Elecciones 2004: ¿Cómo afecta Irak la campaña de Bush?

De repente, el último semestre de campaña electoral arranca con denuncias –documentadas- de torturas y sevicias infringidas a prisioneros iraquíes por militares norteamericanos (y británicos). Esto es peligroso para George W.Bush.

4 mayo, 2004

Curiosamente, el riesgo es menor para Tony Blair, porque ya casi nadie da mucho por su futuro político. Ello pese a su vuelco oportunista vía plebiscito sobre la Unión Europea, con la idea –sospechan muchos analistas- de separar a Gran Bretaña para unirla a una futura entidad política anglosajona y noratlántica.

El problema de las torturas y otros abusos, inclusive, es peor entre las fuerzas norteamericanas que entre las británicas. De acuerdo con un informe reservado, subscripto por el general Antonio Taguba, las sevicias no eran hechos aislados de tropas borrachas o saturadas de jashish. Por el contrario, según reveló “Los Ángeles Times”, fueron frutos de “una política antislámica sistemática, dispuesta por superiores en Abú Ghraíb y otros sitios de detención, que también incluyó humillaciones a mujeres tanto sunníes como shiíes”.

Esto contradecía de plano expresiones del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y su vocero, Scott McClellan, ambos allegados a la ultraderecha “imperial”. Más papista, el general Ricardo Sánchez –comandante de la ocupación- impuso censura a siete oficiales involucrados en el escándalo. Entretanto, la presa descubrió que el coronel Thomas Pappas, el teniente coronel Steven Jordan (inteligencia) y dos operadores civiles de la CIA (Steven Stefanowicz, John Israel) fueron corresponsables de las torturas.

Esta concatenación de circunstancias y el fracaso político del plan lanzado por Ariel Sharón para reducir los territorios en manos palestinas dejan malparado a Bush. Ninguna de esas novedades tiene la carga “heroica” de las batallas en Falluja y Najaf, que explican el apoyo a Bush en el interior blanco (los “cogotes rojos”). Además, para evitar que las tropas se empantasen en una lucha casa por casa, fue preciso recurrir a uno de los principales generales de Saddam Huséin.

Sin duda, las cosas han cambiado mucho desde la captura del ex dictador, en diciembre. Por entonces, los ocupantes definían el calendario político 2004, donde figuraban dos claves para Bush y su imagen electoral: una constitución y la entrega del poder formal a un gobierno iraquí, el 30 de junio. La carta salió y, por cierto, es la mejor posible para un país musulmán sin tradiciones constitucionales ni una cultura política digerible para Occidente.

Pero, ahora, nadie se anima a asegurar que –en 47 días- sea posible instalar en Bagdad un gobierno, siquiera aparente. “No hay tiempo, espacio ni candidatos para poner un Quisling, un Pétain o un Rómulo Augústulo”, decía el “Financial Times”.

En febrero, con los demócratas en febriles internas, se firmaba la “ley fundamental” iraquí y a Bush sólo le preocupaba la lentitud del repunte económico propio, no las complicaciones ajenas. La “hoja de ruta” indicaba que los iraquíes empezaran a vivir un clima democrático durante internas cerradas para elegir una asamblea general.

Para marzo, con John Kerry virtual candidato a la presidencia, estaba programado un pacto entre norteamericanos e iraquíes, para ir reemplazando tropas ocupantes con elementos locales. Según lo cálculos, la cantidad de las primera bajaría de 120.000 a unos pocos de miles a fin de año. El 30 de junio, la inminente proclama de Kerry pasaría a según plano: en Bagdad, un victorioso Bush estaría presidiendo la entrega del gobierno a los iraquíes.

No obstante, hoy las cosas marchan por otros carriles. Aquella ley fundamental se firmó, es cierto, pero mientras recrudecía la “guerra de posguerra” y las dos facciones religiosas se unían –como no lo estuvieran desde que los mongoles arrasaron Bagdad, en 1258- contra la coalición. Durante abril –el peor mes desde la invasión- , inclusive, Washington tanteaba discretamente a los kurdos (que controlan pacíficamente el noreste de Irak), Irán y Siria para interponer buenos oficios. Rebeldes y guerrilleros ya copaban ciudades.

La Casa Blanca insiste en la transferencia del poder formal el 30 de junio próximo. Ni siquiera los aliados más fieles en esta aventura (Gran Bretaña, Italia, Polonia, Japón) lo creen posible. Por otra parte, cabe dudar de que los propios iraquíes compren una soberanía de papel, un gobierno instalado por extranjeros, una economía atada al dólar o a los militares norteamericanos haciendo de policía. Por lo que ahora se sabe, con vicios y costumbres no tan distintos a los de Saddam y sus esbirros. En verdad, algunos están siendo reclutados para controlar lo incontrolable.

