El gran dilema argentino

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La política y la economía se quedaron sin respuestas. ¿La literatura podría arrimar pistas? 

Entrevista a Eduardo Belgrano Rawon, autor de Noticias secretas de América

 

por Rubén Chorny

 

A un narrador que se autodefine como mero contador de historias no deja de sorprenderle que una vecina, alarmada por el aluvión de noticias catastróficas que caen a diario sobre su cabeza, lo intercepte a menudo para pedirle alguna pista de lo que puede ocurrir: ” Y ahora, cómo salimos de esta?”, es la pregunta de siempre.
Como, según sus propias palabras, él tampoco tiene la menor idea de lo que puede venir, procura conformarla con una historia: “Cuando el capitán Cook llegó a las islas del Pacífico Sur, en su memorable vuelta al mundo, en vez de regalar a los indígenas los consabidos espejitos, les repartió clavos de hierro. Los tipos quedaron fascinados porque podrían construir sus canoas con clavos, en vez de hilo vegetal. Cuando los clavos se les fueron terminando, tuvieron una idea luminosa: plantarlos como semillas para multiplicarlos. Y eso es lo que hacemos nosotros”. Y remata: “Vivimos sembrando clavos con la ilusión de cosecharlos y poder continuar con nuestra vida de siempre, o sea al margen de la ley”.
Las historias de corrupción que ahora coparon las planas mediáticas y las redes sociales ya aparecían a menudo en sus narraciones, como Noticias secretas de América (Planeta, 2008), un aluvión de sucesos que, como una especie de Mil y una noches, se desarrollan en media docena de escenarios fundamentales: los tribunales, la cárcel, la escuela, el hospital, la guerra. Y, por último, las rutas de las diligencias, con lo cual el libro, en determinados momentos, transcurre como un road movie.

Del pasado al presente

En todas sus narraciones nunca falta una escuela. Hace hincapié en ciertas legislaturas provincianas donde gente cuasi analfabeta, que quién sabe si leyó alguna vez un libro, se comporta como marioneta para satisfacer al caudillo al que le deben sus bancas: tienen a su familia viviendo del Estado, manejan autos lujosos y gozan de sueldos envidiables. Los siguen votando, justificándose en la frase consabida: “Roban pero hacen”. Error: “Hacen para robar”, sería la adecuada.

–¡Sería como un recuerdo del presente para una crónica actual!
–Ya la escribí. Se llama No se turbe vuestro corazón. Transcurre en el pasado, pero nada cambió, en el fondo. “El sermón de la victoria”, que gira en torno de un crimen que nunca ocurrió, desarrolla un caso que sucedió en democracia, en la época que asesinaron en Catamarca a María Soledad. 
Una chica desaparecida conmovió a la sociedad puntana y la policía fue lanzada a la caza de un culpable, el primero que tuviera a mano. Ese libro primero apareció en Alemania y luego Clarín lo publicó como folletín por entregas.

 

–Hablando de Clarín, ¿cómo concilió haber sido contratado para viajar a Malvinas a recoger historias varios años después con el análisis de lo que significó la guerra y sus consecuencias?

–Para mí fue algo muy importante visitar las Malvinas. La consigna era traer algunas historias de no ficción sobre la guerra para publicar en un suplemento que se llamó La guerra y la paz. Uno de esos relatos, llamado “El misil”, trata sobre el despegue desde la costa fueguina, en una mañana de perros, de una pareja de aviones de combate. Van hacia un punto apenas discernible en el radar, que puede ser un barco o una isla. 
Los pilotos mantienen silencio de radio y vuelan a diez metros del agua. Son los Super Etendard que hunden al Sheffield con un misil Exocet. Sin embargo, lo esencial del relato transcurre en París, en el consultorio del psicólogo que atiende al presidente Mitterand, quien le confiesa que Margaret Thatcher lo está apretando para que le entregue los códigos de los misiles que Francia vendió a la Argentina, a los efectos de neutralizarlos. Se ve acorralado en un dilema, porque entregar esos códigos significaba traicionar a sus clientes. Es una historia real.

