La directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, presentó las conclusiones del informe sobre la eurozona a los ministros del euro, reunidos en Luxemburgo para el Eurogrupo.
Explicó que la recuperación está tomando aliento y que la confianza vuelve gradualmente tras años de reformas estructurales y consolidación fiscal, gracias en gran parte al activismo del BCE.
Y aconsejó al Eurobanco que “considere las compras masivas de activos si la inflación se mantiene obstinadamente baja”. El IPC de la eurozona está en el 0,5% —muy lejos del mandato de Mario Draghi, del 2%— y viene con tendencia a la baja desde noviembre del año pasado, informó la edición en español de El País.
El FMI lleva meses enfrentándose a Alemania por la política económica, tanto fiscal como monetaria, de la eurozona. Pero las compras de activos a gran escala —el denominado quantitative easing— es una especie de anatema en Alemania: las patronales bancarias llevan meses alertando de los efectos negativos de esa medida extraordinaria, a pesar de que tanto Estados Unidos como Reino Unido y Japón se han embarcado en esas adquisiciones para combatir la Gran Recesión.
Pese a los indudables riesgos, el FMI subraya que las compras de activos a la americana “elevarán la confianza, mejorarán los balances de las empresas y las familias, y estimularán los préstamos bancarios”.
En medio del debate que han abierto Italia y Francia sobre la necesidad de flexibilizar las reglas fiscales de la zona euro, y tras la habitual queja de la canciller alemana, Angela Merkel, la institución con sede en Washington puso el sentido común: “Después de varios años de consolidación fiscal [léase austeridad], la política presupuestaria para la zona del euro está cerca de ser neutral. Ha logrado un equilibrio correcto entre el apoyo a la demanda y la reducción de la deuda. Pero si se producen grandes sorpresas negativas que impacten en el crecimiento, eso no debería dar lugar a medidas de saneamiento adicionales”.
Así, Italia, a través del primer ministro Matteo Renzi, quiere que la política fiscal deje de ser una camisa de fuerza que ahogue el crecimiento. Incluso en la gran coalición alemana se abre paso ese asunto: Merkel se opone a cambiar el pacto de estabilidad, pero el vicencanciller socialdemócrata, Sigmar Gabriel, ha dejado claro su apoyo a las demandas de Roma y París.
El ministro español, Luis de Guindos, fue lo suficiente ambiguo como para no enemistarse con Alemania, pero no se opone a un cambio de acento en la política económica europea que favorecería a España.
El comisario europeo de Asuntos Monetarios, Olli Rehn, mantuvo su habitual discurso en favor de la rigidez fiscal: “A la vista de sus altos niveles de deuda pública, el mejor servicio que Francia e Italia pueden hacer al equilibrio del empleo en la eurozona es intensificar las reformas estructurales”.