domingo, 22 de diciembre de 2024

El desarrollo, más allá del crecimiento económico

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A petición del gobierno estadounidense, el economista Simon Kuznets (Premio Nobel de Economía en 1971) ideó en los años 30 del siglo pasado un indicador que asignaba un valor monetario a la producción anual de un país.

Por Yolanda Durán Durán (*)

Así, Kuznets diseñó hace casi 90 años un sistema para medir la producción de bienes y servicios de los países, un sistema que se ha convertido en la base de la contabilidad económica utilizada por casi todos los Estados del mundo.

Este indicador es el PIB (Producto Interior Bruto) y refleja, en términos monetarios, los bienes y servicios finales producidos en un territorio durante un periodo de tiempo determinado. De esta manera, el PIB se ha convertido en el último siglo en un instrumento útil para medir la capacidad y la salud de las economías.

¿Cómo se mide la actividad económica en un país?

Cuando en una economía varía la producción, la renta de los integrantes de esa economía también varía y, al variar la renta, también lo hace el consumo. Por lo tanto, podemos medir el PIB desde tres enfoques posibles y equivalentes.

Desde una perspectiva de la oferta o producción

Esta perspectiva responde a la pregunta de “qué bienes y servicios finales se producen en una economía y quién los produce”. Para responder, se suma el valor añadido que cada empresa o agente económico aporta al producto o servicio final que sale al mercado.

Desde una perspectiva de rentas

En este caso, responde a “quiénes reciben las rentas que se generan como consecuencia de toda esa producción”. Para calcular el PIB según este método, se suman los ingresos y rentas que reciben todos los agentes de una economía en forma de salarios, alquileres, intereses por prestar dinero y beneficios excedentes que quedan a las empresas después de pagar todos sus costes.

Desde una perspectiva de la demanda o del gasto

Respondiendo a la pregunta de “quiénes compran esos bienes o servicios”. En este caso, se tienen en cuenta el consumo de las familias, el de las empresas, el que hace el sector público y la diferencia entre las exportaciones (consumo que se hace fuera de las fronteras del país de los bienes producidos dentro del país) y las importaciones (consumo que se hace dentro del país y se produce fuera).

El PIB y la calidad de vida de las personas

Una razón fundamental por la que es importante estudiar el crecimiento de un país es para conocer el nivel de vida de las personas que viven en él. Cuando se trata de comparar la riqueza de los países, la variable más utilizada es la producción, renta o consumo por persona, o PIB per cápita.

El PIB per cápita es la riqueza media por persona de un país, aunque a menudo las medias no reflejan la realidad que describen. En el caso del PIB per cápita, si medimos el PIB desde la perspectiva de la renta, cuanto más dispares sean los valores de renta en una economía, menos representativo será el PIB per cápita. Dicho de otra forma, cuanto mayores sean las tasas de desigualdad de una economía, menos reflejará el PIB per cápita la calidad de vida media de las personas. Fue el propio Kuznets quien, ya desde el principio alertó de una de las limitaciones del PIB:

“El bienestar de una nación difícilmente puede ser inferido de la medición de su ingreso económico”.

A pesar de todas las críticas al PIB por sus limitaciones, los países continúan utilizándolo como indicador primordial de la buena marcha económica. Políticos, financieros e incluso agentes sociales utilizan el crecimiento/decrecimiento del PIB como indicador de los efectos de su toma de decisiones.

La economista Kate Raworth señala: “Parece que el siglo XX nos ha legado economías que necesitan crecer, independientemente de que nos hagan progresar o no…”.

Pero ¿hasta dónde llega el crecimiento? ¿Hasta dónde el incremento de la renta personal es una motivación para producir cada vez más? Ya los economistas clásicos Adam Smith y David Ricardo intuían que todas las economías alcanzarían un estado estacionario que acabaría llevando a una situación de crecimiento cero. Y si estos economistas tenían razón: ¿En qué lugar de la curva de crecimiento está cada economía?

IDH, otra alternativa para medir el bienestar de los países

Desde 1990 el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica anualmente el Índice de Desarrollo Humano. Este índice fue propuesto por el economista paquistaní Mahbub ul Haq (1934-1998) y, desde su creación, se ha convertido en el indicador de referencia del desarrollo y bienestar de los países.

¿Qué es el IDH y qué pretende medir?

El IDH se define como un índice complejo y pretende medir el desarrollo de una sociedad más allá de su dimensión económica. Para ello, en su cálculo tiene en cuenta tres factores:

  1. La salud, medida a través de la esperanza de vida al nacer.
  2. La facilidad de acceso a la educación, medida por los años de escolarización esperados al nacer y por el promedio de años de escolarización de la edad adulta.
  3. La economía, medida a través del PIB per cápita.

Para medir cada factor se compone un índice para cada país, cuyo valor oscila entre 0 (si la situación del país es la peor situación posible) y 1 (si la situación del país se acerca a la medida óptima). Al final, habrá tres índices para cada país, cada uno de los cuales dimensiona la salud, la educación y el estándar medio de vida respectivamente. El IDH del cada país es la raíz cúbica del producto de esos tres índices. Cuanto más cercano a 1 sea el valor de ese índice mayor desarrollo tendrá.

El IDH en el mundo

El último informe publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (en diciembre de 2020) ofrece los datos referentes a 2019 del IDH de 189 países. Los países se clasifican en cuatro grandes categorías:

  • 66 países tienen un nivel muy alto de desarrollo (con valores del índice comprendidos entre 1 y 0,8.
  • 53 países tienen un nivel alto de desarrollo (con valores del índice en el rango 0,8-0,7.
  • 37 países tienen un nivel medio de desarrollo (0,70-0,55).
  • 33 países tienen un nivel bajo de desarrollo (0,55-0,40).

Una de las críticas más importantes a este índice se ha referido a la ausencia de la desigualdad en su definición lo que ha provocado que, desde 2010, se publique un IDH ajustado por la desigualdad. Tampoco hace referencia el IDH al uso eficiente de los recursos medioambientales ni energéticos en una economía. Por último, al incluir en su cálculo el PIB per cápita, tiene implícitas todas las limitaciones de esta medida.

Pese a sus limitaciones, la utilidad del PIB como índice financiero e instrumento político de medición lo convierten en una herramienta demasiado atractiva como para dejarla atrás. Por ello, no parece que vaya a dejar de utilizarse en un futuro próximo.

Sin embargo, es importante llamar la atención sobre el hecho de que el PIB, tal y como está diseñado, no puede usarse como herramienta única de medición y se necesitan otras medidas. Su empleo debe ir acompañado de otras medidas como el IDH, el Índice de Gini o incluso profundizar sobre los productos y servicios que componen el PIB de cada país y el grado de eficiencia en el uso de los recursos naturales, medioambientales y humanos que son utilizados para conseguirlos, para así lograr una visión más completa del estado real de las economías y, sobre todo, cómo esto repercute en el bienestar presente y futuro de sus ciudadanos.

(*) Profesora Asociada, Departamento de Economía Aplicada: UDI de Estadística, Universidad Autónoma de Madrid

 

 

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