–¿Cómo se hace para enfocar una historia como la de Malvinas a través de hechos?

–Me la pasé merodeando por las antiguas posiciones argentinas, viendo restos de borceguíes, retazos de mantas, grafitis, techos que hicieron los combatientes para guarecerse, latas de conserva, resto de carta, clavos para colgar fotos y hamacas… Pertenecían a personajes subalternos, oficiales muy jóvenes, suboficiales, soldados, protagonistas de historias conmovedoras en las posiciones argentinas, testimonios que nadie toca. Forman parte de una especie de museo de la guerra al aire libre, y han sido tratados con respeto por los ingleses. A esa gente que estuvo en los pozos de zorro, no hay manera de pagarles. Todavía les debemos recibirlos como corresponde.

–¿Qué interrogantes disparan esos hechos?

–Si los responsables de aquella aventura delirante que encabezó Leopoldo Galtieri fueron sometidos al debido Consejo de Guerra, a pesar del informe Rattenbach. Ese sería parte de nuestros problemas. Nuestra Justicia es lenta porque en el fondo hay demasiados argentinos que no desean que los jueces avancen. Somos corruptos y corruptibles y en el fondo preferimos que así continúen las cosas. El Lava jato funcionó en Brasil por la presión de la sociedad. Con Mani Pulite se condenó a 1.300 personas. Aquí en cambio, con el Gloriagate, todavía hay gente argumentando que todo se trata de un operativo de distracción. Que Dios los perdone.

La cultura de la inmediatez

–¿Coincide con la hipótesis de la edición aniversario de Mercado en que estamos en la era de la perplejidad?

–La perplejidad nunca faltó. La diferencia es que hoy estamos al tanto de todo de manera casi instantánea. Antes, reducían a escombros una ciudad entera y lo veías a través de una foto borrosa en blanco y negro. Hoy vas a bordo de los bombarderos y ves a todo color las bombas que caen a tus pies. La televisión se encarga de alimentar tu ansiedad. ¿Llueve? Estamos con el agua al cuello. ¿Sube el dólar? Se pudrió todo. Como si alguna vez hubiéramos dejado de inundarnos o el dólar hubiera parado de subir. Somos pesimistas y melodramáticos. ¿Los ingleses votaron el Brexit? Bueno hermano, preparate para el fin del mundo. Vivimos en estado de queja y pánico. Comparada con nosotros, la gata Flora sería una conformista, una resignada a todo.

–Ud. suele decir “tiempos pasados fueron peores refiriéndose a la Justicia”. La pregunta sería: ¿tenemos un mundo peor que el que tuvieron nuestros padres y abuelos?

–Mucho mejor, desde luego. No hay más que mirar hacia México o Venezuela. Y qué decir de la pobre Cuba, una dictadura militar que depende de la beneficencia ajena y donde solo vive decentemente la casta gobernante del Partido, en medio de lujos inconcebibles. Para quienes alguna vez vimos la revolución cubana con simpatía, la impresión es doblemente dolorosa. Y mejor no hablemos de Nicaragua, a cargo de un matrimonio de delincuentes del sandinismo, que han bañado el país en sangre.

–¿Y dónde nos ubicaríamos entonces?

–En el peor de los mundos seguro que no. No conviviremos como los uruguayos, ni seremos racionales como los chilenos, pero tampoco estamos en México, donde mataron a sesenta candidatos en las últimas elecciones. Un día que llegué a ciudad de México había cinco personas asesinadas al costado de la autopista, sentadas en las sillas de plástico, cada una sosteniendo su propia cabeza con las manos. 
Nosotros estamos lejos de eso. La izquierda talibana podrá romper Plaza de Mayo cada tanto, pero nuestra sociedad dispone de un freno de mano que en otras partes no está. Y las redes sociales ayudan a reflejar lo que sucede realmente y machacan al mismo tiempo con las evidencias del pasado.

