El informe publicado en la sección Perspectivas de la edición de octubre de la revista Mercado, que firma Rubén Chorny, vaticinaba un trimestre comparable al de la campaña 1997/98, que también fue Niño y de temible reputación, con lo cual cualquier exceso hídrico se complementará con los milímetros ya caídos hasta este momento del año.
Y se han venido cumpliendo los pronósticos de agua y el granizo, a punto tal que, aun en plena transición, el gobierno electo de María Eugenia Vidal ha empezado a tomar cartas en el asunto y revisa los programas de financiamiento para retomar las obras necesarias.
Para adosarle una cuota mayor de dramatismo la consultora rosarina Cultivar Conocimiento Agropecuario asegura en su informe climático que el impacto en el régimen pluviométrico de la región pampeana será de los más fuertes desde 1950, se consigna en la nota.
Destaca el trabajo que los mayores impactos se avizoran en el NEA y la región pampeana, pero también se sigue atentamente el caudal de los ríos Paraná y Uruguay para los que hay servicios de alerta hidrológico, como el del Instituto Nacional del Agua con el río Paraná. Da crecidas o bajantes y se hacen pronósticos.
En agosto no sólo el Salado se había ido de madre, tapado las localidades de Villa Nueva, Pila; avanzado sobre Dolores en el sur bonaerense y puesto en jaque a populosas ciudades como Olavarría, Azul y Tandil, sino que, contiguo a la cuenca superior, el río Luján también repitió dos veces en un año la escalada en las adyacencias y en la propia basílica.
Desde los ´60/70 hay claramente una tendencia al crecimiento de las precipitaciones sobre escalas de tiempos de décadas. Las inundaciones no deberían sorprender a nadie que siga la evolución del recalentamiento global y la acción de las corrientes de El Niño y La Niña.
Así y todo, en pleno enfrentamiento de la Casa Rosada con el aspirante a suceder a Cristina Fernández de Kirchner, la tijera bonaerense terminó recortando la inversión en el área de desagües y drenaje, que del 0,34% del gasto total en 2011 descendió a 0,12% en 2014.
La reaseguradora Swiss Re estimó que los daños económicos totales producidos por las últimas inundaciones en la provincia de Buenos Aires alcanzan los 750 millones de dólares, lo cual le da pie a concluir que, mientras que éstos crecen, la oferta de seguros es todavía escasa.
Ya la forma en la que se creó esa partida presupuestaria destinada a la atención de catástrofes lo dice todo: el entonces gobernador, Carlos Ruckauf, llevó a De la Rúa a recorrer en helicóptero las áreas inundadas para que así Cavallo sacara el decreto. Pero no fue bien direccionado después de la emergencia económica del 2001. Escofet recuerda el episodio.
Por eso no extraña que no se hayan dado por aludidos los interesados directamente en la temática que hayan leído de 2003 en adelante el estudio a fondo que realizaron el doctor en Ingeniería Hidráulica, jefe de Programa del Instituto Nacional del Agua y profesor en la Facultad de Ingeniería de la UBA, Ãngel Menéndez, junto con otros tres colegas (Angel Maydana, Pablo Bronstein y Horacio Escofet): el grupo de ingenieros que plasmó la problemática hídrica en un documento de dos tomos, financiado por una constructora norteamericana llamado “El cambio climático y sus consecuencias territoriales”, que fue presentado en la Convención Anual 2003 de la Cámara Argentina de la Construcción.
Los ejemplares que conservan sus autores no se pusieron amarillos, ni huelen a viejo, ni tampoco se desactualizaron sus conclusiones, a pesar de que durmieron en el estante de las bibliotecas durante la “década ganada”, transcurrida en el marco de una emergencia económica perpetua.
Sólo que los eventos extremos se han ido acelerando. “En el año anterior a la gran inundación en La Plata de 2013 hubo una menos difundida en Villa Elisa; en Luján repitieron dos veces en menos de un año, el prólogo fue la sequía de 2006 a 2009”, ejemplifica Menéndez.
El otro, Horacio Escofet, trasciende los estantes e invoca la denuncia que hizo hace poco el candidato a gobernador Felipe Solá de que lleva unos 10 años sin dragarse el río Salado en la zona pampeana, luego de haber arrancado en la desembocadura de la bahía de Samborombón: tenía que llegar a Junín y se detuvo en el arroyo Los Poronguitos, de Villa General Belgrano. El parate coincidió con la gran sequía de 2007-2008 que enardeció a los productores y encendió la mecha de la rebelión en rechazo de la resolución 125.
Nada fue causal. Chequeado.com, en base a UCOFIN (MECON) e informe “Análisis de la situación Cuenca Río Salado” del diputado Carlos Brown (FP), confirma que la ejecución de las obras correspondientes a la tercera y cuarta etapa del Plan Maestro Integral de la Cuenca del Salado no registra avances significativos desde fines de 2008.
