Ahora se pone claramente de relieve con la decisión sobre el acuerdo de comercio con Canadá. Usualmente, todo acuerdo comercial entre la UE y un tercer país era suscripto por Bruselas. En 2014, se llegó a un acuerdo global sobre comercio con Canadá, que estaba durmiendo el sueño de los justos hasta ahora.
Finalmente la Comisión Europea no se animó a dar el paso, en el nuevo contexto, y decidió solicitar la ratificación formal de los parlamentos de cada país miembro (ahora 27).
Lo que preludia un largo proceso. La periferia le ha ganado una batalla al centro. En teoría, el Pacto de Lisboa de 2009 le da a Bruselas capacidad para firmar en nombre de todos. Pero la UE no está en condiciones de una lucha intestina en este momento, en especial por un acuerdo comercial de efectos limitados para todos los miembros. Incluso cabe la posibilidad de que nunca termine de ratificarse y se convierta en letra muerta.
El antecedente británico ha cambiado el clima. La resistencia a un poder central en Bruselas no viene solamente de las islas británicas. En buena parte de Europa hay un creciente sentimiento opositor a un gobierno central con demasiadas facultades.