sábado, 23 de noviembre de 2024

¿El milagro “nao tem fim”?

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En medio de un gran escándalo político por corrupción, el país terminó 2015 analizando el impeachment de su presidenta, Dilma Rousseff, perdiendo la calificación de grado de inversión, acumulando una tasa de depreciación nominal respecto del dólar en torno a 47% y removiendo al ministro de Economía de la segunda gestión del PT, Joaquim Levy.

Esa última situación no sólo mostró el debilitamiento político de Dilma, quien lo había respaldado fuertemente en el proceso de ajuste, sino también una falta de apoyo del arco político para seguir avanzando en el ajuste fiscal. Lo que justamente, determinó que Nelson Barbosa (hasta entonces ministro de Planificación) le ganara la pulseada al ala más ortodoxa. Sin embargo, haber llegado a esta situación no resulta un sin sentido para quienes venimos siguiendo la evolución de la séptima economía mundial, la principal de la región y a la que miramos desde Argentina con especial preocupación, por ser el destino principal de nuestras exportaciones industriales. 

En la primera presidencia de Dilma (2011-2014) la economía brasileña creció a un ritmo promedio de 2,2% anual. En 2014 se estancó y en 2015, experimentó una contracción de 3,2% en términos reales. Es decir, en lo que va de Dilma en el gobierno federal (5 años) la economía brasileña acumuló un alza de solo 5,8% (1,1% real anual). 

La inversión interna bruta fue por lejos el componente de la demanda global que tuvo el peor desempeño. En particular, cayó por segundo año consecutivo a un ritmo de 12,7% anual, superando la magnitud de la contracción experimentada en plena crisis del real (1999, ?8,9% anual) y alcanzando el nivel de participación en el PBI más bajo desde 2007. En este sentido no sólo fue importante el mal desempeño del componente privado, sino también la paralización de la obra pública.

En tanto, el consumo privado también se contrajo en forma significativa (?3% anual), registrando la primera contracción desde que el PT llegó al poder (2003) El público gasto público se mantuvo relativamente estable (?0,4% anual). En consecuencia, la demanda interna se contrajo 4,5% respecto de 2014 y también superó holgadamente el ritmo de contracción registrado durante la crisis del real de 1999 (?1,2%).

El sector externo fue el único amortiguador del ritmo de caída del PBI, aún a pesar del contexto internacional en pleno deterioro. En particular, fuerte depreciación del real mediante, las cantidades exportadas de bienes y servicios lograron redondear un alza de 4% anual y las importadas se desplomaron 12,4%, propiciando una fuerte mejora del saldo neto. Por el lado de los sectores productivos, la industria tuvo por lejos el peor desempeño, con una caída promedio de 5,6% anual. Fue el segundo año consecutivo en caída del bloque industrial, que acumula un retroceso de ?1,2% desde que Dilma llegó al Gobierno Federal.

A la recesión declarada por el lado del nivel de actividad económica, en general, y el industrial, en particular, hay que sumar la aceleración de la tasa de inflación, que terminó el año en 10,7%. Muy por encima del límite superior de la tasa objetivo de la política monetaria (6,5%) y redondeando el mayor avance desde 2002. Buena parte de las causas de los problemas económicos y políticos que experimentó Brasil en 2015, hay que buscarlos en 2014. Pues, fueron consecuencia directa de la estrategia electoral del PT para conseguir la reelección de Rousseff. 

La pata económica de esa estrategia se basó en una política fiscal súper?expansiva. Como consecuencia de la misma, en 2014, por primera vez desde 1997, el sector público no alcanzó a tener superávit primario. Y en 2015, el déficit antes del pago de intereses de la deuda pública alcanzó a 0,9% del PBI.

Cabe recordar que si bien Brasil tiene un stock de deuda de 66% del PBI (trece puntos por encima del nivel en el que Dilma comenzó su primera presidencia), la tasa promedio en torno a 14% anual (ya que la mayoría de la deuda de es corto plazo y está denominada en la moneda local) consume 8,5% del PBI para el pago de los servicios de la deuda. Para entender el mal desempeño del producto y la demanda interna, en general, y del consumo privado, en particular, hay que tomar debida cuenta que en la última década la masa salarial creció más que el producto, a lo que se sumó la disponibilidad de crédito a tasas históricamente mucho más accesibles. Ese círculo, entonces virtuoso, comenzó a revertirse en los últimos años.

Salarios y desempleo

En particular, los salarios vienen cayendo en términos reales desde marzo del año pasado (a un ritmo de 4,5% anual) y la tasa de desempleo ya trepó tres puntos porcentuales, alcanzando a 8%. Lo que implica que se perdieron más de un millón de puestos de trabajo en el último año. Las proyecciones del mercado indican que la tasa de desempleo cerrará 2016 en torno 10%. 

Y como si fuera poco, ante la obligación de avanzar en el ajuste fiscal y encerrado por la imposibilidad de incrementar impuestos (presión record de 36% del PBI), el PT no tuvo mejor idea que incluir entre los recortes a los subsidios por desempleo y paralizar la obra pública.  En este contexto es difícil no buscar la salida por el lado de las exportaciones.

Sin embargo, la desaceleración china, principal destino de los productos brasileños, tampoco permite ser demasiado optimista en ese sentido. 

Por eso mismo, proyectamos una contracción mínima para el PBI de 1% en 2016, lo que en conjunto con el desempeño de la economía del año pasado redondearía el peor bienio desde la crisis de los años 30. Asimismo, damos por descontado que el Banco Central no volverá a cumplir la meta inflacionaria antes de 2019.

En cierto paralelismo con la Argentina, Brasil desaprovechó la oportunidad que le presento la bonanza internacional, pues no logró avanzar un ápice para solucionar los problemas estructurales relacionados con el atraso de la inversión en infraestructura, la baja calificación de su mano de obra, la altísima presión fiscal y una compleja maraña burocrática que desincentiva las inversiones. 

En cambio, el PT decidió entregar asistencia, subsidiar tarifas de servicios públicos de mala calidad y préstamos al consumo y establecer una serie de desgravaciones industriales. 

En una primera instancia esa política impulsó el consumo a través del gasto público y empujó la inflación, logrando esconder las debilidades del esquema de política económica. Hasta que bajó el agua y las inconsistencias quedaron al descubierto. El mercado reaccionó, reduciendo su nivel de exposición y elevando el costo del endeudamiento, especialmente después de que perdiera la calificación de grado de inversión. 

Fue entonces, que el milagro brasilero se apagó. Al menos, por un tiempo.

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