Por Alberto Ford
Como ya he dicho mi método consiste en ir descartando de a una, cinco alternativas (continuidad, en blanco, anulado, abstención, cambio) con la expectativa de que el próximo domingo tenga por lo menos algo para hacer en el cuarto oscuro.
Son dos opciones activas –llamémoslas así- y tres pasivas. Pero hace unas horas se incrementó el protagonismo del voto en blanco con la conferencia de prensa en la que Rodríguez Larreta “ratificó la neutralidad porque quiere evitar que el partido gire hacia una opción de extrema derecha”.
La posición ya había sido asumida oficialmente por los radicales y apoyada enfáticamente por aquellos que disponen de poder territorial al frente de gobiernos provinciales y municipales; en el mismo sentido obraron los pronunciamientos de la Coalición cívica, Pichetto y la gente de Schiaretti.
La connotación de la situación creada es la siguiente: el domingo se elige un presidente, con la importancia que eso tiene para la democracia, pero también se decide sobre un periodo de gobierno que comienza en diciembre.
Los próximos cuatros años estarán condicionados, sobre todo en lo referido al funcionamiento legislativo, por una correlación de fuerzas carente de mayorías. Esa paridad que solo se podrá administrar a partir de negociaciones, aumentará su importancia por la potencial conflictividad de medidas de gobierno que no pueden ser tomadas sin el aval del Congreso.
Asimismo, la opinión pública promete estar fuertemente polarizada dando lugar a que esa actriz socio-política adquiera un protagonismo mayor del que ha tenido hasta ahora. En esa perspectiva el voto en blanco (o eventualmente la abstención), normalmente irrelevantes, cobran otro valor en los comicios presidenciales, pero también con relación a los cambios en ciernes del sistema político argentino.
Cuando Macri y Bullrich sin consultar a sus conmilitones deciden apoyar a La Libertad Avanza del mismo modo que un grupo de radicales lo hace con la fórmula peronista, ambos están contribuyendo a forzar el blanqueo de las desavenencias larvadas que han venido debilitando a Juntos por el Cambio, la coalición más exitosa que supo crear la clase media.
A partir de ahora, cualquiera sea el resultado del balotaje+, con las sorpresivas medidas el nuevo establishment político quedará influenciado por tres grandes conjuntos: el nacionalista popular (Nac&Pop), otro en el centro de tipo social demócrata (un Juntos por el Cambio más prolijo con los bordes recortados), y el entrismo de la derecha aprovechando las oportunidades que se le presenten. Los afectados por la fragmentación partidaria se irán reubicando según sus preferencias ya que habrá para todos los gustos.
En el fragor de la batalla electoral el tema de marras está ausente. A medida que la administración comience a funcionar en diciembre, la nueva disposición sin mayorías irá adquiriendo una importancia creciente en la agenda pública, en el tratamiento académico y en el imaginario de los ciudadanos.
Está claro que no desaparecerán peronistas, radicales ni los integrantes del PRO, pero los partidos irán adoptando de hecho formas quasi confederadas con debilitamiento del unitarismo y la débil probabilidad de que aparezcas liderazgos excluyentes.