Con altibajos, en las últimas semanas las encuestas señalan que Irak, no la economía, es el peor problema que afronta la reelección presidencial. Hacia julio pasado, AP-Ipsos preguntaba a la gente cuál era el peor problema nacional y apenas 9% mencionaba Irak. En febrero, un promedio de cuatro compulsas reveló que esa cifra había pasado a 17%. Hace una semana, llegaba a 29%, con la economía en 32%.

Entretanto, Moqtada as-Sadr, jefe de los shiíes radicalizados, admitió que uno de sus objetivos es influir en la campaña electoral. Obviamente, contra Bush. Por eso, algunos grupos de secuestradores han dejado de capturar civiles de otros países e, inclusive, imponen condiciones políticas “suaves” para tratar mejor –o hasta liberar- rehenes italianos, japoneses, etc.

Al terminar abril y luego de veloces vaivenes, la opinión pública urbana prefería a Kerry (49%) por una mínima diferencia sobre Bush (48%). En buena medida, porque el demócrata coincide con el republicano en la imposibilidad de un rápido retiro de tropas y la prioridad de establecer un gobierno mínimamente aceptable. Pero similar postura se observa en Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Rusia, España, Egipto, Turquía o Saudiarabia.

Por otra parte, el pasado le ata las manos a Kerry. Siendo senador por Massachusetts, votó en favor de la resolución legislativa que autorizaba al presidente a entrar en guerra. De ahí que, días atrás, su llamado al retiro fuese calificado como “suicidio político” por varios medios dentro y fuera de EE.UU. En el otro extremo, as-Sadr desnuda -mejor que el mismo Saddam- una debilidad clave de Bush: el contraste entre tan esclarecido fines y su instrumentación torpe e increíblemente grosera, como demuestran las sevicias contra prisioneros.

Poco a poco, la opinión pública estadounidense abandona temas como la democratización en Irak o las armas de destrucción masiva y pasa a cuestiones de fondo. Entre ellas, la capacidad y la credibilidad del presidente, junto con casi toda la estructura que lo rodea; empezando por el Consejo Nacional de Seguridad, el Pentágono y los servicios de inteligencia.

Precisamente ellos son la bisagra entre el fracaso de la posguerra, las mala información allegada a Bush antes del 11 de septiembre y la actual obsesión –en aras de la seguridad- de controlar, espiar y censurar a ciudadanos, medios e instituciones estadounidenses. Todo eso se encarna en el secretario de Justicia, John Ashcroft, un fundamentalista tan cerril como as-Sadr, que eventualmente deberá enviar al banquillo militares que procedieron con los iraquíes como el KuKluxKlan con los negros.

Curiosamente, el riesgo es menor para Tony Blair, porque ya casi nadie da mucho por su futuro político. Ello pese a su vuelco oportunista vía plebiscito sobre la Unión Europea, con la idea –sospechan muchos analistas- de separar a Gran Bretaña para unirla a una futura entidad política anglosajona y noratlántica.

El problema de las torturas y otros abusos, inclusive, es peor entre las fuerzas norteamericanas que entre las británicas. De acuerdo con un informe reservado, subscripto por el general Antonio Taguba, las sevicias no eran hechos aislados de tropas borrachas o saturadas de jashish. Por el contrario, según reveló “Los Ángeles Times”, fueron frutos de “una política antislámica sistemática, dispuesta por superiores en Abú Ghraíb y otros sitios de detención, que también incluyó humillaciones a mujeres tanto sunníes como shiíes”.

Esto contradecía de plano expresiones del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y su vocero, Scott McClellan, ambos allegados a la ultraderecha “imperial”. Más papista, el general Ricardo Sánchez –comandante de la ocupación- impuso censura a siete oficiales involucrados en el escándalo. Entretanto, la presa descubrió que el coronel Thomas Pappas, el teniente coronel Steven Jordan (inteligencia) y dos operadores civiles de la CIA (Steven Stefanowicz, John Israel) fueron corresponsables de las torturas.

Esta concatenación de circunstancias y el fracaso político del plan lanzado por Ariel Sharón para reducir los territorios en manos palestinas dejan malparado a Bush. Ninguna de esas novedades tiene la carga “heroica” de las batallas en Falluja y Najaf, que explican el apoyo a Bush en el interior blanco (los “cogotes rojos”). Además, para evitar que las tropas se empantasen en una lucha casa por casa, fue preciso recurrir a uno de los principales generales de Saddam Huséin.

Sin duda, las cosas han cambiado mucho desde la captura del ex dictador, en diciembre. Por entonces, los ocupantes definían el calendario político 2004, donde figuraban dos claves para Bush y su imagen electoral: una constitución y la entrega del poder formal a un gobierno iraquí, el 30 de junio. La carta salió y, por cierto, es la mejor posible para un país musulmán sin tradiciones constitucionales ni una cultura política digerible para Occidente.

