Ted Piccone, profesor especializado en orden internacional, estrategia e iniciativa latinoamericana de la Brookings Institution, se ocupa aquí de un tema que, según él, no se va a comentar mucho en los medios de comunicación: la crisis global de derechos humanos. Piccone, quien desde la Brookings Institution refleja la visión puramente norteamericana, dice que tanto Obama como Rousseff (ambos comenzando su segundo periodo en el poder) podrían recurrir a ese problema para descongelar sus relaciones y encontrar un territorio común para buscar el cambio.
Los dos países tienen una postura muy diferente en lo que hace al interés nacional y al activismo internacional en defensa de los derechos humanos.
La orientación predominante en la política extranjera brasileña hoy es contraria a la visión tradicional de Washington de liderar un orden internacional liberal en el cual Estados Unidos sigue siendo primus inter pares. Es evidente, dice Piccone, que desde la presidencia de Lula da Silva Brasil aspira a ser líder global del sur pero con orientación a un sistema más multipolar. Esto se ve en el alineamiento con Rusia y China en el grupo de los BRIC para crear organizaciones regionales múltiples que Excluyan a Estados Unidos.
Brasil, dice Piccone, está trazando su propio curso de autonomía estratégica diseñada para contrarrestar el liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Si bien el país sudamericano carece del poder duro como para desafiar directamente a Washington, su diplomacia suave, su historial de crecimiento económico y su retórica a favor de los pobres le confieren autoridad moral en el escenario internacional para reclamar una mejor posición en la mesa del poder global. Como parte de ese lilderazgo, ha aumentado notablemente su comercio y asistencia para el desarrollo del Africa sub Sahariana.
Pero el tema de los derechos humanos se encuentra en medio del fuego cruzado de esta incompatibilidad entre los valores centrales de ambos países como democracias y sus incompatibles definiciones de interés nacional.
Ejemplos de divergencia; Brasil se opuso al ataque norteamericano a Libia. El país, que en 2011 ocupaba un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, se opuso a las medidas militares y fue uno de los cinco países que se abstuvieron en la votación. También dejó en claro que no autorizaría una internación de Naciones Unidas en Siria. Se alineó con rusia cuando ésta se apropió de Crimea manteniéndose al margen a pesar de que Moscú había violado la ley internacional. Y no se ha expresado en forma manifiesta sobre los abusos de los derechos humanos en países como Venezuela y Cuba
Por su parte, Estados Unidos tiene un récord contradictorio. No logró el liderazgo necesario para detener el baño de sangre en Siria, no se hace responsable del uso de la tortura y cruel tratamiento de sus detenidos terroristas y el abuso de las poderosas capacidades de vigilancia para espiar a otros, incluida la presidenta Rousseff. Todas esas son manchas del país del norte en el plano de los derechos humanos para reclamar el liderazgo del mundo.
Oportunidades
Ambos países tienen, con respecto a los derechos humanos, valores e imperfecciones en común. Pero eso no les impide encontrar un propósito común en un orden liberal internacional que pudiera inclinar la balanza hacia la justicia y el imperio de la ley:
Podrían emerger de esta reunión con por lo menos dos o tres prioridades para la cooperación bilateral en este sentido.
La primera podría ser asegurar la libertad digital y los derechos a la privacidad en un mundo hiíper conectado.
Otro punto productivo de consenso apoyar a los cubanos en sus esfuerzos por conseguir más independencia del estado. Y el tercero podría ser un esfuerzo conjunto para ayudar a Venezuela a retornar a la estabilidad democrática.
El otro tema: el cambio climático
Timmons Roberts and Guy Edwards , también investigadores de la Brookings Institution, desarrollan aquí sus teorías sobre el otro gran tema que probablemente ocupará a ambos mandatarios, el del clima.
unio la presidente de Brasil Dilma Rousseff aterrizará en Washington para una visita de trabajo con el presidente Barack obama en la Casa Blanca. Ambos tienen mucho para conversar, por ejemplo, sobre cambio climático. Presiden de dos países que se encuentran entre los más contaminantes del mundo, algo que se discutirá a fin de año en la reunión internacional en París.
La Casa Blanca aspira a dejar atrás el periodo de ruptura de relaciones entre ambas naciones por el tema de las escuchas. Brasil, además de postergar por dos años una programada visita oficial a EE.UU., exigió una investigación y una promesa por parte de Estados Unidos que no volverá a espiar conversaciones. ¿Si obtendrá alguna disculpa? Poco probable.
Pero es evidente que ambos países quieren normalizar las relaciones buscando temas de preocupación global en los que ambos puedan cooperar. Los observadores señalan dos posibles: cambio climático y derechos humanos.
El rol de Estados Unidos con respecto al clima mundial es una vieja deuda del país que heredó Obama y que ahora quiere subsanar. Por su parte Dilma, que perdió su abrumadora popularidad con el pobre crecimiento económico de los últimos años y luego de verse salpicada por el escándalo de las coimas y corrupción en la petrolera estatal Petrobras, que la pone al borde de la destitución. O sea, necesita volver con buenas noticias.
Ambas partes tienen interés en mostrar que se están ocupando del calentamiento global en forma seria. Estados Unidos y Brasil colaboraron en el borrador del Acuerdo de Copenhage en 2009 (con China, India y Sudáfrica) que echa al olvido el Protocolo de Kioto. En la gran ronda de negociaciones que prepara la ONU en diciembre de este año en París, Estados Unidos y Brasil inevitablemente tendrán un papel importante.
La “Banda de Copenhage” de Estados Unidos, Brasil y otros, reemplazó el Protocolo de Kioto con un sistema de “compromisos y revisiones”, un sistema que, al revés de Kioto (que iba de arriba hacia abajo) va de abajo hacia arriba en el cual cada país decide por sí mismo cuánto esfuerzo va a poner dadas sus circunstancias. Diciembre 2015 fue fijado como fecha tope en la cual las naciones anunciarán sus compromisos. Y son Brasil y Estados Unidos, en particular los que deberían demostrar que el sistema puede funcionar. El gobierno de Obama está dispuesto a demostrar que puede y que ha dejado de ser “el malo de la película”.