La comunicación, ¿tortuga hecha liebre?

–¿Las redes funcionan como antídoto a las manipulaciones de prensa o las alimentan?

–El periodismo hoy está sometido a la auditoría instantánea de la redes. Antes debíamos entregarnos a un señor de tono doctoroso que nos explicaba desde la pantalla cómo era la vida hasta que nos agarraba el sueño. Hoy el acceso de la gente a la información es inmediato y gratuito. Puede haber mucha basura en las redes pero también aparece gente creativa, con enorme sentido del humor y una capacidad de reacción y de análisis envidiables.

–¿Y los diarios?

–Con excepciones honrosas, son productos decadentes, a cargo de gente desmotivada y mal paga. Cada medio, por supuesto, cuenta con una minoría talentosa que sabe escribir pero con ellos no alcanza. El grueso del diario se te cae de las manos.

–Con su gusto por la imagen, supongo que en la televisión se hallará más cómodo…

–La televisión es cada vez más aburrida. ¿Cuál es el grueso de la programación de un canal? El corte en la 9 de Julio, la huelga cotidiana, el estado del tránsito o la pelea de dos gatos que se injurian mutuamente. Así, desde hace treinta años. Convengamos que, como espectáculo, no es demasiado apasionante. Se pasan horas con el pronóstico meteorológico, sin perdonarte ni una isobara. Yo me conformaría con que me digan: “18 grados. Está lloviendo”. Pero puede hablarte hasta el hartazgo de un eclipse de luna. No es algo que te haga bullir la sangre. Si viste una vez un eclipse, ya viste todos.


–¿Será que no tienen para llenar tanto espacio?

–Cada tanto, a la tele la resucita un escándalo. Ahora salió del respirador gracias a los cuadernos. Pero los movileros no explotan convenientemente las noticias, no atinan a hilvanar dos palabras y te explican lo obvio, sin salirse nunca del lugar común. Y luego se repite todo el día. Sin olvidarnos de los panelistas. La tele es una cadena interminable de mesas redondas grabadas en un estudio. Afuera bulle la vida, de la Quiaca a Tierra del Fuego, pero miramos a gente de Buenos Aires que opina sentada frente a un micrófono. Para eso, prefiero la radio.

–¿De nuevo, acá las historias servirían entonces para atraer audiencias?

–A lo mejor a la gente le gusta pasarse horas mirando el atasco en Libertador, pero yo prefiero las buenas historias. Nada reemplaza una buena narrativa. Si sos maestro de escuela y sabés contar una historia, en tu clase no va a volar una mosca. Si sos movilero y tenés el don, la audiencia quedará clavada a tu relato. 
A Churchill, su oratoria le sirvió para ganar la guerra. Mientras los nazis devastaban Inglaterra con sus bombardeos, el tipo sostenía un relato evocador de cómo Gran Bretaña iba a exterminarlos. Sus dotes narrativas les infundieron la mística de que podían vencer. Entre nosotros vale la pena recordar la oratoria sarmientina, evocadora de un país educado que a la larga se va plasmando poco a poco.

–¿Cualquier historia?

–Hay relatos y relatos. La violenta oratoria de Perón y su esposa, plagada de amenazas de palos y horca, fueron el germen de la grieta. Luego, para empeorar las cosas, a un puñado de aviadores dementes no se les ocurrió mejor idea que bombardear Plaza de Mayo. Vino Frondizi y el peronismo le hizo la vida imposible. Cuando murió Perón, en el pináculo de la gloria, el cuartel de la Triple A funcionaba en la residencia presidencial de Olivos.

Prisma optimista

–¿Cómo vislumbra el futuro, volviendo a la pregunta de su vecina?