Pero, ahora, nadie se anima a asegurar que –en 47 días- sea posible instalar en Bagdad un gobierno, siquiera aparente. “No hay tiempo, espacio ni candidatos para poner un Quisling, un Pétain o un Rómulo Augústulo”, decía el “Financial Times”.

En febrero, con los demócratas en febriles internas, se firmaba la “ley fundamental” iraquí y a Bush sólo le preocupaba la lentitud del repunte económico propio, no las complicaciones ajenas. La “hoja de ruta” indicaba que los iraquíes empezaran a vivir un clima democrático durante internas cerradas para elegir una asamblea general.

Para marzo, con John Kerry virtual candidato a la presidencia, estaba programado un pacto entre norteamericanos e iraquíes, para ir reemplazando tropas ocupantes con elementos locales. Según lo cálculos, la cantidad de las primera bajaría de 120.000 a unos pocos de miles a fin de año. El 30 de junio, la inminente proclama de Kerry pasaría a según plano: en Bagdad, un victorioso Bush estaría presidiendo la entrega del gobierno a los iraquíes.

No obstante, hoy las cosas marchan por otros carriles. Aquella ley fundamental se firmó, es cierto, pero mientras recrudecía la “guerra de posguerra” y las dos facciones religiosas se unían –como no lo estuvieran desde que los mongoles arrasaron Bagdad, en 1258- contra la coalición. Durante abril –el peor mes desde la invasión- , inclusive, Washington tanteaba discretamente a los kurdos (que controlan pacíficamente el noreste de Irak), Irán y Siria para interponer buenos oficios. Rebeldes y guerrilleros ya copaban ciudades.

La Casa Blanca insiste en la transferencia del poder formal el 30 de junio próximo. Ni siquiera los aliados más fieles en esta aventura (Gran Bretaña, Italia, Polonia, Japón) lo creen posible. Por otra parte, cabe dudar de que los propios iraquíes compren una soberanía de papel, un gobierno instalado por extranjeros, una economía atada al dólar o a los militares norteamericanos haciendo de policía. Por lo que ahora se sabe, con vicios y costumbres no tan distintos a los de Saddam y sus esbirros. En verdad, algunos están siendo reclutados para controlar lo incontrolable.

Con altibajos, en las últimas semanas las encuestas señalan que Irak, no la economía, es el peor problema que afronta la reelección presidencial. Hacia julio pasado, AP-Ipsos preguntaba a la gente cuál era el peor problema nacional y apenas 9% mencionaba Irak. En febrero, un promedio de cuatro compulsas reveló que esa cifra había pasado a 17%. Hace una semana, llegaba a 29%, con la economía en 32%.

Entretanto, Moqtada as-Sadr, jefe de los shiíes radicalizados, admitió que uno de sus objetivos es influir en la campaña electoral. Obviamente, contra Bush. Por eso, algunos grupos de secuestradores han dejado de capturar civiles de otros países e, inclusive, imponen condiciones políticas “suaves” para tratar mejor –o hasta liberar- rehenes italianos, japoneses, etc.

Al terminar abril y luego de veloces vaivenes, la opinión pública urbana prefería a Kerry (49%) por una mínima diferencia sobre Bush (48%). En buena medida, porque el demócrata coincide con el republicano en la imposibilidad de un rápido retiro de tropas y la prioridad de establecer un gobierno mínimamente aceptable. Pero similar postura se observa en Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Rusia, España, Egipto, Turquía o Saudiarabia.

Por otra parte, el pasado le ata las manos a Kerry. Siendo senador por Massachusetts, votó en favor de la resolución legislativa que autorizaba al presidente a entrar en guerra. De ahí que, días atrás, su llamado al retiro fuese calificado como “suicidio político” por varios medios dentro y fuera de EE.UU. En el otro extremo, as-Sadr desnuda -mejor que el mismo Saddam- una debilidad clave de Bush: el contraste entre tan esclarecido fines y su instrumentación torpe e increíblemente grosera, como demuestran las sevicias contra prisioneros.

Poco a poco, la opinión pública estadounidense abandona temas como la democratización en Irak o las armas de destrucción masiva y pasa a cuestiones de fondo. Entre ellas, la capacidad y la credibilidad del presidente, junto con casi toda la estructura que lo rodea; empezando por el Consejo Nacional de Seguridad, el Pentágono y los servicios de inteligencia.

Precisamente ellos son la bisagra entre el fracaso de la posguerra, las mala información allegada a Bush antes del 11 de septiembre y la actual obsesión –en aras de la seguridad- de controlar, espiar y censurar a ciudadanos, medios e instituciones estadounidenses. Todo eso se encarna en el secretario de Justicia, John Ashcroft, un fundamentalista tan cerril como as-Sadr, que eventualmente deberá enviar al banquillo militares que procedieron con los iraquíes como el KuKluxKlan con los negros.

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