Por Jorge Castro
Señaló que, por el contrario, lo que se necesita es aumentar los incentivos a la producción, debido al contexto internacional de la crisis alimentaria provocada por la guerra de Ucrania.
Esto significa dos cosas: en un sistema absolutamente presidencialista como el argentino no existe la menor autoridad presidencial y lo que hay, en cambio, es un enorme vacío de poder que impide el funcionamiento del sistema y que también, como indica la posición nítidamente pro-campo del ministro Julián Domínguez, muestra que el poder relativo del sector agroalimentario puede ser determinante cuando llega el momento de tomar las decisiones.
FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y el Desarrollo) acaba de informar que el índice de precios de los commodities alimentarios alcanzó en marzo su mayor nivel histórico desde 1990, con un auge de +12.6% mensual (m/m), lo que significa que alcanzó a 159.3 puntos básicos, comparado con una pauta de 100 puntos promedio en el periodo 2014/2016 (ajustado por inflación).
Es notable lo que ha ocurrido con los granos y cereales (soja, maíz, cebada, entre otros) que treparon un asombroso 17.1% en esa etapa. Esto se debe esencialmente a que Rusia y Ucrania son los 2 mayores productores de trigo del mundo, abarcan más de 40% de la producción mundial y ahora ambos han prácticamente desaparecido del mercado global.
También se produjo un auge de +23.2% en los precios de los aceites vegetales (girasol), provocado ante todo por el alza extraordinaria de los costos del transporte y la drástica reducción de las exportaciones.
Los otros sub-índices de FAO también han crecido dramáticamente, pero a un nivel menor: la carne trepó +4.8% en marzo, y +6.7% los precios del azúcar, en tanto que los lácteos solo se elevaron +2.6%.
Esto sucede cuando la guerra de Ucrania se ha convertido en un conflicto que va a “durar muchos años” según el General Mark Milley, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas norteamericanas.
Este dato estratégico central le otorga una especial importancia a la ubicación del Mercosur (Brasil y la Argentina en 1er lugar) en una “zona de paz”, que es América del Sur, carente de conflictos territoriales.
Brasil y la Argentina son los únicos 2 grandes productores de alimentos que están en condiciones de aumentar su producción en más de 40% en los próximos 10 años (FAO/2020).
A esto hay que sumarle una particularidad argentina en la producción agroalimentaria mundial; y es que encabeza la innovación en la biotecnología, como lo ha demostrado con la aprobación del germen transgénico HB4 anti-sequías por los mayores mercados del mundo: China, la principal importadora de soja del sistema global, y luego Brasil, Australia, y otros.
Es la obra de Bioceres (que preside Federico Trucco) /Conicet, desarrollada a través de un grupo de investigadores que lidera la eminente doctora Raquel Chan, una obvia candidata al Premio Nobel de Biología, en la línea de Bernardo Houssay, Luis Federico Leloir y Cesar Milstein.
En este momento mundial, y en el marco del Mercosur, transformado en la mayor plataforma de proteínas del siglo XXI, la Argentina aporta lo cualitativo, que es propio de su identidad nacional como una sociedad moderna, de alto nivel cultural y educativo, volcada al futuro.
La licuación del poder del Presidente Alberto Fernández no impide ni frustra este rasgo crucial de la identidad de los argentinos.
Lo único que hace es subrayar que es lo que necesita la Argentina para desplegar todo su enorme potencial como gran productor mundial de agroalimentos, al tiempo que encabeza la frontera de la ciencia de avanzada que es la biotecnología.
“Argentinos a las cosas “, era el reclamo de Ortega y Gasset en la década del ‘30 y podría ser el de hoy.