La encuesta, que fue realizada a mediados de diciembre por Economist/Yougov y publicada hoy por el Washington Post, descubre que la disposición a creer en teorías conspiratorias está directamente relacionada con que esa teoría coincida con sus preferencias políticas (cualquier parecido con la Argentina es pura coincidencia).
Un ejemplo. Hace algunos meses hubo en Estados Unidos lo que llamaron el “Pizzagate”. El rumor circulante decía que Hillary Clinton colaboraba con un grupo que esclavizaba sexualmente a niños que trabajaban en un círculo de pizzerías y la prueba la encontraban en palabras clave de emails demócratas hackeados.
Casi la mitad de las personas que votaron por Trump creen que esta teoría es cierta. La pregunta fue:
Diga si cree que las siguientes declaraciones son ciertas o no: “Emails filtrados de varios miembros de la campaña de Hillary Clinton contenían palabras clave para pedofilia, tráfico humano y abuso ritual satánico, lo que algunos denominan el Pizzagate.”
Las alternativas eran
Definitivamente/probablemente cierto
Definitivamente/probablemente falso
Para 46% de quienes votaron por Trump esto es cierto y para 53% falso.
Para 17% de quienes votaron por Clinton esto es cierto y para 82%, falso.
También alrededor de la mitad de los votantes de Trump creen que el presidente Barack Obama nació en Kenia aunque esta teoría haya sido fehacientemente demostrada falsa.
Los ejemplos son muchos y no hay necesidad de mencionarlos porque en nuestro país circulan cosas por el estilo. Lo vemos sin necesidad de hacer encuestas. Sólo hace falta conversar un poco con gente que repite con convicción teorías absurdas que les llegan anónimamente en cadenas de mails o en las redes sociales. Todas, pidiendo al final que las difundan a sus respectivos contactos “para que estén en estado de alerta”.
Todas estas falsas creencias a algunos les dan risa, a otros les producen terror. El resultado de este mal uso de los recursos que nos pone a mano la tecnología, dice Catherine Rampell, la columnista del Washington Post, es violencia, acoso, malas políticas y todo eso lleva, en última instancia, al deterioro de la democracia.