Lo inesperado fue el contexto económico global. Aunque sin guardar relación alguna con esos pormenores, la burbuja inmobiliaria estallaría por entonces en Estados Unidos y propagaría sus secuelas por Europa y el resto de los países activos en el sistema financiero internacional. En tanto Argentina se encontraba desentendida en plena fiebre de desarrollos de centros urbanos construidos cerca de los espejos de agua, en los que únicamente se preveían obras que se limitan a bombear y sacar el agua.
Pompeya y más allá…
En ese aspecto, Escofet hace notar que “los barrios cerrados, más allá de ideologismos, usan relleno para elevar las construcciones, con lo cual trasladan el problema más abajo. Pero lo que no se cuenta es que hubo una enorme urbanización en la provincia de Buenos Aires”, que Solá cuantifica en “más de 60 urbanizaciones que han ocupado unas 9.200 hectáreas de humedales” levantadas en los últimos 15 años.
La contracara administrativa fue la inactividad sentenciada por el lápiz rojo presupuestario de la provincia a las excavadoras que hacen los dragados y abren canales principales, secundarios, terciarios. Las únicas que andaban tras las tranqueras eran las que llevaban por su cuenta los productores que, ante la mirada hacia otro lado oficial, tomaban sus propias precauciones en la materia.
Por entonces a nadie le interesaba escuchar nada que no fueran gotas de lluvia repiqueteando sobre las chapas. Menos aún prestarles atención a los especialistas que advertían que “en nuestra zona húmeda, que ocupa un tercio del país contra el resto que es semiárido y árido, vino habiendo un incremento de las precipitaciones medias, un 5% o un poco más de punta a punta”, como señala Menéndez.
Certifica, libro en mano, que “cuando hacemos los trabajos de investigación ponemos precipitaciones y tendencias. Es como un filtro que se incorpora para ver hacia dónde va, después habrá oscilaciones, pero la curva viene en alza. Desde los ´60/70 hay claramente una tendencia al crecimiento de las precipitaciones sobre escalas de tiempos de décadas”.
Organismos calificados como la Subsecretaría de Recursos Hídricos de la Nación hicieron asimismo en 2003 un inventario de los años con mayores registros de inundaciones, y señalan a 1980, 1985, 1986, 1987, 1993 y 2000, aunque “los episodios más graves, en cuanto a su impacto sobre la sociedad, ocurrieron en el periodo 1985-1987”. No incluye 2013, 2014 y 2015. Cuantitativamente suman 9 episodios en 35 años, a un promedio de uno cada cuatro años.
Atento a la aceleración de estos episodios extremos, el Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires había encargado a mediados de la década del ´90 a la consultora inglesa Sir William Halcrow & Partners la elaboración de un plan de recursos hídricos, que se realizó entre 1997 y 1999 y costó U$S 3,3 millones, financiados por el Banco Mundial.
Se lo reconoce como Plan Maestro y consistía en construir canales, obras de almacenamiento y regulación en lagunas embalses, destinados a mejorar la red de drenaje para “proteger el valor ambiental de la cuenca”, “mejorar las condiciones económicas” y “mitigar los impactos negativos de inundaciones y sequías”. La Legislatura provincial le incorporó el Código de Aguas, que “creó la Autoridad del Agua, y los Comités de Cuenca integrados por un representante municipal, dándole la posibilidad a los gobiernos locales de ‘gerenciar’ las acciones“, como Chequeado.com reproduce la explicación de Fernanda Gaspari, directora de la Maestría de Manejo de Cuencas Hidrográficas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). La provincia de Buenos Aires tardó cinco años en poner en marcha las medidas estructurales del Plan Maestro, y del resto, ni noticias.
En apenas cuatro años, los funcionarios de La Plata que hacían los números iniciado el primer período de Daniel Scioli como gobernador decidieron hincarle el diente en el fondo específico, como cuando la hacienda baguala va al jagüel con la seca. Total, si había alguna escasez acuciante para esa coyuntura, además del recurso económico, era el hídrico.
Llegado 2013, la Naturaleza cambió de opinión y transformó en agua lo que había sido sequía y, en su segundo mandato, Scioli tuvo que decretar la emergencia hídrica con una parte de La Plata sumergida y la militancia del gobierno nacional dándole lecciones de solidaridad en su territorio.
Pero ni aun así el programa “Control de Inundaciones” llegó a mover el amperímetro, e inclusive en 2014 tuvo un gasto menor. Tampoco el de “Saneamiento Hidráulico” fue puesto a la altura de aquellos avatares, porque aun cuando fue mayor en el año último, sigue siendo menor a lo gastado en 2009. En pleno enfrentamiento de la Casa Rosada con el aspirante a suceder a Cristina Fernández de Kirchner, la tijera bonaerense terminó recortando la inversión en el área de desagües y drenaje, que del 0,34% del gasto total en 2011 descendió a 0,12% en 2014.
¿Faltó sensibilidad o idoneidad y criterios para asignar los recursos públicos de los fondos específicos en medio de una disputa política ajena a lo que representan para la comunidad?
Ya la forma en la que se creó esa partida presupuestaria destinada a la atención de catástrofes lo dice todo: el entonces gobernador, Carlos Ruckauf, llevó a De la Rúa a recorrer en helicóptero las áreas inundadas para que así Cavallo sacara el decreto. Pero no fue bien direccionado después de la emergencia económica del 2001. Escofet recuerda el episodio.