–Soy optimista. En diez años tendremos un país mejor. Estamos en buen camino. Llevamos más de ochenta años en caída libre. Nos jodimos el día en que la Corte Suprema de Justicia, en 1930, aprobó que un grupo de generales amotinados hubiera usurpado el poder. Ese fue la patente de corso para que una catarata de militares, entre ellos Juan Domingo Perón, se volvieran adictos a los golpes de Estado, sin que ninguno pagara las consecuencias. 
Así fuimos de naufragio en naufragio. Y ahora solo quedó una tabla a flote, no será la mejor, ni una balsa con techo y raciones para seis meses, pero es una tabla al fin y al cabo. Y un náufrago, como indica el dicho, se agarra de un clavo hirviente. Esa tabla es Cambiemos.

–¿Llegaremos a puerto?

–Quién sabe. A lo mejor perdemos el rumbo y terminamos sembrando clavos en algún islote perdido. Quizá no contemos con los tripulantes ideales. Pero comparada con el barco pirata donde íbamos antes, vamos a cargo del almirante Brown y los tripulantes del Graff Spee.

–¿Cómo somos los argentinos?

–Maestros de la queja, a menudo violentos, críticos implacables del prójimo y dueños de una enorme complacencia hacia nosotros. No valoramos a los grandes argentinos que tuvimos. El presidente Arturo Illia fue una figura inspiradora, pero no creo que ningún maestro se moleste en mencionarlo en sus clases. Nunca cobró su jubilación de Presidente, terminó vendiendo pan, recién tuvo una casa el día que la gente de su pueblo hizo una colecta y le regaló un chalecito. Cuando lo derrocaron no se fue en helicóptero sino en taxi. 
El país había crecido, casi no había pobreza, la inflación era insignificante. Sin embargo, entre los sindicalistas y la pandilla militar de turno lo destituyeron. Los medios de la época, con Mariano Grondona a la cabeza, colaboraron con todo fervor. La sociedad no dijo ni mu. Tenemos una vocación irrefrenable por el abismo. Habían convencido a la opinión pública de que el Presidente era poco menos que un imbécil y que con los militares al mando nos convertiríamos en Alemania. El final ya lo conocemos. En 1982, la Argentina se rindió a los ingleses y entramos en default. Ese país recibió Raúl Alfonsín, que empezó a predicar la democracia hasta que el peronismo y los sindicatos se lo llevaron puesto.

–¿Estamos en condiciones de soportar una marejada en contra como sería la repetición de la grieta Macri-Cristina en las próximas presidenciales?

–¿Qué importa 2019? Que venga la marejada que sea. Pero los ciudadanos comunes, si pretendemos salir del barro, debemos enfocarnos en el trabajo de la Justicia. Hoy tenemos una oportunidad inmejorable. Olvidemos por un momento los resultados electorales. Que de eso se ocupen los candidatos.

–¿Qué condiciones deberían cumplirse para salir a flote?

–Debemos convertirnos en un país más normal, en el cual no abramos todas las mañanas el diario como quien abre una biopsia, a ver todas las malas noticias. Si nos enderezáramos hacia una mínima armonía política, muchas cosas se arreglarían solas. Y no pido que nos comportemos como suecos o noruegos. Solo hagamos como los chilenos o los uruguayos. Instrucción y justicia, no hay otra. Luego, más educación y mayor justicia.

–¿Y qué dependerá de nosotros?

–Por ejemplo, no exigirle a un Presidente que tuvo la lucidez de instalar la discusión de un tema profundo, como el aborto, que intervenga para inclinar la balanza hacia uno u otro bando. Es este otro rasgo típico de la sociedad argentina.

–¿Pero cómo considera que en el medio de dificultades económicas preocupantes se haya podido instalar el debate un tema urticante que casi corta por mitades a la sociedad?

–Definitivamente positivo, y que además haya dejado expuesta la división que existe entre la sociedad y la Iglesia, cosa que en algún momento deberá dirimirse también.

 

 

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