Tal vez no está todo resuelto, pero lo realmente importante es que se destrabó la dura negociación entre la Unión Europea y Gran Bretaña, tras la decisión de la isla de abandonar la sociedad con el continente. El famoso Brexit.
Con escaso margen de victoria electoral a favor de los partidarios de abandonar la organización de integración con los otros 27 países comunitarios, el comicio desató una crisis sin precedentes. Los partidarios de permanecer dentro de la UE, al principio abatidos, reclaman ahora el derecho a una nueva consulta porque piensan que, a estas alturas –y tal vez tienen razón- la idea de permanecer en la unión tendría ahora muchos más votos a favor.
Es que tras la alegría inicial y el sempiterno orgullo británico, luego hubo que cruzar el desierto. Las dificultades a resolver eran enormes. Deudas ingentes reclamadas por la UE, otra vez fronteras “duras”, cuestiones legales para residentes británicos en el continente, y viceversa.
Envanecidos con el triunfo, los separatistas decían que el proceso de secesión debía tener el ritmo que le impusiera Londres y tener todas las ventajas negociadoras a su favor. El frágil gobierno conservador de Theresa May pareció creer que ese camino era posible. Históricamente siempre destacó a Gran Bretaña la calidad de su liderazgo político. Pero en esta instancia fue lamentable su inexistencia, cuando más falta hubiera hecho.
Los británicos no vislumbraron la hondura de la brecha y la dureza de la negociación que se avecinaba. Tal vez para mandarle un mensaje a cualquier otro intento separatista, la UE dijo ni hablar una palabra de las futuras relaciones (los medios oficiales ingleses deslizaban algo parecido al trato preferencial que tiene Noruega, sin ser miembro, o similar al acuerdo comercial firmado con Canadá).
Para destrabar este enfrentamiento fue preciso que el gobierno británico reconociera, sin decirlo, que quien fijaba la agenda y los tiempos del divorcio era la UE. Todo lo contrario de lo que todavía sostienen los extremistas del separatismo.
Y se pudo avanzar en tres temas centrales que abren el camino a un diálogo que será muy difícil. Pero al menos habrá diálogo y avance. Que además insumirá más tiempo del previsto.
Los tres temas centrales son:
1-Los británicos que viven hoy en el continente tendrán los mismos derechos que los ciudadanos comunitarios. A la inversa, los europeos que vivan hoy en Gran Bretaña tendrán el mismo estatus que los británicos.
2-No se dijo la cifra, pero hubo un principio de acuerdo sobre el monto de la indemnización total que deberá pagar Gran Bretaña (la piedra del escándalo para los que votaron por dejar la UE). Los trascendidos de la delegación europea son que ese monto llegará a € 40 mil millones.
3-Un punto muy oscuro pendiente. La frontera entre Irlanda del Norte y la del Sur (miembro de la UE). La resolución de este diferendo es vital, ya que el partido Unionista del viejo Ulster garantiza la gobernabilidad del partido Conservador, al que está aliado. Nadie sabe bien cómo quedará resuelta esta cuestión, pero lo cierto es que la UE admite que es un tema a resolver y con ese espíritu abordará las negociaciones futuras.
Los delegados británicos recuperaron su pragmatismo; los de la UE bajaron su nivel de enojo. Así es cómo se obtuvo pasaporte para iniciar y avanzar con un complejo trámite de divorcio, que será muy difícil, pero que por lo menos tiene trazada una ruta. Un esfuerzo que ya demandó 8 meses.
La clase dirigente inglesa se ha tragado una píldora muy difícil en aras de avanzar en la dirección de la separación efectiva. El premio, muy modesto. Tal vez un acuerdo comercial similar – si no más pobre- al que tiene ahora la UE con Canadá. Pero ahora se inicia un proceso que demandará 476 días, como siempre estuvo prescripto. En verdad, comienzan las negociaciones en serio que tal vez no termine, como se pretende, en los 16 meses próximos.
En el futuro cercano, lo más conflictivo será sin duda el tratamiento del sector servicios que representa 80% de la economía británica. En especial, el determinante sector financiero.
La gran incógnita es si Londres logrará mantener la vigencia y el poder de La City. O si mucho de ese poderío se trasladará ahora a otros centros europeos, como Francfurt, París o Amsterdam.