El futuro energético a partir de la nueva YPF

Si la expropiación, estatización o “recuperación hidrocarburífera”, como se la prefiera llamar es una decisión acertada - más allá de la maraña de juicios cruzados que sobrevenga-, deberá juzgarse de este modo: ¿soluciona la crisis energética en la que estamos inmersos?

17 abril, 2012

<p>Es probable que el gobierno nacional, apremiado por ahorrar d&oacute;lares demore todo cuanto pueda el pago de cualquier indemnizaci&oacute;n. Pero a&uacute;n as&iacute; subsiste el problema de fondo: &iquest;qui&eacute;n har&aacute; las inversiones imprescindibles para recuperar el autoabastecimiento energ&eacute;tico que hemos perdido en los &uacute;ltimos a&ntilde;os?<br />
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M&aacute;s a&uacute;n, si se advierte &ndash;como lo refleja la estad&iacute;stica disponible que es inatacable- que YPF representa solamente una tercera parte del petr&oacute;leo y del gas que se produce en el pa&iacute;s, y aunque la nueva conducci&oacute;n encuentre los d&oacute;lares del Banco Central o de las retenciones a la soja para hacer las inversiones imprescindibles ahora mismo, subsiste otro problema central: &iquest;qui&eacute;n har&aacute; las inversiones correspondientes al otro 66% para retornar a niveles de reservas y de producci&oacute;n satisfactorios?<br />
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Es dif&iacute;cil suponer que despu&eacute;s de este show de fuerza, las otras empresas est&eacute;n dispuestas a invertir un solo d&oacute;lar en este escurridizo escenario. Pero si no lo hacen, &iquest;seguir&aacute;n el mismo camino de YPF? Lo que obliga a retornar a la pregunta original: &iquest;qui&eacute;n entonces har&aacute; las inversiones requeridas?<br />
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Tampoco hay que perder de vista que estas inversiones son de lenta maduraci&oacute;n. Tal vez cinco a&ntilde;os despu&eacute;s de efectuadas se adviertan con nitidez sus beneficios. Entre tanto la situaci&oacute;n puede empeorar, y la factura energ&eacute;tica para importar petr&oacute;leo y gas que este a&ntilde;o se calcula en US$ 10 mil millones, puede incrementarse sustancialmente en el actual escenario global de precios.<br />
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Seg&uacute;n el Poder Ejecutivo, toda la culpa es de la codicia de Repsol quien no hizo las inversiones adecuadas en tiempo y forma. De modo que si escasea energ&iacute;a y se reduce nuestro crecimiento es culpa de la empresa espa&ntilde;ola. Lo mismo si no nos alcanzan los d&oacute;lares que debemos pagar por las importaciones energ&eacute;ticas.<br />
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Lejos de ser la verdad. El argumento simplista puede ganar espacio moment&aacute;neo envuelto en la ola emocional de una YPF argentina. Y no hay que subestimar este sentimiento. La mayor&iacute;a de los argentinos cree, desde siempre, que la empresa l&iacute;der en este campo nunca debi&oacute; dejar de ser propiedad del Estado nacional.</p>

<p>Pero la fragilidad de la memoria colectiva –con la que cuenta el gobierno a su favor en este momento- se le puede volver en contra en pocos meses más. Si De Vido y Kicillof no logran restablecer la normalidad energética – y todo indica que no lo lograrán- en pocos meses serán ellos y otros funcionarios nacionales quienes estarán en la picota.</p>
<p><strong>Un ejercicio de memoria</strong></p>
<p>La historia de este proceso es la del fracaso del Estado argentino y de su poder regulatorio. A principios de la década de los 90, los gobernantes de entonces con Carlos Menem a la cabeza, creyeron que lo mejor era que YPF siguiera siendo propiedad del Estado pero con una estructura jurídica acorde con la una empresa privada y con el nivel de profesionalización que se necesitaba.<br />
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La conducción de José Estensoro logró avances significativos (la empresa significaba entonces 50% del mercado interno), pero en especial el despliegue internacional de YPF que se convirtió en importante actor regional.<br />
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Algunos años después, el tandem Menem –Cavallo llegó a la conclusión de que el estado central debía sacarse de encima algunas cuantas cosas, como la inversión en educación y jubilaciones que se pasaron a las provincias.<br />
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Pero también la oleada privatizadora llegó a la YPF de capital estatal, pero que actuaba ya como sociedad anónima. Los más entusiastas en vender en aquel momento, fueron los gobernadores de las provincias petroleras. Nadie hizo más lobby en esa dirección que el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, cuya provincia recibió como parte de pago de la venta US$ 600 millones que fueron depositados en el exterior y que dieron origen a una controversia que todavía persiste sobre su manejo y aplicación.<br />
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Años después, ya como Presidente, Kirchner avanzó en otra “nacionalización”. Logró que Repsol cediera una cuota accionaria importante a empresarios argentinos. La familia Eskenazi, vieja amiga de los Kircher se hizo así de 25% de las acciones – en etapas- pagaderas con préstamos (algunos todavía se deben) y dividendos futuros de la empresa.<br />
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A cambio, el Estado olvidó otra vez su poder regulatorio. La política de energía barata para subsidiar el transporte y los servicios públicos se tradujo luego en una pesada estructura que ahora no se sabe como desmontar. Bajos precios reconocidos a los productores, significaron poca inversión y ordeñe feroz de los yacimientos.<br />
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Así fue como se evaporaron las reservas que no fueron reemplazadas con nuevas inversiones en exploración y se permitió girar dividendos que ahora se consideran excesivos, sin que mediara la menor queja gubernamental.<br />
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Esa desastrosa política llegó al final de su camino, y Repsol (que tiene su buena parte de culpa en este proceso) se convierte en el pato exclusivo de la boda.<br />
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Los mismos que ayudaron decisivamente a privatizarla hace dos décadas, son los que instalaron “un capitalismo de amigos” durante la década pasada, y ahora se abocan a una expropiación selectiva (únicamente acciones de la hispana Repsol).</p>
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