En todos estos espasmódicos barquinazos entre excesos, defectos y consecuencias climáticas podría argumentarse la notoria ausencia de una oficina calificada, con voz y voto, pertrechada con idóneos, computadoras y teléfonos, que se impusiera en firme silencio a la agenda mediática y las conveniencias electorales para dedicarse a pensar en los cambiantes escenarios de una generosa geografía nacional que suele quedarles grande a pequeñas instituciones per sé, como organismos federales, intendencias, gobernaciones y hasta el propio Poder Ejecutivo Nacional.
Sin ir más lejos, Estados Unidos reúne en una Agencia Federal de Emergencias (FEMA), creada en 1979 por James Carter, la gestión de las emergencias no sólo de agua, sino de fuego, huracanes, tornados, terremotos, sismos, nieve, etc, coordinando el control y a los que actúan. Hasta de la seguridad nacional se ocupó el 11 de setiembre.
Con todo, Menéndez frunce el entrecejo cuando se lo mencionan como ejemplo: “Pasa el huracán que se llevó puestas unas cuantas casas, se inunda el Mississippi; en el ´93 desbordan todos los terraplenes con los que creía tener domesticado al río, y ocurre un desastre total que arrasó con Nueva Orleans. En las conferencias que dieron los participantes que analizaron esa inundación, que eran los que le daban explicaciones a Bush, hicieron una cruda autocrítica de los errores terribles cometidos, casi de países subdesarrollados”, rememora.
El especialista Menéndez efectuó una simulación construida con estadísticas y no con pronósticos (que no los hay), que remite a preguntarse: ¿Podrían haberse evitado las consecuencias de las últimas inundaciones? No, responde categóricamente el equipo interdisciplinario afectado a la temática, pero sí atenuarse los daños.
Lo desgrana: “Cuando participamos en diseño de obras hacemos una estadística en la cual planteamos proteger de crecidas con una recurrencia de 50 años. Sería el lapso en que prevemos que suceda un evento para el que no se está preparado. Inclusive un puente, casas, todo se hace con ese criterio. Se trata de tomar más reaseguros según lo que sea. Por ejemplo, en algunos lugares, los desagües pluviales se hacen para no se llenen cada dos años, sino cada cinco. Y en algunos emprendimientos llegan a 10, 20. Pero la probabilidad sigue latente. Cuando se estipula un plazo no significa que se cumpla estrictamente, sino que puede venir mañana, y después dentro de los 20 años. No podemos saberlo”.
Los desagües pluviales se diseñan apelando a lo que llovió, hasta si se quiere hora por hora, y a través de una modelación hidrológica se transforma esa lluvia en caudal. “De eso se ocupa el grupo mío. Podemos colocar el desagüe capaz de extraer el agua en un determinado tiempo, para lo cual hay que tener la tormenta de diseño, que es lo máximo que puede sacar sin inundar. El problema se presenta cuando es más grande la tormenta real que la de diseño”, relativiza.
La reversión del dicho “sobre llovido, mojado” moviliza a la burocracia estatal, a punto tal que, en plena campaña electoral, se llevó a cabo una reunión plenaria de la Comisión de Trabajo de Gestión de Riesgo (CTGR) en la Sociedad Científica. Estuvieron representados el Ministerio de Ciencia; el de Seguridad, a través de una nueva Subsecretaría de Protección Civil y Abordaje Integral de Emergencias y Catástrofes; el de Agricultura; el de Salud; y varias reparticiones vinculadas a la temática como el Servicio Meteorológico Nacional, el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), la Dirección Nacional de Vialidad; el Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas para la Defensa (CITEDEF); el Instituto Antártico Argentino (IAA); el Instituto Geográfico Nacional (IGN), el CITEDEF; la Red Nacional de Investigación y Educación Argentina – InnovaRed; la Red Universitaria de América Latina y el Caribe para la Reducción de Riesgo de Desastres (REDULAC); la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Universidad Nacional de Cuyo.
El antecedente que se encuentra en los archivos es el de SIFEM, creado en 1999, que trascurre como Buika compara a la gitana de la canción con “la falsa moneda que de mano en mano va y ninguno se la queda”. La recibió la Jefatura de Gabinete hasta que en 2002 le fue transferida a la Secretaría de Seguridad Interior dentro del Ministerio de Justicia. En 2007 pasó como una Dirección de la cartera política. En todas esas silentes etapas recibió presupuestos millonarios, y últimamente, la unidad ministro del Ministerio del Interior recibió una partida de $ 195.052.537 para el programa denominado “Protección Civil y Prevención de Emergencias”.
Tanta dispersión inspira a Escofet a preguntarse si no sería mejor que inviertan los términos y se haga un casting para que aparezca un “Señor Inundación”, con potestad sobre toda la jurisdicción nacional. Un Berni, todo terreno para las emergencias, pero que se ocupe de un trabajo subterráneo, valga la analogía, con conocimiento de causa.