin programa o lineamientos económicos que puedan sostenerse, ya no solo en 2022 sino que sean consistentes con la transición de 2023 a 2024 (pues de lo contrario el último año está perdido), se requiere sobreactuar cualquier decisión para frenar la crisis.

¿Estará ello disponible luego de las elecciones de medio término? Se ha hecho hincapié en que las próximas elecciones son una encrucijada histórica para la Argentina. También lo serán para la propia coalición de gobierno y para su subsistencia con chances en el futuro, para lo cual se va a requerir mucha acción.

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