El Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano indica en su último informe que el gobierno que asuma el 10 de diciembre de 2023 tendrá como prioridad trazar un plan antiinflacionario. Pero advierte que difícilmente el gradualismo sea una opción, ya que el desborde inflacionario impondrá un tratamiento de shock. De hecho, el pronóstico del CENE para la inflación de mayo es de 5,4%.
“El próximo gobierno se enfrentará al mismo dilema que afrontó el gobierno que asumió en diciembre de 2015, el cual optó por un enfoque gradual. El resultado fue que no pudo doblegar a la inflación, que pasó del 25% en 2015 a más del 50% en 2019”, precisa Víctor Beker, director del CENE.
De acuerdo con el economista, “la idea principal de esta terapia es que las reformas deben introducirse simultáneamente, ya que los cambios fragmentarios son ineficaces y sólo una suerte de big bang puede superar la resistencia. Se argumenta que los gobiernos deben tratar de aprovechar la ventana de oportunidad para establecer reformas tan rápido como sea posible e intentar crear irreversibilidad”.
“Así se intentó hacer en nuestro país en 1991, con el plan de Convertibilidad. También el tratamiento de shock fue utilizado en ocasión del Plan Austral, en 1985. En ambos casos se lograron éxitos iniciales en bajar drásticamente la inflación, aunque no permanecieron en el tiempo”, señala.
“El gradualismo ofrece una opción que no tiene la terapia de shock: la posibilidad de dar marcha atrás tempranamente, a un costo menor. La estrategia tipo big bang implica que puede ser muy difícil revertir algunos pasos, una vez que se introduce el paquete de reformas. Por lo tanto, los errores pueden llegar a ser muy costosos. La irreversibilidad es una ventaja sólo si se acierta con las medidas, pero puede convertirse en un boomerang si ello no ocurre”, precisa Beker.
“La Convertibilidad fue un claro ejemplo entre nosotros. Fijado el tipo de cambio en un peso por un dólar y anunciado para durar eternamente, se tornó luego tarea imposible flexibilizarlo, cuando ya era ostensible el retraso cambiario. Sólo la profunda crisis del 2001 permitió desactivar dicho corsé. Un régimen de flotación cambiaria hubiera permitido que el tipo de cambio se ajustara según la evolución de la oferta y la demanda de divisas. Al no adecuarse el tipo de cambio, debieron hacerlo el nivel de actividad y de empleo, como ocurrió durante la prolongada recesión de 1998-2002”, completa el director del Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano.