Elecciones 2004: Kerry superaba a Bush por 48 a 41%

Estimulado por una ventaja de siete puntos sobre George W.Bush y su deterioro –está peor que su padre a igual altura de la campaña-, John Kerry reinicia el ataque. Las claves son el fracaso en Irak y temores sobre el entorno presidencial.

1 junio, 2004

Si bien el senador demócrata no apoya el retiro rápido de tropas norteamericanas, exige una comisión internacional que coopere con el próximo gobierno iraquí. Al mismo tiempo, cree que la Organización de Tratado del Atlántico Norte se haga cargo de los aspectos militares y complementarios. Por supuesto, su campaña apunta contra tres niveles: Defensa (Donald Rumsfeld), Justicia (John Ashcroft, cuya reciente denuncia sobre actividades locales de Al Qa’eda se pone en duda) y el vicepresidente Richard Cheney.

Según observaba el columnista Tomás E.Martínez, “en encuentros con potenciales donantes para la campaña, Cheney suele señalar lo cerca que se está de una catástrofe nuclear”. En similar vena, “el miedo se ha convertido en arma de propaganda. Como (Osama) bin Laden sigue activo, la administración vaticina, con frecuencia, que sus tentáculos podrían cernirse otra vez sobre Estados Unidos, como cayeron hace poco sobre España”.

En verdad, Cheney es un problema para los republicanos. A esta altura de los acontecimientos, parece más fácil salvar a Bush que a Cheney. Aparte, el vice podría ser un lastre que hundiese al presidente. Inclusive se habla de dos candidatos transaccionales: Colin Powell y Condoleezza Rice.

Entretanto, Kerry inicia una etapa que culminará el 6 de junio, sexagésimo aniversario del día D (desembarco aliado en Normandía, 1944). Lo hace estimulado por dos sondeos, donde aventaja a Bush por 48 a 41%. Para el aspirante a la reelección, el problema no son los siete puntos de brecha, sino que ese 41% es inferior al nivel de apoyo que tenían su padre y James Carter a igual altura de cada campaña. Ninguno a ambos obtuvo la reelección.

Este factor inspira resquemores entre los demócratas, quienes recuerda el juego sucio de Richard M.Nixon para asegurar la reelección en 1974. Por entonces, Watergate fue armada para comprometer a los opositores. Nixon logró la reelección pero, menos de dos años después, debió renunciar.

En 2004, el alerta público lanzado por Ashcroft –un fundamentalista político y religioso- hace sospechan, dentro y fuera de EE.UU., en una maniobra singularmente arriesgada para “recrear” el clima de apoyo a Bush generado tras los ataques terroristas de 2001. “¿Se imaginan –hipotetizaban en la TV canadiense- si Bush logra la reelección y, luego, se descubre una maniobra así? ¿qué pasaría si el presidente reelecto renunciara y lo reemplazase Cheney?…

Si bien el senador demócrata no apoya el retiro rápido de tropas norteamericanas, exige una comisión internacional que coopere con el próximo gobierno iraquí. Al mismo tiempo, cree que la Organización de Tratado del Atlántico Norte se haga cargo de los aspectos militares y complementarios. Por supuesto, su campaña apunta contra tres niveles: Defensa (Donald Rumsfeld), Justicia (John Ashcroft, cuya reciente denuncia sobre actividades locales de Al Qa’eda se pone en duda) y el vicepresidente Richard Cheney.

Según observaba el columnista Tomás E.Martínez, “en encuentros con potenciales donantes para la campaña, Cheney suele señalar lo cerca que se está de una catástrofe nuclear”. En similar vena, “el miedo se ha convertido en arma de propaganda. Como (Osama) bin Laden sigue activo, la administración vaticina, con frecuencia, que sus tentáculos podrían cernirse otra vez sobre Estados Unidos, como cayeron hace poco sobre España”.

En verdad, Cheney es un problema para los republicanos. A esta altura de los acontecimientos, parece más fácil salvar a Bush que a Cheney. Aparte, el vice podría ser un lastre que hundiese al presidente. Inclusive se habla de dos candidatos transaccionales: Colin Powell y Condoleezza Rice.

Entretanto, Kerry inicia una etapa que culminará el 6 de junio, sexagésimo aniversario del día D (desembarco aliado en Normandía, 1944). Lo hace estimulado por dos sondeos, donde aventaja a Bush por 48 a 41%. Para el aspirante a la reelección, el problema no son los siete puntos de brecha, sino que ese 41% es inferior al nivel de apoyo que tenían su padre y James Carter a igual altura de cada campaña. Ninguno a ambos obtuvo la reelección.

Este factor inspira resquemores entre los demócratas, quienes recuerda el juego sucio de Richard M.Nixon para asegurar la reelección en 1974. Por entonces, Watergate fue armada para comprometer a los opositores. Nixon logró la reelección pero, menos de dos años después, debió renunciar.

En 2004, el alerta público lanzado por Ashcroft –un fundamentalista político y religioso- hace sospechan, dentro y fuera de EE.UU., en una maniobra singularmente arriesgada para “recrear” el clima de apoyo a Bush generado tras los ataques terroristas de 2001. “¿Se imaginan –hipotetizaban en la TV canadiense- si Bush logra la reelección y, luego, se descubre una maniobra así? ¿qué pasaría si el presidente reelecto renunciara y lo reemplazase Cheney?…

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