Después de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional se reunió para construir un futuro compartido. Ahora debe hacerlo otra vez. Debido a la lenta y despareja recuperación en la década que siguió a la crisis financiera global, una importante parte de la sociedad ha quedado distanciada y resentida no solo con la política y los políticos sino también con la globalización y todo el sistema económico que sostiene. En una era de inseguridad y frustración generalizadas, el populismo se ha vuelto cada vez más atractivo y es visto como una alternativa al status quo.
Pero el populismo evita, y a veces confunde, las importantes distinciones entre dos conceptos: globalización y globalismo. La globalización es un fenómeno impulsado por la tecnología y el movimiento de ideas, personas y bienes. El globalismo es una ideología que prioriza el orden global neoliberal por sobre los intereses nacionales. Nadie puede negar que estamos viviendo en un mundo globalizado. Lo que es debatible es si todas nuestra políticas deberían ser “globalistas”.
Después de todo, este momento de crisis ha planteado cuestiones importantes sobre nuestra arquitectura de gobierno global. Ahora que cada vez son más los votantes que exigen “recuperar el control” de las “fuerzas globales”, el desafío es restaurar la soberanía en un mundo que necesita cooperación. En lugar de aislar las economías con proteccionismo y políticas nacionalistas, debemos forjar un nuevo compacto social entre los ciudadanos y sus líderes para que todos se sientan lo suficientemente seguros en su país como para permanecer abiertos al mundo en general. En ausencia de eso, la persistente desintegración de nuestro entramado social podría llevar al colapso de la democracia.
Además, los desafíos asociados a la Cuarta Revolución Industrial (4IR) coinciden con el rápido surgimiento de las limitaciones ecológicas, el advenimiento de un orden internacional cada vez más multipolar y el aumento de la desigualdad. Esos desarrollos integrados están llevando a una nueva era de globalización. Que mejore o no la condición humana dependerá de que los gobiernos locales, nacionales e internacionales se puedan adaptar a tiempo.
Mientras tanto fue tomando forma un nuevo esquema para la cooperación público-privada. Cooperación público-privada quiere decir aprovechar al sector privado y abrir mercados para impulsar el crecimiento económico para el bien público, siempre teniendo en cuenta la sustentabilidad ambiental y la inclusión social. Pero para determinar el bien público, primero debemos identificar las causas de la desigualdad.
Por ejemplo, mientras los mercados abiertos y la creciente competencia producen ganadores y perdedores en la arena internacional, podrían estar teniendo todavía mayor efecto en la desigualdad a nivel nacional. Además, la creciente brecha entre los precarizados y los privilegiados se refuerza con los modelos de negocios de 4IR, que derivan grandes rentas de la posesión del capital o de la propiedad intelectual.
Para cerrar esa brecha hace falta que reconozcamos que estamos viviendo un nuevo tipo de economía dirigida por la innovación y que necesitamos nuevas normas, estándares, políticas y convenciones globales para salvaguardar la confianza pública. La nueva economía ya ha revolucionado y recombinado innumerables industrias y ha dislocado a millones de trabajadores. Está desmaterializando la producción al aumentar la competencia en los mercados nacionales e internacionales de productos, capital y trabajo adoptando diferentes estrategias de comercio e inversión. Está fomentando también la desconfianza, particularmente de las empresas de tecnología y su custodia de los datos.
El frenético ritmo del cambio tecnológico significa que nuestros sistemas de salud, transporte, comunicación, producción, distribución y energía — sólo para mencionar algunos – serán transformados totalmente. Manejar ese cambio requerirá no sólo nuevos marcos para la cooperación nacional y multinacional sino también un nuevo modelo de educación. Con los avances en robótica e inteligencia artificial en el contexto de sociedades envejecidas tendremos que pasar de un discurso de producción y consumo a uno de compartir y cuidar.
La globalización 4.0 apenas acaba de comenzar, pero ya mostramos una tremenda falta de preparación para hacerle frente. Aferrarnos a una mentalidad anticuada y retocar nuestros actuales procesos e instituciones no es el camino. Necesitamos rediseñalos desde cero para poder capitalizar las nuevas oportunidades que nos aguardan mientras evitamos el tipo de disrupciones que estamos viendo.
Al desarrollar un nuevo modelo para la nueva economía, debemos recordar que éste no es un juego de suma cero. Esto no es cuestión de comercio libre o proteccionismo, tecnología o empleos, inmigración o proteger a los ciudadanos y crecimiento o igualdad. Todas esas son falsas dicotomías que podemos evitar desarrollando políticas que permitan que todos los conjuntos de intereses se persigan en paralelo.
Seguramente los pesimistas van a argumentar que las condiciones políticas son un obstáculo para el diálogo productivo global sobre Globalización 4.0 y la nueva economía. Los realistas usarán el momento actual para explorar los baches en el sistema actual y para identificar los requerimientos para un enfoque futuro. Y los optimistas sostendrán la esperanza de que los stakeholders que miran hacia delante crearán una comunidad de intereses y, en última instancia, de propósitos comunes.
Klaus Schwab, fundador y CEO del World Economic Forum