A los teóricos conspirativos en las redes sociales se les restó importancia durante mucho tiempo pero en las circunstancias actuales, se están convirtiendo en un posible gran peligro global porque algunos estados los usan para desparramar desinformación.
Toda pandemia genera teorías conspirativas. Según la que una persona decida creer, el coronavirus es un arma biológica creada por China, o por los grandes laboratorios farmacéuticos, o por científicos norteamericanos, o provocada por la tecnología 5G, o simplemente no existe y es un engaño inventado por los enemigos de Donald Trump.
El jueves santo a las 9:30 de la mañana, en Almere, un pequeño pueblo holandés cercano a Ámsterdam, llamaron con urgencia a los bomberos para contener un incendio en uno de los mástiles de telecomunicaciones. Era el segundo incendio producido durante esa noche en ese lugar. Aunque ninguna de las torres de Almere está equipada con la tecnología 5G, las autoridades llegaron pronto a la conclusión de que los incendios habían sido perpetrados por vándalos actuando en nombre de una teoría insólita: que las redes 5G han contribuido a la pandemia del coronavirus.
Los incendios en los mástiles holandeses son la última escalada de una serie de ataques en toda Europa en las últimas semanas. La teoría de la conspiración 5G nació en enero en las redes argumentando que el Covid 19 había sido causado o por las frecuencias usadas para la nueva tecnología o porque esas señales dañan el sistema inmunológico de los humanos.
Estas creencias falsas tienen profundas consecuencias. Hacen que sea muy difícil terminar la pandemia con una vacuna, dice hoy Simon Kuper en el Financial Times. También se corre el riesgo de que la política se vuelva más disfuncional.
El estudio de caso más moderno sobre la relación entre teorías conspirativas y pandemias es el del SIDA. En 1983, un pequeño diario indio, The Patriot, publicó una carta anónima titulada: “El SIDA puede invadir la India: enfermedad misteriosa causada por experimentos norteamericanos”. La carta, supuestamente escrita por un conocido científico y antropólogo estadounidense, decía que el SIDA había sido provocado por experimentos del Pentágono para desarrollar … armas biológicas en un laboratorio de investigación del ejército en Fort Detrick, Maryland. Es muy probable que la carta haya sido redactada por la KGB, que ayudó en la creación de The Patriot como un vehículo para la desinformación soviética, escribe Thomas Boghardt del Centro del Ejército Norteamericano de Historia Militar.
Luego el servicio secreto de Alemania Oriental tomó la teoría antiamericana y cantidad de “idiotas útiles” en todo el mundo se la tragaron.
Hoy estamos atravesando el mismo territorio, dice Kuper. Hace un mes 29% de los norteamericanos dijo en una encuesta del Pew Research Center, que el coronavirus fue creado en un laboratorio. Otro 25% no estaba seguro. El virus es el generador perfecto de teorías conspirativas.
Catherine Fieschi, fundadora del grupo de investigación Counterpoint, dice esto: “No satisface mucho culpar al virus. En lugar de un virus que no se puede ver, se culpa a la torre 5G que sí se ve .
“Hoy el clima es ideal para las teorías conspirativas”, dice Hugo Drochon, teórico político de la Universidad de Nottingham. Atravesamos un momento de miedo en una era de desconfianza. Hay gran cantidad de personas viviendo solas y eso las hace más susceptibles a las teorías conspirativas. Han sido obligadas por sus gobiernos a permanecer en casa, están perdiendo su sustento y pasan horas en las redes sociales donde las teorías conspirativas circulan libremente aunque las plataformas tecnológicas hagan denodados esfuerzos por censurarlas. “Whatsapp es un vector particularmente poderoso porque la gente tiende a confiar en los mensajes que les envían familiares y amigos”, dice Drochon.
Paralelamente, cuando escuchan las noticias ven a los políticos, en quienes no confían, recitando números falsos de muertes e infecciones (pues las estadísticas oficiales casi siempre reducen los números) acompañados por científicos que no terminan de decidirse.
Los epidemiólogos coinciden en que el mejor camino para salir de la pandemia es, primero, rastrear el derrotero del virus monitoreando los lugares donde está la gente a través de sus teléfonos; luego, una vacuna. Pero ambas iniciativas corren el riesgo de chocar contra una pared de desconfianza.